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Gobernar

Por Francisco Montfort Guillén

Las organizaciones sociales complejas presuponen la facultad de auto-organizarse. Pero su misma complejidad exige de una gobernación que las comande. La afortunada complementariedad entre una dirección y una organización competitivas ofrece como resultados instituciones públicas y organizaciones privadas exitosas. Sin un liderazgo competente, cualquier organización pierde eficiencia y eficacia.

La verdadera democracia exige, en consecuencia, no sólo que los procedimientos institucionales de elección sean legales, equitativos. Los partidos están obligados a proponer y respaldar a candidatos con el perfil adecuado al puesto que desempeñarán en el poder ejecutivo o en el legislativo. Los ciudadanos, por su parte, están en la obligación de analizar, evaluar y elegir no al «candidato de sus preferencias políticas» sino a la persona que en ese momento resulte la más adecuada para resolver los problemas del país, del estado o del municipio. Las libertades de los partidos para proponer candidatos y las libertades de los ciudadanos para elegir deben tener como horizonte el bien de la república, no las camarillas de militantes y amigos del candidato ganador.

Cuando la organización presenta debilidades y amenazas fuertes para su evolución y desempeño, aumentan las exigencias de los responsables de conducirla. Es el caso de la sociedad mexicana. La situación actual exige otorgarle menos peso a las consideraciones ideológicas y partidistas que entran en juego en las elecciones políticas. Las crisis entremezcladas que agobian a nuestra sociedad debieran obligar a los ciudadanos a dar mayor peso en sus análisis al escrutinio de las cualidades y fortalezas de los candidatos a la presidencia de la república.

No se trata de seleccionar al individuo  que pueda estar por encima de las instituciones, ni que éstas ahoguen el liderazgo que toda gobernanza exitosa exige. El equilibrio entre organización institucional y liderazgo personal resulta fundamental en este momento histórico. Conjugar la racionalidad de la gestión o administración pública con la lógica de la política es el gran desafío de las sociedades. Cuando lo construyen, el resultado es un savoir-faire sobre lo público que catapulta el desarrollo, la modernidad y la democracia hacia nuevos niveles de acción histórica.

De acuerdo a nuestras experiencias históricas será difícil aspirar a que nos gobierne el príncipe filósofo, pero sí es factible detener el ascenso de los príncipes idiotas. No podríamos nuevamente llamarnos a engaño si equivocamos la elección del presidente. Escribe Andrés de Luna: «¿De Vicente Fox qué podría pensarse? Ni siquiera en una pesadilla, luego de ingerir un kilo de carnitas y dos tortas guajolotas por la noche, se podría imaginar al ex Presidente con un libro en la mano. El guanajuatense fue inhóspito ante las letras y la inteligencia, Fox tuvo por único refugio la tontería a flor de piel, la genuina, la que brota desde el fondo del alma». (Letrados e iletrados, Enfoque, Reforma, 15/I/12).

Nuestra realidad sociocultural está muy alejada de las realidades europeas. Lo cual no obsta para que nos sirvan como referentes. Václav Havel afirmaba a propósito de sus compatriotas: «Soy de un país lleno de impacientes. Quizá son impacientes porque llevan tanto tiempo esperando a Godot que tienen la impresión de que ya ha llegado. Ese es un error tan fundamental como esperarlo. Godot no ha llegado… A veces nos hace falta hundirnos en lo más profundo de la miseria para reconocer la verdad, del mismo modo que nos hace falta caer hasta el fondo del pozo para descubrir las estrellas». (André Glucksman. Václav Havel es la Europa del futuro, El País, 3/I/2012). El líder checo se negó a fungir como Mesías, a vivir en la mentira, a realizar una «cacería de brujas» en contra de los comunistas de su patria, en la cual casi todos fungían como vigilantes, como delatores. Propuso y construyó salidas para la convivencia entre los checos, otorgó fundamentos a la regeneración del poder desde una visión anclada en el humanismo europeo, la mejor tradición cultural de occidente.

