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AMLO: ayatola, mártir, lobo, operador

Por Francisco Montfort Guillén

Entrarán a jubilación las estrofas combativas de nuestro himno nacional, propias de un país a la defensiva, agredido y dispuesto a convertirse en una nación y sobre todo en una verdadera Patria (madre y padre al mismo tiempo) para todos los mexicanos. Pasarán a retiro Jaime Nunó y Francisco González Bocanegra. La Nueva República, viejo sueño de Porfirio (el aferrado al poder, pero el de este siglo), cantará como himno All you needs is love y The Beatles pasarán a formar parte de nuestros Hombres Ilustres. Los uniformes escolares, del personal de salud, de los trabajadores de las empresas estatales, las ropas de los empleados, funcionarios gubernamentales y políticos serán de la marca Benetton para dejar constancia de su inclinación a vivir Sin Odio (UNHATE).

«Todo lo que necesitamos es amor» y «honestidá» para crear millones de empleos ¡millones! durante los primeros 100 días de la nueva República Amorosa, de acuerdo al predicador. La transición mexicana tiene un giro inimaginable, impensable e inédito. La democracia mexicana hará que el gobierno se mueva del nacional-catolicismo al nacional-cristianismo. La autollamada izquierda (en realidad los verdaderos herederos del capitalismo de Estado corporativo del Tata Lázaro) deja atrás la separación iglesia-Estado. Ahora nos ha dado la certeza de que la cultura laica será cosa del pasado decimonónico. La República Amorosa estará sustentada en los valores cristianos, no en los que corresponden a la religión laica de la política democrática en torno a la libertad, igualdad, fraternidad, solidaridad, mutualidad.

La militancia de la autollamada izquierda ha vivido un nuevo milagro de revelación divina. A sus líderes se les apareció el Moisés Demoscópico para leerles las tablas de la Popularidad y el Posicionamiento. Sólo ellos conocieron los cinco nuevos mandamientos de la Revelación Encuestadora. Los militantes y simpatizantes nada saben del acuerdo político entre sus dos Mesías. El Tropical, responsable de la conducción del pueblo bueno hacia la tierra prometida, del edén amoroso. Y el nuevo Mesías del Altiplano, este último encargado de asegurar el dominio sobre la meca, sobre la cuna de la civilización cristiano-nacionalista, en el Antiguo Régimen supuestamente liberal, para defenderla de los asaltos de los nacional-revolucionarios y los católicos-demócratas.

No debiera sorprendernos este nuevo episodio de la religiosidad política mexicana. Gracias a la influencia religiosa católica ha sido posible formar un pueblo con  mentalidad redentora. El Estado mexicano como el sujeto que redime a un pueblo por medio de su sistema de gobierno, de origen nacional-revolucionario, basando su ideología en la aceptación natural de la pobreza en tanto factor cultural de pertenencia al pueblo bueno, del pueblo que sufre, que llora pero que es feliz, noble y dócil: un pueblo formado por millones de Cantinflas, de Pepe El Toro, de Chachitas, de Chorreadas, de Campeones sin Coronas. Bienaventurados los pobres… porque ellos recibirán una credencial del PRI, del PAN o del PRD para que sanen sus enfermedades, cubran sus carencias, remedien sus pobrezas mediante los programas de apoyo social de los gobiernos redentores.

El «pueblo bueno» será salvado por el Mártir del Calvario Electoral, el ofendido por las instituciones, la víctima del robo de votos, el agredido por los medios de comunicación y sus contrincantes, el honesto y sufrido, el austero y republicano que al igual que los pobres es bienaventurado porque lucha contra los malos ricos, mafiosos sin escrúpulos que no han podido corromperlo. Representa su propia película nacional: es el Mario Moreno, el Pedro Infante que personifica la felicidad.

La sagacidad del líder predicador será puesta al servicio de fundar un nuevo régimen. ¿Con cuáles elementos? Con la «honestidá y la igualdá» de su «República Amorosa» en la cual el «pueblo bueno salve al pueblo bueno». No será la construcción de un sistema democrático para los ciudadanos, en donde los individuos, las personas tengan libertad para decidir y construir el proyecto de vida que más les satisface y que son capaces de llevar a la práctica. No es la república federal y liberal soñada y ejercida durante la Reforma por los hombres y mujeres que nos construyeron el sentido de Patria.

