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Urbanidad y urbanismo: carencias del poder político en Veracruz




Por Francisco Montfort Guillén




El tránsito de la vida rural a la vida urbana, de la economía campesina a la industrial significa la prolongación del día a través de medios artificiales. Provoca una nueva cultura, de proximidades distantes, es decir, de estrechas relaciones entre un mayor número de personas que se conocen poco entre sí y cuya vida social depende menos de los ciclos cicardianos, de los horarios inflexibles, de normas colectivas infranqueables. Entender la vida urbana significa dar cuenta de una actividad económica humana de 24 horas, de 365 días por año, con expresiones psicosociales de individualidad de los habitantes en cada ciudad.



Esta verdad de Perogrullo contrasta, sin embargo, con las realidades mexicanas. Construir ciudades no significa amontonar personas, casas, y demás construcciones. El hacinamiento es la acumulación del desórden. La ciudad es, primeramente, construcción de orden. Enseguida, es construcción de autonomía, mediante un proceso político racional que define, con precisión, las relaciones de dependencia que sustentan esa autonomía. Después es construcción de comportamientos, individuales y colectivos, que definen la buena conducta de los ciudadanos. Y todo esto significa reconocer y modificar el imprinting, el sello cultural que desde la infancia troquela nuestra personalidad.



En México hemos vivido lo que Juan María Alponte define como proceso de urbanización desurbanizadora. Proceso formado de relaciones promotoras de exclusión social, desigualdad económica; vulnerabilidades diferentes y riesgos evitables frente a desastres naturales e industriales; inseguridad pública y desaparición de límites entre los bienes comunes, los bienes públicos y los bienes privados.



Los resultados son espectacularmente desastrosos. Van desde el gigantismo de la Ciudad de México hasta el desastre sociológico de Ciudad Juárez. Comparando ciudades, y comparando barrios dentro de las ciudades, es posible encontrar otra relación poco esclarecida pero igualmente determinante en la calidad de vida de las urbes. Es la relación entre capital construido, capital social, capital humano y capital cultural. En otros términos: los vínculos entre urbanidad y urbanismo influyen sobre las expresiones que adquieren los ciudadanos, sus organizaciones y sus capacidades estéticas y de convivencia comunitaria mediante el usufructo del capital construido.



En otras ocasiones hemos mencionado el contraste, adverso para los veracruzanos, entre la belleza paisajista del patrimonio natural de su territorio, con la mediocridad de su capital natural y la fealdad de su capital construido. Mientras el paisaje es deslumbrante y magnífico, sus ciudades carecen, en conjunto, de valores estéticos remarcables. Y no sólo las ciudades como totalidades. Por ejemplo, aquí en Xalapa, la riqueza del patrimonio natural, y la creación de capital natural en el espacio del Instituto de Ecología, contrastan con la pobreza del antiestético capital construido. Con todo, la comparación favorece a este espacio social vis-a-vis de la Facultad de Arquitectura y la Rectoría de la UV. Y por supuesto, ambos espacios superan, con mucho, los capitales de todas las colonias periféricas de la ciudad capital.



Existen centros urbanos, en todo el territorio veracruzano, muy alejados de la mano agraciada de Dios y muy cerca de las demoledoras manos de quienes han gobernado. El problema es que la fealdad estética y la desurbanización siguen aumentando mientas la urbanidad continúa disminuyendo. Está demostrado que las personas que viven un entorno de agresividad estética, formado por casas sin terminar y sin pintar, sin jardines ni parques, fachadas de casas y edificios sin valor estético, muros grafiteados y otros males antiestéticos, expresan su diaria frustración mediante conductas antisociales que alimentan su entorno hostil. El Valle de Chalco y Ciudad Netzahualcóyotl como prototipo de vida social sin recompensas.



Es cuestión de observar, simplemente, para advertir que, en el estado de Veracruz, no existe magnificencia en las expresiones de las relaciones entre Poder, Arquitectura, Urbanismo y Urbanidad. Pocos edificios serían rescatables, en su evaluación estética y funcional, entre los que pertenecen al poder eclesiástico y al poder político. Y los rescatables no han sido factores fundamentales de una vida basada en un alto refinamiento de la urbanidad.



En Xalapa se intentó revertir esta situación con el Plan de Desarrollo Municipal en sus versiones 1993-94 y 1995-19997. La crisis del “error de diciembre” acabó, en su nacimiento, con las posibilidades reales de realizar a cabalidad sus propuestas. A partir de 1998, la barbarie de la tábula rasa enterró planes e ideas con un pragmatismo incivilizado. Aquí, y en todo el estado, son ahora mayores los problemas a resolver y menos los recursos públicos disponibles para promover procesos urbanos civilizatorios, y combatir la urbanización desurbanizadora. Tal vez el mayor vacío a cubrir sea el de dotar, al Poder, de la urbanidad suficiente y necesaria para alentar, con base en el buen gusto estético, la cortesía, el comedimiento y los buenos modales una vida social renovada que deje expresarse a un urbanismo técnico y humanístico de gran calidad, que existiendo potencialmente en la sociedad veracruzana, ha estado ausente por sexenios completos en las políticas públicas.




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