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Filosofía del fracaso hacendario



Por Francisco Montfort Guillén



Un Estado pobre es un pobre Estado. Así hubiera podido extender su sentencia el más destacado filósofo político de la Escuela de Atlacomulco. Lo hubiera hecho si, en lugar de profundizar sus conocimientos por los luminosos senderos del saber y la praxis de hacer fortuna personal con los presupuestos públicos, se hubiera dedicado a pensar la forma de fortalecer el stato fiscalis. Ese filósofo de origen alemán reflexionó, desde su humilde profesorado, sobre el arte de la política y del ascenso al poder con base en la episteme, la doxa y la praxis de hacer, dar y recibir dinero a pesar de las exiguas finanzas nacionales.



En realidad este filósofo no aportó ninguna idea original. Sólo encontró la sentencia afortunada, el aforismo exacto del éxito en su sistema, su gobierno, su partido. Expresó, de otra manera, la escuela de pensamiento de su maestro Gastón N. “El Cínico”, el filósofo de la Escuela de San Luís, que indagó sobre la moral. Y ambos contribuyeron a que sus aforismos se convirtieran en aforismas nacionales.



Regresemos a la idea del stato fiscalis. Este concepto encierra una idea acorde con una definición lúcida de Estado: el aparato que debiera representar una nación organizada, según la propuesta de otro filósofo, éste, italiano, y de nombre Gramsci. Stato: una manera de ser, que es durable, permanente y estable. Pero, y es significativo, significa estar y mantenerse de pié. Fiscalis: tesoro público, es decir, riqueza de la sociedad organizada, que es la accionaria pública de un bien común, de un bien colectivo para beneficio de todos los ciudadanos, contribuyentes o no contribuyentes.



Stato Fiscalis: representación de la potencia pública de una sociedad organizada y por lo tanto titular de los poderes legales para crear y administrar su fondo fiscal, colectivo y común. Y, con el ejercicio honrado y técnico de este fondo, beneficiar a todos los ciudadanos. El Estado es, también, la autoridad encargada de impedir la apropiación privada del tesoro público.

Estas cualidades y atributos han estado ausentes o, en el mejor de los casos, muy débiles en el Estado mexicano. Han predominado otras características muy evidentes. El mexicano ha sido un pobre Estado, y ha sido parasitado por una constante apropiación privada del tesoro público. Más que una homogénea condición de pertenencia del Estado a una clase social, son las razones de su debilidad como aparato cerebral de una sociedad en busca de una vida digna y honrada las que han determinado su incapacidad para promover las libertades, la igualdad, la justicia y la seguridad pública.



El caos decimonómico de la naciente sociedad nacional independiente, tuvo como causa y efecto la imposibilidad democrática de constituir un acuerdo para la construcción de un eficiente y eficaz aparato central de comando. La fuerza bélica sustituyó al acuerdo. El triunfo militar fundó el pacto entre facciones que hizo posible el dominio de un Estado autoritario, absolutista y caciquil. El gobierno personalizado de Porfirio Díaz, con Ives Limantour como responsable de la hacienda estatal, logró consolidar las finanzas públicas e inclusive producir, en sus últimos años, un orgulloso superávit. Este éxito de los ninis Científicos (ni priistas, ni panistas, ni perredistas) parece que permeará, como una maldición gitana, los posteriores éxitos financieros (de los gobiernos que los han alcanzado).



¿En qué se parecen las gestiones de Limantour, Ortiz Mena y Pedro Aspe? O si prefiere usted más impactante la comparación ¿por qué son similares los gobiernos de Porfirio Díaz, de Adolfo López Mateos/Gustavo Díaz Ordaz y Carlos Salinas de Gortari? En primer término, porque entendieron la importancia de imponer orden en las finanzas públicas. También porque lograron mejorar la economía nacional. Y porque lo hicieron, cada uno con su estilo personal de gobernar, con las mismas herramientas, como lo demuestra Carlos Elizondo Mayer-Sierra (Nuestro inefectivo pacto tributario. ITAM, CIDE, Porrúa, 2010).



El equilibrio presupuestal y el pírrico éxito financiero de estos gobiernos han sido el resultado de mantener una baja tributación (para alegría idiota, en sentido griego y mexicano de la palabra, de los contribuyentes) y mantener, asimismo, un gasto gubernamental bajo. Sustentadas, estas decisiones, en la sensata idea de la prudencia financiera. Se trata de una ideología que muchos califican de tecnócrata: liberal científica en un caso, nacional revolucionaria en otro, y neoliberal globalifílica en el último. En realidad estos funcionarios aplicaron las ideas del único teórico de la economía mexicana a la altura del arte: Chava Flores.



En su texto La riqueza de las Bartolas, es decir, de las finanzas mexicanas, federal, estatales y municipales el economista político nacional establece el realismo mágico mexicano: con pocos pesos, Bartola debe realizar todos los gastos, cubrir su sueldo, y destinar un tantito para la fiesta. Se le exige, además, ser ahorrativa. Y Bartola cumple. Pero compras, salarios, fiestas y ahorros son de mala calidad, poquiteros, mediocres. Y cuando busca mejorar las cosas, gasta de más y pide préstamos o imprime billetes.



Con estas acciones provoca deuda e inflación. Y su ejemplo lo siguen las Bartolas de cada uno de los estados y municipios, pero con un agravante. Estas Bartolas hacendarias no tienen y no quieren tener recursos propios. Como no pueden imprimir billetes, se endeudan. Y lo hacen pidiendo préstamos directos en bancos. O las esconden con préstamos indirectos en la Bolsa. En ambos casos obtienen recursos frescos. Si los invierten en actividades productivas, mejorarán la economía y los ciudadanos pagarán más impuestos a la Bartola nacional (SHCP) para que las Bartolas locales cuenten con más recursos, hipótesis que no siempre se cumple. Pero en este caso, como las haciendas locales no cobran impuestos para quedar bien con los contribuyentes, tampoco adquieren responsabilidades ni compromisos directos con sus gobernados. En fin: la sociedad, que constata cómo el tesoro público es privatizado por unos cuantos y cómo las Bartolas subsisten con débiles ingresos, malos gastos y deudas francas o escondidas, mira desconsolada, como siempre, que el suyo es un pobre Estado, además de un Estado pobre.




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