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Democracia milagrosa: ¿COFEPRIS o IFE?‏
Por Francisco Montfort Guillén

La cultura humana incluye la adoración  o admiración exagerada y sin reserva de una persona o cosa. Su complemento está en la servidumbre apasionada de los grupos sociales a esa persona o cosa. Se trata de uno de los orígenes del pensamiento religioso y del pensamiento político. Sus transfiguraciones históricas incluyen la adoración de ídolos (objetos, animales, personas) múltiples o únicos, religiosos o laicos que se han extendido a otros espacios sociales gracias a la potencia del mercado capitalista. Por lo tanto, ninguna sociedad puede prescindir del fetichismo y de la idolatría. Pero en algunas su influencia es menos determinante en su evolución y progreso. No parece ser el caso de la sociedad mexicana.

En los comportamientos colectivos de nuestras sociedades, a lo largo de y ancho de México, es perceptible una diversidad considerable de expresiones colectivas sustentadas en la idolatría y el fetichismo, que conforman parte de la riqueza de nuestra cultura. Resulta evidente que esta manera de comportarnos ha estado influida tanto por las religiones politeístas prehispánicas, como por la monoteísta religión cristiana que, en el caso del catolicismo, abrió la posibilidad de incorporar a su culto las imágenes de santos, santas, vírgenes, ángeles. Y la complicada situación de la conformación histórica de nuestra sociedad, como nación independiente, ha permitido la influencia de las ideologías y de las personas que ejercen el poder político. Éste, a pesar de su intención por adquirir un status laico y racional, sigue sustentado en los mecanismos que permiten la creación de fetiches e ídolos, sustentados también en la fuerza que han adquirido los medios de comunicación. Situación inevitable porque tanto la propaganda como la mercadotecnia se basan en los mismos mecanismos de funcionamiento mental, psicológico que permiten sembrar, en las conciencias y cerebros de las personas, ideas e imágenes, hábitos y costumbres.

En la medida en que está bloqueado el pensamiento racional y deformada la educación escolar, en esa misma medida nuestra sociedad es más propensa a la creencia desmedida en la posibilidad de vivir hechos extraordinarios en donde cree encontrar la manifestación o la intervención divina y bienhechora. La influencia del misterio, la maravilla, el prodigio tiene una fuerza enorme en las creencias mexicanas, asentadas en las significaciones espirituales de la ocurrencia de posibles hechos que le producirán algo sorprendente y admirable, no obstante las condiciones reales en donde  espera el milagro. Sin duda alguna, también esta cultura es un reflejo de la mala calidad educativa, en donde esperamos, paradójicamente, que mejore su rendimiento y competitividad sin modificar su organización o capital social, manteniendo los privilegios y los mismos funcionarios.

Sobre los cimientos de esta cultura construimos la idea del milagro democrático, en el que bastaba quitarle el monopolio del conteo de los votos al sistema de partido/gobierno priista, para que florecieran las libertades y la justicia y equidad y el crecimiento económico. Ante la realidad, vino la frustración de un sector importante de la sociedad que se frustró con Fox, como antes lo había vivido con Salinas, y vio en la persona de AMLO la posibilidad de otro milagro. Por diferentes circunstancias este nuevo milagro no llegó. Pero la lógica del funcionamiento político vuelve a situar a la sociedad mexicana ante una nueva decisión electoral. Y ahora tiene enfrente la creación de una nueva imagen, que le es ofrecida como la representación de una divinidad que la rescatará de la situación actual, que se vende también como fracaso y fatalidad, para lo cual se le incita a la admiración exagerada de esa nueva imagen, ficticia y, por lo tanto, con enorme fuerza para influir sobre la realidad.

Muchos mexicanos desean o ven la próxima contienda electoral como el enfrentamiento entre dos productos milagro: López Obrador en contra de Peña Nieto. Es en esta lógica en donde el PAN propiamente no aparece, al carecer de su propio producto milagro. Este es el mal que tiene que racionalizar y resolver nuestra sociedad. No debiera aceptar una contienda entre productos milagro que le proponen resolver su presente/futuro gracias exclusivamente a su presencia. Ni la democracia, ni la modernidad ni el desarrollo son resultados milagrosos que una sola persona pueda provocar. Como tampoco la sociedad mexicana resolverá el problema del sobrepeso de buena parte de su población simplemente ingiriendo otros productos milagrosos.

El fetichismo, la creación de ídolos y la realización de milagros forman parte, ahora, de la producción, la publicidad y el consumo de los mercados que refuerzan la actividad de los políticos. En el boxeo la promoción del peleador nombrado "el Canelo Álvarez" es un ejemplo desesperado de Televisa por construir un boxeador-milagro, como sus productos de Genoma-Lab. Esa empresa televisiva maneja muy notablemente la construcción de fetiches, como lo demuestra con la imagen de la selección mexicana de futbol. Pero en la política, esta actividad resulta peligrosa. Porque no diferencia, por ejemplo, entre la necesidad de alternancia en el gobierno, en tanto producto inherente a la democracia, y la venta de un producto milagroso, como se ofreció la candidatura de Vicente Fox. Lo desesperante y riesgoso es que esta misma situación se repita ahora con la próxima elección presidencial.

Una evaluación profesional y apartidista mostraría con cifras lo que es la realidad cotidiana en todo el país. Ningún gobernador ha ofrecido un gobierno con resultados diferentes, dignos y superiores a los de sus iguales. La evaluación sería similar sobre el gobierno federal. De aquí la necesidad de confrontar proyectos para reconstruir el Estado mexicano, contrahecho por los cambios sin rumbo desde los años setentas del siglo pasado. Sin embargo, a nuestros políticos este esfuerzo les parece secundario, o peor, prescindible. Ni el "Chúntaro Moreira", ni el "Toluco Peña Nieto", ni el "Zurdo López Obrador" ni el "Carnal Ebrard" ni el "Sospechosista Creel" ni el "Fajador Lozano" vendidos como fetiches mágicos, los productos milagrosos que aliviarán los males de la sociedad mexicana, tan propensa a creer y aceptar productos milagrosos que la curen de sus desgracias, ya se trate de medicamentos o divinidades religiosas o políticos salvadores y redentores de la Patria. Necesitamos de proyectos que sean respaldados por las mayorías, con la fuerza suficiente para convertirlos en  guías y soportes de la transformación nacional. Porque como la situación en este momento, tal vez sería de mayor utilidad que fuera la COFEPRIS y no el IFE la institución que regulara las próximas elecciones federales.














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