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Periodismo sin victimización. Probidad, no sólo ética.

Por Francisco Montfort Guillén

Alterar el sentido de los hechos. Sembrar dudas sobre la reputación de las personas. Generar opiniones sobre realidades de las que es difícil asir su esencia. Alentar la debilidad del discernimiento para comprender los sucesos de la vida. Propiciar ese sentimiento penoso, esa inquietud y esa angustia irracional que aparece frente al conocimiento riguroso de la condición humana. 

Hablar de sus posiciones, creencias, posibilidades incomprobables. ¿Es posible evitar estas limitaciones?  Por estas y otras cuestiones, el uso de la palabra en el espacio público exige una enorme prudencia en tanto factor insustituible para propiciar la reflexión en quienes escuchan, leen, ven y oyen debatir o expresar informaciones y opiniones sobre los asuntos de la agenda pública. Ese es el dilema ético de los políticos, periodistas, funcionarios y comentaristas de los sucesos de la vida de una sociedad. No se trata sólo de un código explícito, es decir, escrito, documento que no todas las empresas e instituciones públicas redactan, sino de una actitud de profesionalismo y de responsabilidad social, ciudadana y política. En esta conducta cotidiana deben expresarse la madurez emocional, la contención de las pasiones, las preferencias personales o de grupo, o bien su desbordamiento explícito en aras de la defensa de una causa, una verdad, o  de una revelación   (la noticia, la novedad) que exigen de valor y entereza frente a las consecuencias de dar a conocer un dato, luchar por una causa o defender a víctimas de actos injustos. Este es uno de los desafíos que deben asumir quienes ejercen el periodismo.

La pregunta fue directa: ¿usted consume prozac, señor presidente? El periodista, Jorge Ramos Ávalos, miró de frente y a los ojos a Vicente Fox en una entrevista que se transmitía en directo para una de las cadenas de mayor audiencia hispana de la televisión norteamericana. La respuesta del ahora expresidente mexicano fue contundente, seca, categórica: ¡NO! El periodista mexicano ejerció su derecho periodístico a preguntar y el ciudadano mexicano y más alto funcionario nacional su derecho a responder. Fue un ejercicio ejemplar de ambas profesiones y de ambas responsabilidades éticas, políticas y ciudadanas. No existieron ni suposiciones ni juegos de palabra que propiciaran confusiones en el diálogo, tampoco en el ambiente entre entrevistador y entrevistado ni consecuencias de enfado por ofensas. El periodista y el funcionario, en igualdad de condiciones pudieron aclarar rumores e infundios que circulaban en México sobre la supuesta precariedad de la salud emocional del Presidente de la República Mexicana.

La patología nacional nos sitúa en un nuevo escándalo. El affaire entre la empresa MVS y la periodista Carmen Aristegui. Los comentarios de ésta última sobre las supuestas adicciones del Presidente Felipe Calderón nos vuelven a situar en un escenario de confusión y del apoyo acrítico  de la bufalada de los periodistas y comentócratas "progres" en defensa de la libertad de expresión y contra de una supuesta arbitrariedad del poder presidencial. El delirio ataca de nuevo. Periodistas del escándalo  y del amarillismo intelectuales, como José Gil Olmos, ya ofrecen versiones del chantaje y de la presión directa de la presidencia de la república, como si él lo hubiera vivido, y señalan como testimonio del supuesto alcoholismo de Felipe Calderón ¡las compras de vinos y licores que realiza la oficina de la presidencia para cubrir los eventos sociales de la casa presidencial! 

La periodista realizó cuestionamientos sobre la hipotética situación del presidente. En sus propias palabras, que ya son del dominio público, preguntaba sobre su propia creencia en los rumores y en la manta de los impresentables diputados de PT. No interrogó las aseveraciones del diputado Noroña y compañía. Las aceptó como válidas. Peor aún: no buscó información comprobable y no investigó sobre la veracidad o mentira de los rumores y los decires de los fans de Andrés Manuel López Obrador, club al cual ella misma pertenece. Después de su despido, concerniente a una relación laboral entre particulares, esperó el tiempo prudente para asestar un fuerte golpe político, que no periodístico, a quién ella asegura es el causante de su despido: el presidente de la república. Justo después de su reaparición política, los diputados del PT se presentaron a "clausurar" las instalaciones de la empresa. Si siguiéramos la misma actitud de medias verdades y suposiciones que emplean Carmen Aristegui y sus amigos periodistas y seguidores, podría especularse que las actitudes de Noroña, Cárdenas y compañía en el Congreso fueron acordadas por López Obrador para tratar de debilitar las alianzas del PAN y el PRD. Al ver las reacciones de rechazo, el mismo autor del célebre ¡Cállate chachalaca! trató de deslindarse de esa acción, pero la periodista le dio aire al asunto, y fue aconsejada por los "pejistas" para provocar un conflicto mayor e insalvable para toda la sociedad mexicana, pues el acto político de Aristegui, apoyando a quienes la cesaron, y culpando al mismo Felipe Calderón provoca una comedia de sospechas y equívocos sobre la definición de un sector clave para el desarrollo nacional con fuerte incidencia política como lo es el sector de las comunicaciones. Digamos que este delirante pseudoanálisis se corresponde con los artículos de Gil Olmos, Lorenzo Meyer, José Antonio Crespo y demás ídolos del izquierdismo mexicano.

