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Tlacotalpan resignada: ¿por qué?



Por Francisco Montfort Guillén



¿Los veracruzanos nacieron con mala estrella? ¿O sus desgracias provienen de que sus autoridades trasformaron la sociedad de riesgo en sociedad del desastre? Porque su situación actual combina conductas propias de la resignación, la incapacidad, la irresponsabilidad, el desprecio. Diferente situación de otras sociedades contemporáneas que también viven en tensión frente a dos amenazas. Una está formada con los riesgos de ruina provocados por la naturaleza, algunos de ellos imprevisibles en su aparición o en su magnitud. Para conjurar o al menos disminuir sus daños y peligros, el hombre ha intentado, y conseguido, en muchos casos, “dominar la naturaleza”.



Notoriamente la cultura occidental ha sido exitosa en crear ciencia y tecnología con esa finalidad. Y a causa de este intento de dominio se ha provocado la segunda serie de amenazas. En efecto, han surgido riesgos de civilización tecnocientífica, principalmente por la producción industrial, que generan peligros para los hombres y para la naturaleza. Las sociedades modernas y desarrolladas, en consecuencia, están integradas por ciudadanos que, a sus múltiples obligaciones y responsabilidades, deben agregar conocimientos y habilidades para prevenir y hacer frente a los riesgos naturales y a los riesgos de su civilización tecnocientífica.



En el subdesarrollo las sociedades de riesgo también existen. Pero su drama consiste en que son trasformadas en sociedades del desastre. O sea, viven con las amenazas de sufrir riesgos naturales y riesgos tecnocientíficos por sus labores industriales. Pero los enfrentan cada vez a mayor escala y con menores elementos para resolverlos. En ese tipo de sociedades la pobreza ha sido convertida en matríz del desastre, pues se convierte en privación de iniciativas personales y de capacidades de realización.



En todo el país, durante las entrevistas televisivas o radiofónicas, o en las crónicas/entrevistas de la prensa escrita, las personas damnificadas expresan una condición contradictoria: esperan las acciones del gobierno con engañosas esperanzas y alegría, y resulta difícil distinguir que es más doloroso: su condición de víctima, o su actitud de resignación. La mayoría actúa desde esta última condición: como seres pasivos que desde el abandono han renunciado voluntariamente a ejercer sus derechos ciudadanos. La abdicación de sus derechos provoca la ruptura de los lazos de mutualidad para el beneficio conjunto a través de la cooperación. La resignación individual y social también genera el sobrevalor de la bondad social del gobierno, que sustituye con entregas de despensas su obligación legal de hacer la diferencia, es decir, de hacer efectivo su poder para prevenir y para anular los daños mayores derivados de los riesgos.



El Estado mexicano ha creado la ideología de la redención. Esta ideología ha guiado sus acciones. El Estado, a través de sus gobiernos (por imitación: Dios, a través de Cristo) rescata y redime a sus súbditos. Los exime de responsabilidades (cumplir con las leyes, pagar impuestos) y los compensa; los rescata de las desgracias a cambio de que acepten su dominio, sus conductas, su poder. Así el pueblo cree que sus sufrimientos son redentorios para alcanzar la dicha terrenal. Durante muchas décadas, los mexicanos han sido educados y condicionados a que su manera de vivir esté en paz con su pobreza crónica. Los pobres, y los desesperadamente pobres (Amartya Sen) han sido condicionados para perder la fuerza de la revuelta, el coraje ya no para exigir, sino ni siquiera para desear un cambio radical. La mayoría de los mexicanos ajustan sus deseos y expectativas sólo a las ayudas que consideran factibles.



De esta manera las desigualdades se perpetúan sin causar rechazos en los desamparados. Su felicidad es adaptada a la pobreza. La indignidad crónica es trasformada en compensación al vivir pequeñas satisfacciones provenientes de las ayudas ciudadanas y sobre todo de las despensas gubernamentales y los regalos utilitarios de candidatos y partidos. La felicidad adaptada a las vidas empobrecidas. Felicidades pequeñas derivadas de pequeñas satisfacciones que alivian aflicciones pequeñas. Alegría provisional derivada del gesto amistoso momentáneo que sustituye a la responsabilidad legal y política de los funcionarios públicos y de los políticos. En todo el país, el drama es el mismo.



Veracruz fue una fiesta. En los desastres naturales aparecían funcionarios, despensas, albergues y pequeñas obras de remedio. Para todos alcanzaba alguna dádiva. Los medios de comunicación cubrían profusamente la trasformación de la emergencia en redención y en alegría ficticia del momento. ¿Qué fue de aquellos tiempos?



En estos días aciagos las tormentas desnudan la vida social. La solidaridad ciudadana ha menguado: ¿Por qué? La fiesta en la calamidad no aparece: ¿Por qué? La tristeza y la preocupación en los ciudadanos gana terreno: ¿Por qué? Los mismos problemas, pero acrecentados, reaparecen: ¿Por qué? ¿Para qué sirvieron los enormes recursos del FONDEM de la época de Vicente Fox, que debieron duplicarse con las aportaciones del Gobierno del Estado? ¿En qué se invirtieron? ¿Qué males remediaron?



Pasaron los años y no fue frenada la destrucción del patrimonio natural. Tampoco se creó capital natural para disminuir los desastres naturales. No se creó más capital humano. Ni siquiera capital construido que evitara lo previsible: el incremento de los riesgos de inundación. Una sociedad que abdica de sus derechos no puede exigir respuestas a estas cuestiones. Tampoco las necesita. Se conforma con vivir al día y a la espera de los obsequios gubernamentales. Excepto los desesperadamente pobres, el resto de los habitantes de Tlacotalpan, convertida en “patrimonio de la humedad”, abandonaron por iniciativa propia sus casas, antes de que el gobierno los obligara. ¿Existirá una mejor imagen de autoabandono, y derrota social que las calles deshabitadas de Tlacotalpan, metáfora de la resignación y de la impotencia política?










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