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Por un triunfo democrático rotundo‏

Por Francisco Montfort Guillén


Nuestra historia democrática es muy corta. Ni siquiera puede presentarse en sociedad como una agraciada quinceañera. En el ámbito federal se remonta a cinco elecciones. Tres de ellas conciernen a la Cámara de Diputados. Las dos restantes a la elección de Presidente de la República. En ambas ocasiones los comicios han tomado la forma de  referéndum. La primera sobre la continuidad o fin  del ejecutivo del partido único. La segunda sobre la continuidad del cambio o sobre su retroceso al nacionalismo revolucionario disfrazado con la máscara de la izquierda populista. Por otra parte, tenemos que el denominador común sobre nuestra transición democrática, en el ámbito federal, ha consistido en que los actores políticos pertenecen, todos, a las estructuras y culturas del viejo régimen. No existió, ni existe ahora, un actor político organizado, o un personaje, nuevo y  aglutinante de los valores, aspiraciones y comportamientos democráticos. Estas particularidades tal vez sean las causas de que los gobiernos de la alternancia hayan carecido de la frescura y la novedad de las ideas, aspiraciones y conductas que traen consigo los cambios revolucionarios o de las revueltas radicales. Vivimos situaciones nuevas con viejos actores: la quinceañera y sus chambelanes siguen siendo los mismos aunque ahora, en la representación de la fiesta, el vals haya dejado su lugar a los raperos y al chúntaro style. La novedad política ha sido, más que la participación ciudadana, las creencias de los ciudadanos de que si los votos se contaban con honestidad y transparencia, entonces alcanzaríamos el desarrollo por todos tan deseado.

Prescindir o carecer de la aparición en escena de un partido o de un líder verdaderamente democrático y novedoso, ha provocado esta sensación, casi convertida en certeza, de que lo que llamamos y vivimos como democracia a la mexicana ha consistido, tan sólo, en una maquillada  o en un restiramiento facial del mismo régimen. Un actor de apariencia rejuvenecida, que se viste a la moda y luce un rostro menos arrugado y con menos canas, pero que lo aquejan los mismos males internos que al viejo galán: la corrupción, la incompetencia, la demagogia, la desigualdad, la restricción de libertades, la hipocresía, la ausencia de nuevas ideas y nuevos métodos para ponerlas en práctica, el cinismo y la impunidad. Vivimos todos en el desencanto, porque la realidad no se parece en nada al país imaginario de nuestros sueños. La democracia mexicana se constituye, de esta manera, en la primera víctima porque naufraga entre dos visiones irreconciliables, una el país que no tenemos y deseamos y otra, el país real que es bastante mejor que el país en bancarrota presentado por los opositores al gobierno en turno (antes priista, ahora panista).

A propósito de la situación en Egipto, el escritor estadunidense Stephen Schwartz afirma esto: "La democracia nos enseña que no se puede contar con una democracia sólida sin derrotar primeramente a los enemigos de la democracia... La democracia debe de ganar, pues, antes de poder ganarse; debe resultar rotundamente victoriosa antes de que se pueda disfrutar de sus beneficios..." (Sueños de democracia: El Ángel, Suplemento Cultural de Reforma, 6 de marzo de 2011). Más adelante señala los "diez mandamientos" de la transición democrática elaborados por el español Alberto Aza Arias, entre los que destaco los siguientes: su carácter pacífico, un sistema democrático legal, la inclusión de los protagonistas del antiguo régimen, la idea de "borrón y cuenta nueva", la reorganización completa de los sistemas de administración civil, la estructura militar, el poder judicial, las agencias de seguridad, una nueva constitución que proteja los derechos y termine con los privilegios de los beneficiarios del antiguo régimen, sustentarse en una clase media educada, un sistema de redistribución del ingreso, confianza en el crecimiento económico de largo plazo y sacrificios en lo inmediato.(Ibid).

La persistente presencia de los antiguos actores políticos con sus prácticas y rituales  y las tareas pendientes del decálogo que sirvió de base al éxito español, y que en México constituyen todavía los bastiones y fortalezas de los beneficiarios del antiguo régimen, muestran de manera contundente que en nuestro país no existió el triunfo contundente de los ideales y prácticas de la democracia en el ámbito federal, ya no se diga en los sistemas estatales. Con todo, el hecho de que los avances logrados se hayan obtenido de manera pacífica es una base de optimismo para impulsar un nuevo aliento de cambio. Para crear el ambiente propicio de transformación resulta indispensable insistir en la necesidad de conocer y descifrar las interconexiones entre procesos complementarios y antagónicos que acompañan a la democracia como son las especificidades de la modernidad y el desarrollo.

