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Flatulencias del lenguaje político

Por Francisco Montfort Guillén

En el artificio de la lengua, en la conexión entre pensamiento, realidad y lenguaje, en el respeto a los otros diferentes, que son nosotros mismos descansa la primordial herramienta de la política: el discurso. Si éste es inadecuado, la comunicación desaparece y la vinculación entre dirigentes y dirigidos se debilita, provocando la inacción colectiva y exacerbando las diferencias y los conflictos.

La palabra en política jamás resulta inocua. Daña el discurso construido con mentiras y engaños. Perjudica el mensaje elaborado con lugares comunes, con palabras desconectadas de la realidad, dichas sin convicción mientras el rostro refleja incomprensión  y hasta temor. Hieren las palabras arrojadas al caldero donde se cocinan la descalificación, el odio, la revancha, la disputa.

Hasta antes de la aparición de la fotografía, el poder era visible sólo para unos cuantos y la pintura y la escultura representaban a hombres políticos y de gobierno magnificados, sin defectos, asociados a las mitologías de los grandes héroes o dioses. La fotografía permitió la representación real de los poderosos. La prensa asoció sus  imágenes y discursos. La radio les dio voz y simultaneidad. Con el cine adquirieron movilidad. La televisión conjuntó todos estos elementos y colocó a los políticos dentro de las casas de los gobernantes. El influjo de la televisión ha provocado el abuso de los políticos por sus deseos de reconocimiento, de notoriedad y de fama. Ganar las ocho columnas, ser la noticia del día todos los días es el propósito que guía sus pasos.
Con su retórica envenenada exacerban y manipulan los sentimientos de las personas. Causan en la sociedad divisiones y enconos. Retórica de la guerra, la descalificación y finalmente del dominio: una sociedad abrumada por los problemas cotidianos, incapaz de pensar siquiera la causa de esos problemas se ve lanzada a la lucha fratricida.

En un momento en que nuestro discurso se ha vuelto tan fuertemente polarizado, en un momento en que estamos demasiado dispuestos a echarle la culpa de todo a los que piensan diferentes a nosotros, es importante hacer una pausa y asegurarnos de que estamos hablando entre nosotros de una manera que cure no de una manera que lastime. Estas palabras a la letra, describen nítidamente la realidad mexicana. Y sin embargo, fueron pronunciadas por Barack Obama, como crítica de la situación política en Estados Unidos.

A propósito de la tragedia de Tucson, Arizona, el presidente norteamericano afirmó: si estas muertes “ayudan a marcar el comienzo de más civilidad en nuestro discurso público, recordemos que no se debe a que una simple falta de civismo causó esta tragedia, sino más bien a que sólo un discurso público más civilizador y honesto puede ayudarnos a afrontar nuestros desafíos como nación, de una manera que nos haría sentir orgullosos”. Esta reflexión está ausente en México. Las bravuconadas de Humberto Moreira, el nuevo presidente del PRI, y las respuestas de los funcionarios panistas sólo reflejan ausencia de reflexión crítica y de conocimiento profundo y sereno de los problemas del país. Al instituir la descalificación de los rivales, hasta convertirlos en enemigos, el “nuevo” dirigente priista refuerza divisiones y antagonismos tanto estériles como peligrosos.

Si en verdad H. Moreira y los priistas buscan resolver los problemas que ellos mismos crearon, y que desde sus perspectiva los panistas son incapaces de resolver, con sus actuales mayorías parlamentarias y de gubernaturas, los tricolores, pueden iniciar este año las reformas que solucionen en buena parte los males del país, y cuya elaboración y puesta en práctica les favorecerá su posible gestión pública federal a partir de 2012. Y si de verdad son tan capaces como afirman ¿por qué no han solucionado los graves problemas que han provocado en los estados de la república que gobiernan? Si actúan en este sentido, todos los mexicanos les agradeceremos sus acciones. Las incapacidades y corrupciones panistas no requieren más exhibición. Están a la vista de todos. Al menos en Veracruz, en donde sus actuaciones provocan, cuando menos, un profundo malestar ético.

















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