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Estructura de Violencia: sus bases sociales


Por Francisco Montfort Guillén


La repetición de los lugares comunes en el análisis de la inseguridad en nuestro país corre al parejo de los actos de violencia que se repiten a lo largo del mismo. Y tal vez una de las fallas comunes sea que los estudios y comentarios son reducidos a un sólo aspecto de esa compleja realidad. Por ejemplo, la muy buena investigación sobre los homicidios en México publicados en la revista Nexos, realizados por Guerrero y otros por  Escalante, que desentrañan el desenvolvimiento de su comportamiento regional y su frecuencia temporal. Sin duda son elementos valiosos que permiten ampliar la lectura del tamaño y ubicación  de la violencia y la inseguridad, aunque el cuidado que los dos autores ponen en sus estudios para no adelantar conclusiones ni culpabilidades, desaparece cuando se leen las referencias hechas por los comentócratas autollamados nacionales. Y es que en tratándose de la delincuencia organizada y de la violencia, el referente obligado debería ser su trato como fenómenos, o mejor, como procesos sociales complejos. En otros términos: esos problemas debieran ser considerados como situaciones dinámicas, en contínua evolución y cambio,  e integradas por elementos asociados, complementarios y en contradicciones permanentes cuyo origen y efectos tienen su propia conformación.


La situación de la delincuencia organizada requeriría su historización y evolución desde los momentos, y sus causas, mediante las cuales dejó de ser una actividad marginal y sostenida sólo por miembros de la sociedad civil, y pasó a convertirse, en las décadas de los sesentas/setentas, en una actividad bajo el manto protector del Estado, que es el factor que le otorga su carácter sistémico. Mientras esta parte de la realidad se mantenga oculta, su crecimiento seguirá en auge y continuará debilitando al Estado mexicano. Los casos de Colombia y de Italia, y los análisis que desde esos dos países se han realizado sobre la "condición mexicana" son elocuentes de las tareas sin realizar en nuestro país. Porque la realidad muestra que la acusación pueril de que la situación actual es el resultado de "la guerra de Calderón" es uno de los factores que más oscurecen esa realidad. Lo mismo puede decirse de otro lugar común: que esta guerra está perdida o que la "vamos ganando". Si acaso, el único mérito del presidente Calderón fue haber pretendido en su inicio  la solución de este problema, en su aspecto de hacerlo visible. La rentabilidad de esta gigantesca actividad económica y su carácter internacional impiden a nuestro país, siquiera, en disminuir su volumen de operaciones mediante una lucha nacional. Lo que conduce a otro tópico simplista: la obligación, por nacionalismo, de renunciar a la ayuda y a la estrategia conjunta con los Estados Unidos y las demás naciones directamente vinculadas con la producción/comercialización de drogas, personas y otros bienes que circulan en los ámbitos ilegales.

La violencia y la inseguridad merecen también un trato acorde con su complejidad. Porque su densidad, sus alcances geosociales, su visibilidad y cantidades son los resultados de muchos más factores que la sola lucha contra el crimen organizado. Nos horrorizan sus manifestaciones porque, ciertamente, su salvajismo es espeluznante. Pero de manera hipócrita volteamos la vista hacia otro lado cuando se quieren analizar las responsabilidades no sólo de las autoridades, sino también de la inmaculada sociedad civil. Porque en la calidad y frecuencia de los actos violentos se puede descubrir el fracaso de las religiones para moldear conductas civilizadas, respetuosas de la vida propia y la de nuestros semejantes. Porque las religiones sirven también para justificar la delincuencia y sus actos vandálicos. El culto a la "santa muerte" y al "santo" sinaloense Jesús Malverde no son sino las claras y evidentes manifestaciones de esos vínculos sociológicos y psicológicos, que sabemos incluyen, asimismo, los de los capos con la alta jerarquía católica, así como el de El Lazca y la "familia michoacana" con otras religiones cristianas.
La violencia en nuestro país también pone al descubierto otros problemas sobre los cuales se guarda un hipócrita hermetismo. Y dos aparecen íntimamente ligados. Uno es el fracaso del sistema educativo. Sin lugar a  dudas los estudios truncos y la baja calidad del aprendizaje, en conocimientos y valores cívicos, en mucho abonan no únicamente a la incorporación de malos estudiantes y malos ciudadanos a las filas de las actividades delictivas que no exigen, sino al contrario, de altas competencias profesionales e institucionales. La pésima educación también contribuye a la solución de conflictos y rivalidades por la vía de la violencia, toda vez que, además, recurrir a las autoridades en busca de la aplicación de las leyes y a las reparaciones legales y justas resulta una quimera.


El otro gran problema es el de la desintegración familiar que se agudizó a partir de las crisis económicas recurrentes, en particular las provocadas por José López Portillo y por Carlos Salinas de Gortari. Las dos quiebras del país destruyeron las clases medias, vía la desaparición de millones de empleos y quiebras empresariales y de patrimonios familiares, lo que obligó a las familias a buscar estrategias de sobrevivencia que rompieron el núcleo familiar, Marcadamente en 1976 y sobre todo en 1982, millones de hombres, jefes de familia, perdieron su empleo, cuestiones que abrieron el mercado femenino de mano de obra a escalas mayores. Desvalorización del hombre, empoderamiento de la mujer y la obligación de contar con los dos ingresos, de papá y mamá, para recuperar el nivel de ingreso y el estatus perdido, propiciaron el abandono del cuidado de los hijos reduciéndolo sólo a los cuidados escolares por maestros que , a su vez, sufrían también los embates de la crisis.

La lucha cotidiana para la sobrevivencia se hizo feroz. Sueldos más reducidos para las mujeres, que sufría además acoso sexual para conseguir y mantener su trabajo y mejores salarios. Abandono de hogares de hombres lanzados al desempleo y a la venganza de las infidelidades o simplemente a asumir la irresponsabilidad de sus conductas sexuales con el pretexto de su posición dominante machista. Aseguramiento de empleos y prevendas de estructuras corporativas en medio de un mundo que cambiaba por efectos del libre mercado y la competencia y la competitividad internacionales, así como el abandono de las responsabilidades del Estado, por falta  de recursos y por su afán de mantener el stato quo y su poder hegemónico. Falta de empleos formales y salarios castigados con el pretexto de resolver las crisis protegiendo los interese del capital, sin ver que los despidos masivos y los salarios deprimidos debilitan el mercado interno y por ende las mismas ganancias empresariales. Es en este contexto en que se va generando la estructura de la violencia, que por supuesto no inicia en el año 2000 y tampoco por combatir el crimen organizado. Si, tal vez el PAN no ha sabido cómo resolver estos problemas desde el gobierno federal, pero en los estados la responsabilidad es compartida e inclusive en algunos la culpabilidad es de un solo partido, pero desde luego que en este infierno todos tenemos una mayor o menor responsabilidad. Ni se ganará ni se perderá esta supuesta guerra, ni desaparecerá la violencia en los próximos dos años, porque su estructura está sostenida por relaciones sociales diversas y con problemas que requieren, cada uno, soluciones específicas y que demandan de tiempos diferentes.








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