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¿Independencia sin Estado?



Por Francisco Montfort Guillén




Dentro del sistema educativo del país, el sector menos productivo ha sido el de las escuelas para atender el lento aprendizaje. De ellas parecen haber egresado no pocos funcionarios públicos. Hasta ahora, Francisco Labastida Ochoa, que pudo haber sido presidente de México, descubre que los problemas financieros nacionales ponen en estado de quiebra a las instituciones gubernamentales. El senador y sus copartidarios, en sus deslumbrantes descubrimientos, señalan que esta quiebra es resultado de las gestiones panistas y que esta atroz verdad no la constataron antes porque los malvados azules esconden la información a los benévolos tricolores.



Para tratar de entender los problemas reales y encontrarles posibles soluciones resulta de poca utilidad querer emparejar los cartones y elogiar, o descalificar, por igual, a las gestiones federales de los partidos. El problema de los gobiernos panistas pueden resumirse, lapidariamente, en una frase: impotencia para resolver los males heredados. Las explicaciones sobre sus incapacidades van desde las debilidades personales y grupales, hasta las defensas infranqueables de los grupos privilegiados y las debilidades institucionales, resumen de la fallida transición democrática. Pero la realidad es que el resultado es incuestionable: las finanzas nacionales no han salido de Chana-Juana.



A propósito, si de conmemorar la Independencia se trata, no está de más recordar que desde esa época, marcadamente desde 1821, hasta este annus horribilis de 2010, y tomando como referencia la que debiera ser su característica o cualidad mayor, que no es otra que ser un Estado rico para recrear una sociedad rica, puede afirmarse, sin estridencias, que no ha existido realmente el Estado mexicano. O si se prefiere, ha sido un Estado pobre, con capacidad muy corta para cobrar impuestos y para ejercer productivamente el gasto, y que ha recreado una sociedad pobre de vida social mediocre.



No existe Estado por debajo del 15, afirmaban los socialistas españoles cuando discutieron la transición y su famoso Pacto de Moncloa. Hacían referencia específica a que la real existencia del estado tiene como base mínima hacerse del 15% de la riqueza nacional de una nación. Y por arriba de este porcentaje, empieza el desarrollo de una sociedad previamente democratizada. Los socialistas hispánicos con inteligencia y sin demagogia no discutían solamente las reformas constitucionales y político-electorales en torno a la distribución de canonjías del poder, sino que pensaban con seriedad en crear un Estado democrático, viable y fuerte, para recrear una sociedad democrática, de bienestar ascendente, progresista y moderna.



En otros términos: la izquierda española definía realidades para aplicar en su país la definición de E. Burke: el ingreso del Estado es el Estado. La derecha peninsular fue más allá y produjo un hecho de praxis política y de generosidad obligada, que casi siempre se pasa por alto: aceptó abandonar un Estado y un modelo de desarrollo que le eran totalmente favorables y pagar tasas más elevadas de impuestos, para crear otra calidad de vida colectiva.



La condición del Estado en México, desde su aparición como nación independiente, es de fragilidad extrema. Sus fundadores, que por cierto no eran priistas, ni panistas, ni perredistas, ignoraban todo de las realidades financieras. Tenían el recuerdo, porque en él nacieron y crecieron, de un Estado Virreinal, rico y próspero, con superávit financiero, aunque no democrático, razón por la cual no se preocupaba por las mayorías indígenas, y tampoco eran receptivos a las exigencias de las minorías mestizas y criollas.



Con ese fantasma de Estado fuerte, definido por su solvencia financiera, que le permitía subvencionar a la Corona española y a otras colonias, Agustín de Iturbide, que no era priista, ni perredista y por consecuencia resultaba un nini, decidió bajar impuestos y derechos, en una economía desfigurada por la guerra y con fuga de capitales, y pronto, muy pronto, antes de que los buenos republicanos le dieran cuello, por agandallarse como Emperador, constató que el dinero no le alcanzaba, ya no para la prosperidad del nuevo imperio meshica, ni siquiera para defenderse de sus nuevos vasallos. Así que los sometió a la terapia intensiva de confiscarles bienes e imponerles préstamos forzados, con lo que debilitó la felicidad de sus bien amados pueblos y de su propio Estado.



Don Guadalupe Victoria, otro ninini (ni prerredista, ni priista, ni panista) inauguró, eso sí republicanamente, la facilota y muy mexicana costumbre de pedir prestado. Así quiso suplir la incapacidad burocrática de cobrar impuestos, quedar bien con los contribuyentes y sobrevivir a los ataques de sus enemigos. Con el primer préstamo internacional, aquellos nininis mexicanos pretendieron armar una flota y compraron barcos. Las naves no llegaron, los préstamos no se pagaron y, en cambio, sí se incrementaron los gastos del ejército y no se pudieron cubrir las graves insuficiencias presupuestales para atender los graves problemas nacionales. Don Guadalupe, personaje histórico de novela, hizo un gobierno de coalición integrando en él a todas las facciones, a pesar de lo cual entre la iglesia, los miembros de las logias escocesa y yorkina, los colonos españoles y los militares lograron paralizar sus mejores proyectos de gobierno. Cualquier parecido con la realidad de 2010 es sólo mera coincidencia histórica.



Es cierto que G. Victoria centralizó la hacienda pública y que nombró, de 1824 a 1829, ocho secretarios del ramo. Pero entre todos no lograron crear un Estado rico y eficiente. Eso sí, durante su gobierno se definen los rasgos perdurables del Estado mexicano, que no han sido modificados hasta la fecha: débil estructura tributaria; baja capacidad recaudatoria y bajos impuestos; endeudamiento (y ahora renta petrolera) para ejercer un gasto público mediocre, es decir, insuficiente, con muy poca eficacia y eficiencia y con mucha corrupción; gobierno con poca autoridad y de baja legitimidad para ejercer la capacidad legal de gravar. Por eso llevamos 200 años de crisis, siempre explosivas por el lado del gasto. Este es el mal nacional. Este es el problema veracruzano de 2010. Irresolubles en las actuales condiciones y que se agravará en los próximos años, debido a su propia “docena trágica”. La democracia y el panismo no crearon el problema de las finanzas fallidas y de la debilidad fiscal, senador Labastida, pero es cierto que no lo han resuelto. El problema es muy grave. Trataremos de entenderlo y explicarlo en las colaboraciones siguientes.


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