La aspiración de la autollamada izquierda, en el proyecto de su inicial Mesías, es la reconstrucción de un pasado de capitalismo de Estado, corporativo y asistencialista. AMLO se ve a sí mismo como la fusión de figuras históricas de sus antepasados los revolucionarios. Aspira a ser  el nuevo Plutarco Elías Calles, el fundador del régimen convencionalmente llamado nacional- revolucionario y el nuevo Tata Cárdenas, el constructor del sistema convencionalmente llamado priista, si bien su nombre proviene del alemanismo. No está en su horizonte, ni siquiera, las iniciativas del nuevo Mesías del Altiplano en sus políticas de género, de diversidad sexual, de matrimonios heterodoxos. ¿Es viable la fundación de este tipo de república? ¿Es este tipo de proyecto el que le conviene a la sociedad mexicana?

Quienes apoyaban la idea y el proyecto de impulsar una candidatura de tipo socialdemócrata moderna se han quedado en una situación incómoda. Los intelectuales abajo firmantes que suscribieron los apoyos a Marcelo Ebrard (José Woldenberg entre otros) y algunos otros connotados escritores liberales como Enrique Krauze y Jesús Silva-Herzog Márquez  difícilmente apoyarán a López Obrador y no tanto por sus afectos personales, sino porque el proyecto cristiano-revolucionario de López Obrador lo estiman contraproducente para el bien de la democracia liberal.

AMLO no es un peligro para México, pero sí lo es para los proyectos de continuidad y cambio enarbolados por el PRI y el PAN. Lo es porque el lobo es un gran operador y capaz de seducir a parte de la sociedad mexicana cansada de los gobiernos federales panistas y, antes, priistas. No son pocos los autodenominados «progresistas» dispuestos a olvidar las verdaderas conductas y la manera de ser de Andrés Manuel. Para ellos, el predicador del amor sólo cambiará el discurso, las apariencias de sus conductas para tratar de ganar las elecciones. Como dice Jorge Castañeda: «Apuesto a que muchos de los que sí le encontraron atributos de renovador de la izquierda, del Lula mexicano, en Ebrard el «Ulises nahuatl», el héroe del autosacrificio, convertido ya en el Mártir de la Unidad de los nietos de Don Plutarco y de Don Lázaro (…); hoy van a descubrir esas virtudes en el propio AMLO. Van a congratularse de que ya fue a Estados Unidos y España; que se reúne con empresarios; que ya tiene un discurso para las clases medias; que se va a comprometer a no hacer plantones ni mandar a las instituciones al “diablo”. Allá ellos. Lo único que muere después de la esperanza es el “autoengaño”. (AMLO “reloaded”, Reforma, 17/XI/11).

Si existen dudas de que a los adultos se nos dificulta cambiar nuestra manera de ser, recordemos la primera propuesta que ya ofreció públicamente AMLO para que los dirigentes de los partidos que lo apoyan se registren como «candidatos juanitos» o candidatos «patitos». Los dirigentes del Partido del Trabajo ya aceptaron y el dirigente de Movimiento Ciudadano (antes Convergencia) lo hará en breve. Es una burda patraña para darle vuelta a la ley y disfrutar de las prerrogativas electorales de las precampañas. AMLO acusa que lo hace así porque la ley es «injusta». Tiene razón. Pero los cambios a esa ley que hoy volverá a burlar fueron diseñados por sus afines, desde el rencor y el revanchismo que él personalmente construyó durante el proceso electoral de 2006. Y la «injusticia» es para todos, menos para los partidos, que se quedaron con las subvenciones gratuitas en los medios de comunicación y aumentaron sus prerrogativas económicas para sostener sus burocracias, comprar votantes y pagar sus estrategias electorales «por tierra». Los perjudicados fueron los ciudadanos y el ejercicio de la libertad de expresión, disminuidos en sus derechos y ejercicio.

Aunque ahora se ven remotas, las posibilidades de que gane AMLO pueden eventualmente crecer hasta colocarlo en posición de triunfar. Si este fuera el caso, más vale discutir en serio sus propuestas. Es evidente la necesidad de realizar profundas reformas en el sistema. También lo es el cansancio, el fastidio y la repulsa de millones de mexicanos respecto a la situación actual. De aquí que una campaña inteligente puede posicionarlo como una esperanza de cambio, que sin dudas él representa. Y algunas de sus propuestas son más que atendibles: son necesarias. AMLO ha profundizado su ideología político- religiosa y resulta preocupante su papel como ayatola del cristianismo-revolucionario, que en poco se parece al protestantismo descrito por Max Weber como promotor del espíritu del capitalismo.









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