La cultura amalgama estos tres fenómenos que en nuestro país han provocado una sociedad con muy profundas desigualdades socioeconómicas;  con una mentalidad conservadora, cuando no claramente reaccionaria y restauradora; sin claridad en las ideas y las ideologías propias de las visiones del mundo que sostienen grupos con representación política. Mientras la realidad muestra que el sistema de partidos se encamina hacia una opción bipartidista, por lo cual todos los actores compiten como coaliciones, las expectativas de los tres partidos más representativos se presentan como opciones de triunfo. El PRI con sus aliados ecologistas y panalistas, acaba de mostrar nuevamente sus irrenunciables actitudes de representación escenográfica faraónica, propias de un antiguo partido de masas corporativas. Su nuevo presidente, más que  líder, tejió un discurso de ocurrencias y de bravuconas críticas populacheras a sus contrincantes. La autocrítica nunca estuvo presente para reconocer lo que se dejaba atrás y lo que se propone para el presente que serviría para ofrecer una idea de futuro. El tricolor perdió el buen oficio político de Beatriz Paredes y su esfuerzo por revitalizar las ideas del partido. Ahora parece evidente que su redefinición como organización socialdemócrata sólo fue una buena intención. Ni sus candidatos, ni sus nuevos gobernadores saben lo que significa una propuesta socialdemócrata, y su novel presidente parece intoxicarse cuando de expresar ideas congruentes se trata. Ese partido ofrece la imagen de que fuera de quienes redactaron la nueva declaración de principios, nadie más ha realizado el esfuerzo por leer su nueva  propuesta ideológica oficial, con la excepción en Veracruz, de Inocencio Yáñez.

Las organizaciones de la "verdadera izquierda mexicana" muestran como siempre sus divisiones insuperables. En la práctica, sus ofertas de cambio son un conjunto de lugares comunes a las tareas de sus opositores. Sus propuestas huelen a naftalina priista y resulta muy difícil afirmar que Marcelo Ebrard o López Obrador son "políticos de izquierda" con ideas propias y novedosa frente al mundo global, reconstruído por las nuevas tecnologías y formas de, y su conformación en México. La paradoja es que Moreira reconoce en éstos a los representantes de la izquierda y a los panistas como los demonios de la derecha. En esta geometría ¿en dónde queda el PRI?.

Con el PAN la situación no es muy diferente. Empeñados en rebasar al PRD por la izquierda, según la propuesta de Felipe Calderón, se colocaron en los terrenos del paraíso, como lo señala Gabriel Zaíd en Letras Libres de febrero. Para minar las bases de apoyo electoral de las alianzas del PRI, azules y amarillos han unido esfuerzos en alianzas pragmáticas que desconciertan a los votantes. Como afirma Zaíd, en México nadie quiere asumir que es de derechas. Así que  la próxima elección presidencial nos ofrecerá un abigarrado escenario de partidos corrido hacia la izquierda, cualquier cosa que esto signifique. Empeño absurdo, porque los estudios de opiniones y actitudes nos muestran a ciudadanos mexicanos con una nueva forma de pensar, más inclinados hacia el individualismo liberal, más demandantes de oportunidades de realizar su propio proyecto de vida personal sin la omnipresencia de las estructuras de subvenciones gubernamentales. Los mexicanos demandan una estructura funcional de servicios básicos de cuidados de la salud, de buena formación escolar y de pensiones justas y seguras, junto con las oportunidades que ofrece el libre mercado para trabajar y hacer fortuna gracias al esfuerzo personal, exactamente lo que los migrantes mexicanos encuentran en Estados Unidos.

Entre todos debemos alentar el faltante triunfo rotundo de la democracia con sus nuevas leyes, sistemas de seguridad pública, de justicia y de redistribución del ingreso a través del mercado empresarial y laboral regulados y flexibles para todos los concurrentes. Un proyecto liberal con estructuras sociales funcionales está esperando la sociedad mexicana. A falta de nuevos partidos sería deseable la aparición de candidaturas atractivas. Éstas sólo pueden provenir de las postulaciones de candidatos que, registrados por los actuales partidos, representen la posibilidad real de recrear en paz el Estado mexicano, hoy mermado por la ausencia de ideas y capacidades para hacerlo funcional y competitivo. La aparición de una o dos candidatas, mujeres con experiencia probada en la función pública, o el registro de figuras públicas masculinas que puedan convocar y liderar un gobierno mejor y con los mejores mexicanos pudieran ser el detonador de la renovación política, moral y cultural que tanta falta hace en el país. Porque con los precandidatos de todos los partidos, hasta el día de hoy perfilados, el sistema continuará por el camino de la mediocridad y vivirá los riesgos de una restauración, así sea parcial, del viejo régimen político, cualquiera que sea el partido vencedor en las próximas presidenciales.








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