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Goles por la educación: artículos no indexados

Por Francisco Montfort Guillén

Para Raciel D. Martínez

La historia de la modernidad puede rastrearse en las trasformaciones de la redondez maternal de una pelota. Sería la narración de un juego infantil que se convierte en pasión adulta. Y el relato sobre la felicidad o frustración de millones de personas originadas en la esférica imagen de una red fugazmente embarazada.

En el principio fueron la manufactura y el desenfado de golpear una pelota, sin reglas ni espíritu de competencia. Después, la unión de un conjunto mínimo de reglas básicas y un espacio geométricamente dibujado y equitativamente distribuido. Así surge la plataforma del futbol. Será el deporte de la retórica estética de la instantaneidad, reproducción mundial de un arte abstracto y figurativo escenificado con jugadas irrepetibles, imposibles de mecanizar y que constituyen el material inagotable de narrativas y exégesis.

Con la gran industria, las proles urbanas se entretenían y ejercitaban con un deporte sin apoyos tecnológicos. Los uniformes, eran trajes informales; el calzado, botines refinados de los zapatos obreros; el balón, un surcido talabartero de cueros apenas curtidos, con una abertura para anidarle una cámara de hule que recibía, mediante un largo cordón umbilical, el oxígeno que los “hinchas” le introducían a pleno pulmón o con bombas manuales. Inflado el balón, el cordón umbilical de la cámara era escondido bajo una lengüeta. El resoplido acumulado de los “hinchas” era protegido con una sutura gruesa, propia de una cirugía de carnicero, mediante una correa de cuero entretejida y suficientemente fuerte para no dejar escapar el aire.

Para patear aquellos balones y rematar o rechazar “centros” y “disparos” con la cabeza, se requería no sólo de amor al futbol, sino poseer mucha fuerza y demostrar gran valentía, sobre todo cuando llovía y el balón empapado se convertía en deformada bala de cañón. De esa época provienen las raíces grecolatinas del futbol: “el cañonazo”, “el trallazo”, “el obús”, “el fusilamiento”. No eran abundantes los golpes al balón que alcanzaran esta categoría, pues pocos jugadores tenían la fuerza y la destreza para realizarlos. Cuando los delanteros lograban esta hazaña, los defensas mostraban la prudencia necesaria para no malograrlos y dejaban pasar el balón. En esa época los porteros iniciaron su propia leyenda: con esos goles se convertían en estatuas, listos para posar frente a una cámara que no capturaba el movimiento instantáneo.

Una nueva etapa de la modernidad dio inicio con la aparición del balón sin la sutura de la correa, todo cerrado, con válvula en lugar de cordón umbilical expuesto. Todavía eran naturales, pero el cuero empezaba a adquirir la textura de la piel. El talabartero cedía su lugar al marroquinero, y para evitar su trasformación en bala de cañón antiguo, antes de los partidos con amenaza de lluvia, el balón podía ser encerado.

Persistieron los “obuses”, y aparecieron los “romperredes”: en México, Panchito Flores y el Bigotón Jasso, con el Guadalajara; en Brasil, Pepe, extremo izquierdo del Santos, y en el Real Madrid, F. Puskas. Apareció la asombrosa  revolución del fútbol en 1958, que fue fruto de la habilidad e imaginación brasileñas. Modificaron la estrategia (4-2-4). La magia negra de Pelé inició su reinado. La samba hizo su aportación. Un jugador, cuyo nombre designa la delicadeza, Didí, enseñó al mundo dos teorías. Una, si el balón es de piel de vacuno, entonces tiene que mantenerse a ras del pasto, praxis que enloqueció a los europeos. Dos, para burlar la valla humana que defiende la portería en los tiros de castigo, no es necesario “fusilar” a los defensores. Didí maravilló al mundo cuando demostró que de su pié salía un balón que pasaba por encima de la barrera, se mecía en el aire y descendía lo suficiente para “incrustarse en las redes”.

Una nueva etapa de la modernidad la marcó otro brasileño. Con los aportes tecnológicos que renovaron canchas, vestimentas, preparación física y muchas cosas más, apareció el balón fruto del aceite del subsuelo, inflado mediante combinación de gases, formado no con gajos, sino con pentágonos de colores y repelente al agua. Este artefacto no servía ya para tumbar defensas como si fueran soldaditos de plomo. Roberto Carlos, el defensa brasileño, convirtió el nuevo balón en el espanto de Fabian Barthez (portero francés, al que le hizo total y definitiva su pérdida de cabello) y en el asombro de los científicos.

El New Journal of Physics publicó un artículo de Chistophe Clanet, director de la investigación El tiro libre de Roberto Carlos. Un grupo científicos de l´ École Politechnique de Paris, se dio a la tarea de comprobar si el guardameta francés fue víctima de la ciencia, o de un embrujamiento, o simplemente pretendía inaugurar una nueva era de los porteros convertidos en estatuas: no hizo nada para detener el muy lejano disparo del brasileño. No movió su cuerpo. Sólo giró la cabeza y se le desorbitaron los ojos. Pensó que los franceses enloquecían al gritar ¡but! a un balonazo que el creía había pasado cercano al banderín del corner.

