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Deconstrucción de candidatos

Por Francisco Montfort Guillén

Las pasadas elecciones en el Perú ofrecieron un ejemplo magnífico de los dilemas y paradojas de la democracia. Los apoyadores de los dos candidatos finalistas, divididos por mitad. Los votantes independientes e indecisos expresaron su rechazo a las dos figuras, consagrándolas impresentables. Los peruanos vivieron una elección sobre el mal menor. Sin embargo, por el sistema electoral vigente en ese país, todos los votantes tuvieron que ejercer el sufragio, que es obligatorio, con multas muy elevadas para los abstencionistas. De esta manera, Ollanta Umala, el candidato victorioso por escaso margen, cuenta con la plena legitimidad política y electoral, a pesar de tener una votación de casi el 50% en contra. Es de resaltar que a pesar de sus defectos, Fujimori y Umala llegaron a la segunda vuelta de votaciones gracias al apoyo de sus votantes, aunque los mismos electores encontraban que ambos candidatos no les satisfacían plenamente. Es probable que de no haber existido el ordenamiento electoral de obligatoriedad en el voto, los niveles de abstención elevados hubieran marcado los comicios peruanos, restando legitimidad al candidato electo. A pesar de las circunstancias, no existieron los tontos nihilistas electorales que demandaran a sus conciudadanos a <votar en blanco> en señal de protesta.

En México estamos construyendo escenarios que pueden desencadenar una elección sobre los supuestos de elegir al menos malo, que puede llegar con un rechazo adicional bajo la forma del abstencionismo electoral y el voto en blanco. Hemos vivido una confrontación gestada durante el proceso electoral de 2006, y posteriormente con gran impulso de Andrés Manuel López Obrador y sus apoyadores (ciudadanos y partidos políticos), que pusieron en riesgo la continuidad institucional con sus acciones y críticas. El actual gobierno federal llegó a la presidencia con una escasa votación (aproximadamente un tercio), con un margen de victoria muy pequeño e inicio su mandato con una campaña de desprestigio como nunca antes habíamos vivido al inicio de un sexenio. Si bien se logró la continuidad institucional con la toma de protesta de Felipe Calderón y su ejercicio de la presidencia, las condiciones de su ascenso al poder no han variado, aunque hayan perdido virulencia por unos años y ahora reaparezca virulenta.

Las críticas en contra del presidente panista y su equipo no sólo no se detuvo, sino que ha alcanzado el nivel de reconstrucción de un <chivo expiatorio> al que han contribuido tanto los periodistas, comentócratas como sus opositores políticos. Paradójicamente, fue Andrés Manuel López Obrador quien advirtió a sus seguidores, durante su último evento en el zócalo capitalino,  que pusieran atención a este fenómeno. Así es que tenemos un escenario de corriente de opinión, que parece mayoritaria, que tiene en Felipe Calderón al causante y promotor de todos los males nacionales. A este escenario contribuye, en gran medida, la situación de violencia creada por la delincuencia y el combate para disminuirla, que genera a su vez una percepción de inseguridad colectiva que no deja de crecer.

Por otro lado, y en parte como reacción a este problema, desde el gobierno federal y de su partido, buscan imponer la idea en la opinión pública, con datos reales o sustentos empíricos, de que el crecimiento de la delincuencia y de la inseguridad, se gestaron durante la hegemonía priista y que se sostiene, principalmente, en los estados de la república que son gobernados por militantes del partido tricolor. Esta realidad conforma otra corriente de opinión que abona en la descalificación de todos contra todos entre los partidos y actores políticos, porque los gobiernos perredistas tampoco escapan a esta feria de malos gobiernos, con escándalos ligados a la delincuencia organizada. En este contexto vale la pena cuestionar la eficacia de las campañas publicitarias de los diferentes gobiernos, que promueven sus actividades como factores de buen gobierno.
El problema no consiste en que se lancen infundios entre todos los actores políticos y que ejerzan la crítica a sus rivales. Tampoco en que carezcan de razones y hechos que avalen sus dichos. El fondo del asunto está en que los ciudadanos carecen de información veraz, consistente y sólida sobre la realidad que les rodea, para discernir y decidir con base en conocimientos, porque los gobiernos no los informan, sino que hacen su propia apología mediante las campañas de propaganda, al tiempo de desprestigiar a sus rivales. Este encono ha creado un ambiente de desconfianza y de incredulidad entre los ciudadanos.

En otros términos: aunque legalmente estén prohibidas las llamadas <campañas negras> en la realidad se han venido construyendo imágenes negativas de los partidos, los posibles candidatos, los gobiernos federal y estatales. Los ciudadanos ya saben de los defectos de los actores políticos, y no alcanzan a ver motivos suficientes para ver en ellos agentes promotores de cambios positivos, dirigentes que puedan mejorar razonablemente las actuales condiciones de vida de todos los mexicanos. La <deconstrucción> se ha impuesto a la construcción de las figuras públicas, si bien alguien como Enrique Peña Nieto ha podido imponer su imagen como político ganador, más en el sentido de una star que como líder o estadista. Todo lo cual nos está conduciendo a configurar una elección presidencial entre <malos candidatos>, que pueden motivar una baja participación electoral y una deslegitimación de quien resulte triunfador. Como sea, creo que la votación dividida en tercios se impondrá nuevamente, a pesar de los negativos atributos de AMLO y de la inexistencia actual del candidato panista. ¿Por qué hemos elegido la deconstrucción de candidatos? Este es otro de los enigmas de la manera de ser de los mexicanos.




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