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Del quesó-rdido al queso-plón


Por Francisco Montfort Guillén


La realidad crea sus propias metáforas. Así nos ayuda a entender mejor su complejidad, a través de figuras mentales que definen la complejidad de un hecho o un acontecimiento. La barbarie de Monterrey, el ciego delirio de las acciones humanas en contra de sus congéneres produjo, también, la aparición en escena de la milagrosa imagen del queso Oaxaca, como elemento significativo de la situación vivida. Es posible imaginar un queso gigantesco que aplastó la vida de decenas de personas. Para remover el pesado queso se necesita conocer su estructura. Y en ese momento, paso a paso, va descubriéndose que resulta imposible  conocer el todo, por su sola apariencia, que no es un bloque monolítico ya que se encuentra formado por  hebras que están entretejidas,  cada una sigue un camino propio, pero resulta indiscernible del conjunto.

La situación mexicana ha querido ser explicada con simplificaciones groseras y por eso mismo más digeribles que los quesillos oaxaqueños. Evadimos la gran pregunta por temor y por hipocresía: ¿es todavía posible distinguir claramente entre delito y política? La realidad presenta, sin subterfugios, sus hechos, en un tejido social que no resiste la burda culpabilidad de los miles de muertos cargados a «la guerra de Calderón» o la culpabilidad de los militares y marinos en la escalada de violencia, aunque por supuesto, no los libera de sus responsabilidades. La escalada de violencia en México, no surgió por generación espontánea ni por una invasión extranjera, a pesar del componente de internacionalización de las actividades criminales. La inseguridad derivada de los actos de barbarie, que a su vez son alimentados por delincuentes organizados y/o espontáneos, creció en un país que durante tres décadas produjo crisis económicas que destruyeron millones de patrimonios, desapareciendo las clases medias, engrosando los ejércitos de miserables y provocando la formación de unos pocos multimillonarios; la gran violencia surge en una sociedad consumida por un todavía creciente ilegalismo; la privatización de la violencia; la desconfianza en sus autoridades y policías, jueces y ministerios públicos; la masificación de la corrupción de policías y autoridades del sistema carcelario y procuración, administración  e impartición de justicia; la imparable actividad de contrabando y falsificación de productos que invisibilizan a los sistemas aduaneros y de policías especializadas, y finalmente, pero no menos importante, la conversión del Estado en una cleptocracia, sobre todo en los gobiernos estatales y municipales.

La hebra de la violencia está más a la vista, al igual que la incompetencia, la incapacidad y falta de profesionalismo de los delincuentes. Otra hebra ya menos visible conduce a las relaciones entre las autoridades operativas (cuya función pública consiste en mantener el orden, proteger a los ciudadanos y combatir a los criminales) con los delincuentes. Policías municipales y criminales forman una estructura a la que se suman los policías ministeriales.

La hebra que une al gobernador de Nuevo León y al presidente municipal de Monterrey con la situación de violencia e inseguridad pasa por la incompetencia e irresponsabilidad en el ejercicio de sus funciones, cuando no por omisión en el combate o la presunta  vinculación con las redes delincuenciales, directamente o a través de terceros.

Para el gobierno federal la hebra está formada por la mala calidad de las leyes elaboradas por el Poder Legislativo, los reglamentos inadecuados del Poder Ejecutivo, la deficiente selección de los beneficiarios de los permisos para operar casas de juego, la ausencia de control sobre el mercado legal o ilegal de los permisos, el disfuncional sistema de control y vigilancia del funcionamiento de los casinos y la pésima coordinación, para esos fines, con los gobiernos estatales y municipales.

La otra hebra toma el camino de las fallas de los magistrados y jueces quienes, a pesar de las irregularidades que han permitido un juego obsceno con los amparos, han sido incapaces, cuando no cómplices, de un mercado gris, en esta actividad de ludopatía que se desenvuelve sobre un inicio legal aunque frágil y una continuidad de ilegalidades e irregularidades sin que la procuración, administración y ejecución de la justicie sirva a sus verdaderos propósitos.

El queso oaxaqueño de los casinos regios evidencia un nudo entretejido de incompetencias, ilegalidades, irregularidades operativas, omisiones y esa actitud tan mexicana que los antiguos llamaban dejadez. La indolencia, el valemadrismo sazonan un queso sórdido, putrefacto, que a diferencia del Cabrales o el Rochefort, despiden un aroma de degradación de las personas y las instituciones que los vuelve vomitivos.

El cuajo que solidifica este queso pútrido es el queso-plón. Porque frente a la tragedia todos los actores, privados y públicos, han llamado a retirada para no asumir sus responsabilidades y sí en cambio se convierten en soplones para denunciar a los demás, a sus enemigos personales o partidistas. Mientras tanto, la sociedad regiomontana en particular, y la mexicana en general, conoce los tejidos de corrupción, incompetencia y complicidades entre autoridades y delincuentes sólo cuando surge una tragedia (Guardería ABC en Sonora, discoteca Lobohombo o News Divine en el DF, Casino Royale en Monterrey) o cuando la situación de complicidad delincuencial se vuelve insostenible, como en las actividades del grupo criminal Los Zetas en el estado de Veracruz.

En ninguno de estos casos, y cientos de miles que se pueden ejemplificar, ha existido la actuación correcta, legal, competitiva de las autoridades. Antes al contrario, los funcionarios públicos y políticos han sido parte de la compleja red de corrupción e incompetencia. Por estas y otras causas, los ciudadanos no creen en las autoridades y no les tienen confianza. Ahora pretenden remediar lo que otros funcionarios y políticos pudrieron. Con este desorden resulta imposible el sano desarrollo de la sociedad mexicana que ya no quiere queso sino salir de la ratonera.


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