El filósofo francés describe así al escritor y jefe de Estado: «La modestia rigurosa de Havel… le impedía mezclar cielo y tierra… La fortaleza de Václav Havel, la fuerza de la disidencia, ese “poder de los sin poder”, fue lo que el filósofo Patocka denominó “solidaridad de los quebrantados”. Un hombre que aquel intelectual que tanto inspiró a Havel explicaba con detalle: “Quebrantados porque se ha sacudido su fe en la luz, la vida, la paz…”». Nuestra sociedad está sin bases para expresarse así de alguno de sus políticos y no por falta de ganas: lo que faltan son los seres humanos dedicados a la política con las cualidades intelectuales, morales, éticas que la inspiren.

Con lo que cuenta la sociedad mexicana es, por ejemplo, con «Un frasco peligroso:… Enrique Peña Nieto es un frasco sin etiqueta porque carece de contenido propio… Peña Nieto será lo que otros viertan en el recipiente. Es un envase, un frasco vacío. ¿Alguien puede dudar del peligro que significa beber de un frasco sin nombre? Lo advirtió Manlio Fabio Beltrones y creo que tiene razón: un político sin ideas es un político peligroso… sus respaldos provienen de su vacuidad. ¿Qué mejor para los grupos de interés en México que patrocinar a un político atractivo que no representa el inconveniente de pensar por sí mismo?...: no solamente se trata de un político ignorante, sino de un político sin fibra, un cartón sin constitución propia, un estuche sin esqueleto… El tropiezo de Peña Nieto no lo convirtió en un político temible sino risible… se ganó la peor de las descalificaciones para un hombre que aspira al gobierno: el ridículo… el candidato priista perdió algo más que la imagen de vulnerable: perdió respetabilidad». (Jesús Silva-Herzog Márquez, Un frasco peligroso, Reforma, 9/I/2012).

Sergio González Rodríguez  ejemplifica magistralmente los dichos de Silva-Herzog Márquez: «… se acaba de publicar una novela notabilísima, de un narrador que está llamado a llenar el hueco que Juan Rulfo dejó en las letras mexicanas: México, la gran esperanza, del mexiquense Enrique Peña Nieto. La novela de Peña Nieto, editada por Grijalbo, es producto de un ambicioso plan de reescritura:… para ubicarse como el mayor esfuerzo creativo que algún escritor haya consumado en lo que va del siglo. Novela de formación de un carácter, bildungsgroman forjada en Toluca… México, la gran esperanza ha recibido el beneplácito de de otros distinguidos maestros de la ficción mexicana, como el coloso de la fantasía, Carlos Salinas de Gortari, y el reconocido estilista de la lengua Mario Marín. Narrativa, no política es lo que necesita el país. Relatos ficticios y nada de hechos… basta de atacar al joven narrador; basta de enconos, que ningún rencor manche su genialidad, déjenlo ser y… llegar». (Novela de la década, El Ángel, Reforma, 15/I2012).

La realidad mexicana es descrita así por Andrés de Luna: «Se sabe que ni en la izquierda ni en la derecha el signo del saber es algo que se muestre iluminador. Más bien, estos políticos “restablecen la antigua ignorancia”. Son portadores de la vaguedad intelectual que requiere de “escribidores” asesores y toda una variedad de matarifes de los saberes y de las palabras».

André Glucksman habla de Havel de esta manera: «El disidente no es una noble alma indignada que vocifera desde el pedestal de su virtud presuntamente perfecta, sino que es alguien que ha sabido volver su indignación contra sí mismo y contra los sueños complacientes con los que había alimentado hasta entonces la pasividad general y la complicidad individual. El enemigo no es un demonio maloliente ni el sistema todopoderoso, sino nuestra servidumbre voluntaria, esa afición tan común a cerrar los ojos y dormir tranquilos, suceda lo que suceda». ¿Estará enterado Andrés Manuel López Obrador de estos conceptos? ¿La izquierda contará con intelectuales que piensen por fin por sí mismos?


















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