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¿Quiénes hacen posible lo imposible?

Por Francisco Montfort Guillén

La experiencia del conocimiento es única, personal e intransferible. Es una cualidad emergente de la organización biofísica del ser humano. Con base en ella producimos, y hacemos nuestros, tanto los conocimientos ordinarios y cotidianos como los especializados surgidos de la tecnociencia, de la creación humanista, de la creación de bienes culturales de consumo masivo. En cualquier caso, la capacidad cerebral para producir conocimientos ha sido escogida por el hombre para autodefinirse como animal superior. Y esta autoreferencia es su favorita, la que más orgullo le causa.

Más allá del supuesto sentimiento de culpa y del deseo de enmienda, la constitución del Premio Nobel es un autohomenaje universal del hombre a su capacidad creadora. Con el tiempo, su institucionalización ha contribuido al orgullo de los seres humanos para confirmar su calidad de homo sapiens. Año tras año, el otorgamiento de estos premios confirma la existencia del progreso como ideología, como idea y como praxis. La Academia Sueca ha sustituido a la Iglesia Católica como sede certificadora del progreso. La Academia del Premio Nobel es la institución ciudadana, no gubernamental y laica que registra, consigna y celebra la idea de avanzar, de ser mejores, de ascender, paso a paso, hacia un mejor conocimiento de nosotros mismos, de nuestra condición humana y de nuestra naturaleza biofísica. Posiblemente con algunas equivocaciones, pero los galardonados representan más que el éxito de esas personas y la realización de estas aspiraciones, la potencialidad, la posibilidad y la probabilidad de que ascendamos, grado tras grado, hacia un estadio de vida de enormes promesas de realización.

Los premios otorgados en este 2010 son verdaderamente estimulantes. En conjunto, marcan uno de los aciertos más afortunados en la historia de la Academia Sueca. El Nobel de Medicina fue asignado a Robert G. Edwards, inglés, biólogo por la Universidad de Gales; doctorado en la Universidad de Escocia con un trabajo sobre desarrollo embrionario en ratones. Inició, en el Instituto de Investigaciones Médicas de Londres, su investigación sobre fertilización humana. Hacia 1963 en la Universidad de Cambridge y en la Clínica Bourn Hall realizó, con Patrick Stepto, la fertilización in vitro. Sus aportaciones científicas cambiaron la vida de millones de mujeres infértiles. El 25 de julio de 1978 nació Lucy Brown, primer bebé de probeta. Ahora se estima en alrededor de 4 millones en número de infantes nacidos gracias a este proceso. Protestó el Vaticano por este premio. Ninguna de las feministas mexicanas ha expresado su júbilo por el reconocimiento a esta obra científica y revolucionaria.

El Nobel de Física fue para Konstantin Novoselov (¡36 años!) y Andre Geim (51 años) rusos, exsoviéticos, formados en Moscú y hoy investigadores de la Universidad de Manchester, Inglaterra. Descubrieron el grafeno, una forma de grafito, con un método basado en la simplicidad y el empirismo: “con una cinta adhesiva y un lápiz común lograron un nuevo material bidimensional, reducido al espesor de un átomo, compuesto de una lámina única de grafito con una estructura de nido de abeja” (Milenio, 6/10/10). Curiosidad infantil, sencillez, empirismo sustentados en una sólida formación académica y en una búsqueda teórica en ciertos postulados de la física cuántica, que lograron un descubrimiento con importantes beneficios prácticos, sociales y económicos; la laminilla de carbono del espesor de un átomo significa una etapa revolucionaria en la miniaturización electrónica pues sobrepasa netamente en rapidez a los transistores clásicos de silicio, lo que permitirá fabricar computadoras más eficaces; el grafeno es compatible para producir pantallas táctiles, pánales luminosos y quizá también captores solares y puede ser utilizado también por su propiedades mecánicas, ya que a pesar de su extrema delgadez es increíblemente resistente, 200 veces más que el acero” (Ibíd).

Para los “suigeneris arquitectos” capaces de recrear en laboratorio algunos procesos naturales, como la síntesis de moléculas de carbono a partir del metal maleable llamado paladio fue el Premio Nobel de Química. Richard F. Heck, de la Universidad de Delaware; Ei-ichi Negishi de la Universidad de Purdue y Akira Suzuki, de la Universidad de Hokkaido trabajaron de manera tal que acumularon conocimientos y destrezas: “Desde hace casi 40 años, el profesor Heck, hoy retirado, procesó, modeló y creó un método para acoplar dos moléculas carbonadas, lo cual solamente ocurre en la naturaleza, pero para el químico convencional es un tipo de reacción muy difícil” explica el Dr.  Armando Cabrera del Instituto de Química de la UNAM.

Continúa explicando el investigador mexicano: “Con el paladio (metal de la familia del níquel y el platino y que utilizó el Dr. Heck para facilitar el trabajo en una empresa en la década de los 60… Cuando lo hice no fue para obtener un premio) construye un puente entre dos moléculas y la convierte en algo más complejo; posteriormente, Negishi y Suzuki lo perfeccionaron” (Reforma. Cultura, 7/10/10). ¿Su aportación? “Hace algunos años, cuando se descubría algún compuesto que tuviera el potencial de ayudar en la salud humana era muy difícil producirlo artificialmente por el número de pasos a seguir para su obtención”. Con este método de síntesis de moléculas se han realizado aplicaciones tales como el discodemolide, sustancia  que puede ayudar a pacientes con cáncer; la diazomanida A, efectiva para disminuir los efectos del virus del Herpes y el VIH; la vancomicina, utilizada contra el MRSA y la enterococci, un bacteria que se ha  vuelto resistente a los antibióticos; la creación de diodos orgánicos que emiten luz, como parte de pequeños monitores.

Estos logros del progreso no son frutos del azar. Son algunos de los resultados de formar recursos humanos  de altas cualidades intelectuales y grandes habilidades, capaces de producir conocimientos útiles para el avance de teorías y con aplicaciones favorables para mejorar la vida humana. Sobre el caso de estos avances, de estas aportaciones que modificarán nuestra calidad de vida es apreciable una enorme indiferencia entre la comentocracia mexicana, nacional y local. También es sepulcral el silencio de las autoridades mexicanas educativas (o mejor, de parte de las burocracias de la sociedad del embobamiento nacional) que prefieren pedir dinero en lugar de trabajar una seria metamorfosis de la organización sistémica formado por la Escolaridad, el Aprendizaje y la Investigación. Mientras los países desarrollados hacen posible lo imposible mediante la alta competitividad del Sistema EAI, en México “seguimos engañando al corazón” con la memez y la vanilocuencia del SNI, PROMEP, PRODUCTIVIDAD, PROF. INTEGRAL, DISTRIBUCIÓN SOCIAL DEL CONOCIMIENTO, siglas y nombres del control burocrático y político, sellos de la vacuidad institucional, escudos de la vanagloria de la ficción pseudocientífica que esconden la incapacidad y la mediocridad para gerenciar procesos productores de conocimientos.


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