Roberto Carlos, en el Stade de France en 1997, unió la fuerza de Pepe, el santista, y la hoja muerta de Didí, el botafoguense. No intentó provocar pánico en los defensas para que dejaran pasar el balón. Tampoco pretendió pasar el esférico tan alto que hiciera inútil el brinco de los defensas. Decidió impulsar el balonazo por el costado izquierdo de la valla defensiva. Los defensas sonrieron aliviados al ver pasar el balón tan inverosímilmente lejos de ellos. Los franceses hubieran pensado, de ser mexicanos: (a Roberto Carlos) “le salió un churro”. Voltearon hacía su portería y en ese momento sintieron la desolación, inutilidad y soledad que habían vivido sus antepasados en la Ligne Maginot.

La jugada no fue una chiripa o el resultado del “sí se puede”, el “échenle ganas” o el “vamos muchachos”. Los físicos franceses lo conceptuaron como “el gol que desafío la física”. Adiós a la época de los tiros con “chanfle”. Se inició la época del “Rulo de Caracol”, como nombraron los científicos a esta trayectoria, “ya que aumenta la curvatura a medida que la pelota gana distancia”.

¿Qué hicieron estos científicos ociosos, ocupándose de estudiar un gol de tiro libre, renunciando a ganar un suculento “bono de productividad”? Chistophe Clanet y su colega David Quere querían saber si el but magique, que pegó en el corazón de la vanidad francesa, era una hazaña futbolística del azar y de la magia negra brasileña, o si el “rulo de caracol” tenía explicación científica. Y la encontraron como parte de la teoría de las trayectorias de las balas. No tuvieron la osadía mexicana que hubiera conducido a los físicos a intentar repetir el tiro ellos mismos. Tampoco armaron un proyecto para capacitar a otros “tiradores de tiros libres” y así presumir su distribución social del conocimiento. Hicieron algo más sensato, menos costoso y más productivo (aunque no ganaron ningún premio de productividad).

Los físicos franceses “simplificaron el problema: se valieron de pelotas de plástico que tuvieran la misma densidad que el agua”. Simularon, bajo el agua, el tiro libre de Roberto Carlos. De esta manera eliminaron los efectos de la turbulencia en el aire y la fuerza de gravedad. Con esto lograron revelar la trayectoria pura de una esfera giratoria. Esta espiral ideal la consiguió el brasileño, a pesar de los efectos de la gravedad, minimizándolos con la fuerza de su disparo.

El secreto clave, según los ociosos científicos franceses, está en la distancia que recorrió la pelota. Así lo expresó el físico C. Clanet: “Si la distancia no es suficiente, sólo puede verse la primera parte de la curva…pero si la distancia es la correcta… la curva se cierra y se ve la trayectoria completa”. Total: “la investigación demostró, (en el marco teórico  de la trayectoria de las balas, descubrimiento de la trayectoria de la pelota y matematización de la ecuación que la describe) que el rumbo de una esfera que gira sobre sí misma es una espiral”.

La era posmoderna se inauguró con la aparición del jabulaninazo. La marca el  debut del quark zulú en Sudáfrica. El Jabulani es un balón con un comportamiento tal que sólo puede ser explicado sobre las bases de la física cuántica. Se desplaza como onda y como corpúsculo. El “balón quark” fue casi dominado por los españoles. Ésta fue su ventaja, la base real para que “campeonaran”.

Este inicio de la posmodernidad no produjo goles asombrosos. Al contrario. Provocó el ridículo de muchos jugadores de gran reputación. Los “osos” estuvieron presentes en todos los partidos, inducidos por la contribución de la física cuántica y tal vez con la ayuda de la magia africana. Los jugadores mexicanos, todavía instalados en la modernidad de la física clásica, de los escándalos provocados por la moralina del comentarista Carlos Albert, de la manipulación de Televisa y de la estrategia de la “importancia determinante del 10”, esgrimida por Manlio Fabio Beltrones, hicieron lo correcto para no jugar “el quinto partido”. Jugarlo los hubiera colocado ante el peligro inminente de realizar una hazaña: entrar a la fiesta de la sociedad del conocimiento, “haiga Salcido como haiga Salcido” en los brazos la Quark Yamille, que se comporta unas veces como mujer y otras veces como hombre, y bajo la sombra de “Todo el Poder” para Rafa Márquez.

En estas condiciones de distribución social  del conocimiento, con Diane Gendron, Karina Acevedo- Whitehouse y Agnes Rocha-Gosselin recibiendo uno de los premios científicos IG-Nobel por su investigación excéntrica y original sobre un “método para recoger moco de ballena”, nos estamos tardando para promover la entrega de un Doctorado Honoris Causa para Manuel Lapuente, que afirma haber conjuntado en el América las virtudes defensivas del Inter de Milán, y las ofensivas del Barcelona. O, ya de perdida, otorgárselo a la PGR, para reforzar su autoestima, después de perder por goliza el juego contra el crimen organizado, con un récord insuperable: 32 a 0. ¿Sería muy vanguardista instaurar el Premio al Mérito Académico El Michoacanazo, para apoyar la distribución social de las órdenes de aprehensión fallidas?



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