Corrijo y preciso: más que pseudoanálisis, se trata de una especulación amoral e ideológica, pero derivada de la conducta esquiva y ladina de una persona acomplejada. El deber escrupuloso del periodismo está ya fuera del asunto que debatimos. En realidad se trata de un asunto político. El desplegado aparecido en diarios nacionales en apoyo a la periodista, con "abajofirmantes" conformados por personas y asociaciones de la impoluta y siempre honorable sociedad civil, aparece el mismo día en que los diarios de circulación casi nacional recogen estas declaraciones que no tienen  desperdicio: "silenciar a un comunicador es un acto de prepotencia y un exceso.   Aristegui sufrió un cese fulminante de MVS, porque a Felipe Calderón no le gustó que la conductora solicitara información sobre su estado de salud... La familia Vargas, considero, fue presionada, le creo a Carmen de que la orden la dieron desde Los Pinos, entonces pusieron en una situación difícil a la familia Vargas porque saben cómo el régimen amenaza con las concesiones". ¿Adivina usted el nombre del autor de estas declaraciones? ¿No? Entonces, le ayudo: Andrés Manuel López Obrador.

Los resultados son negativos para la periodista, aunque se autovictimice, para la empresa, consiga o no las licitaciones en las que participa, para el presidente Calderón, al que le cargarán sus detractores un error más, y para la sociedad que no puede vivir experiencias gratificante en términos de inteligencia y de comportamientos cívicos basados en la tolerancia y otros valores democráticos. Los hechos nos muestran una vez más que los mexicanos vivimos bajo el imperio de las injurias, las descalificaciones, las mentiras y las confabulaciones como método para ascender a la verdad.

A Luis Echeverría, representante como pocos del poder autoritario priista, le llevó años desarticular la fuerza periodística de Excélsior y con resultados desastrosos para él, el periodismo, y su sistema de poder autoritario. Y aunque José López Portillo todavía creó la consigna " no pago para que me peguen", en general la libertad de prensa ha sido consolidada en México con el concurso de todas las fuerzas democráticas, libertad acrecentada desde el gobierno de Ernesto Zedillo hasta la fecha. Queda por considerar un hecho que esconden los fanáticos del periodismo de insinuaciones y medias verdades como Carmen Aristegui. En su carrera ha sido despedida por tres empresas privadas y en ningún caso ha podido acreditar que su salida es por un ejercicio periodístico que sea ejemplo de virtud valerosa. Quienes la conocemos sabemos de su carácter conflictivo, su complejo de inferioridad que suple con desplantes de grandeza. Sí; desgraciadamente nuestra personalidad también influye sobre nuestros comportamientos, y no siempre para bien. Pero si hacemos uso de la palabra en el ágora y el diálogo público, debemos hacer un gran esfuerzo todos los días para contener nuestras malas pasiones, equivocados intereses y complejos que nos conducen tanto al error como a la disociación de nuestra realidad con la vida real.

 No equivoquemos el análisis. La integridad no es una característica natural del ser humano. Se trata de una cualidad cultural, y está a prueba día con día para cada uno de nosotros. Si Carmen Aristegui quiere presumir y probar su probidad y ética, entonces debe aceptar que se equivocó, como lo reconoció hace unos días Miguel Ángel Granados Chapa a propósito de comentarios sobre el sector de las telecomunicaciones y las licitaciones en dicho sector. La soberbia de la periodista y sus complejos personales, le impiden ver el dedal en el que se ahoga, aceptar su juego en la trampa bien estructurada por López Obrador para hacer enojar a Felipe Calderón y propiciar una ruptura con el fin  de debilitar las alianzas electorales que a él le perjudican. Como sea, hemos contemplado el juego horripilante de las pasiones personales de la perversidad política y  del ego de una persona que a pesar de sus méritos intelectuales y profesionales va dando tumbos con sus patrones debido a la estructura de su carácter. 










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