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Reconstrucción de Veracruz

Por Francisco Montfort Guillén

La distribución social de los catorrazos convirtió el box en el primer deporte verdaderamente nacional en este país cuna del Chango Casanova, el Ratón Macías, el Toluco López y el Púas Olivares. El conocimiento cotidiano (que emerge en cada mexicano desde el biológico mundo  de la vida) es decir, el conocimiento que surge del mundo de nuestra vida cultural mezcló, de manera singular, su manera de enfrentar las condiciones socioeconómicas y políticoculturales,  con el conocimiento que depende sobre todo de las ideas.

La distribución social de las adversidades permanentes permitió la emergencia de una lengua que expresa una forma de vida particular: la chapucería como forma de resistencia cotidiana frente a los abusos del poder. Son millones los mexicanos que han convertido en arte la evasión de responsabilidades. Esconden la cabeza frente a las exigencias del deber; se sumergen para no enfrentar sus responsabilidades, derivadas de haber realizado sus tareas sin arte y sin esmero. Y se vuelven a esconder para evadir las consecuencias de sus actos, que causan perjuicio a otros, que sólo buscan el lucro como fin, y el engaño como medio para aprovecharse de la confianza de otros, para sacar beneficios indebidos de su poder político o puesto gubernamental o un cargo empresarial o autoridad académica.

El lenguaje popular mexicano recoge expresiones que otorgan categoría explicativa a las acciones cotidianas de sobrevivencia en el mundo de la desconfianza, la mentira, la audacia. Salir por piernas, enconcharse, dar el descontón, evitar ser noqueado, fintar, buscar las esquinas, dar golpes bajos, tirar la toalla son algunas expresiones boxísticas que, si no las expresamos todos, sí las practicamos todos los mexicanos. Constituyen nuestro día al día

No se trata de palabras e ideas innatas y universales del ser humano. O si lo son, no en todas las sociedades adquieren niveles patológicos. Es el subdesarrollo, el mundo del desorden, la irresponsabilidad y la desconfianza en donde emerge el gran chapucero. Su picardía para sobrevivir y su arte del engaño y el autoengaño han querido ser consideradas por algunos extranjeros como cualidades únicas, innatas y definitorias de los mexicanos. César Luis Menotti, el seleccionador argentino y campeón mundial de futbol, cuando dirigió el seleccionado mexicano, buscó ligar esta supuesta esencia de los “ratones verdes” con una mejor práctica del arte futbolístico. Por su parte, el escritor  español Arturo Pérez-Riverte ha expresado sus lamentaciones porque este potencial arte de vivir a la mexicana, con sus dosis de ternura infinita y alegría a flor de piel, estén al servicio del crimen organizado y no sirvan para mejorar nuestra calidad de vida colectiva.

Lo cierto es que la distribución social de los chapuceros ha permeado todas las esferas de nuestra vida colectiva. Sin duda, el orígen de esta forma de vivir radica centralmente en las chapucerías del mundo académico. La educación de excelencia es una cualidad trasformadora de seres humanos competitivos, contraria a la capacitación en la chapuza, que es una manera de actuar con base en albazos sorpresivos, producida y reproducida por las carencias de una educación no competitiva desde la infancia. Sobre esta base se asienta un poder político que promueve, con su actuación, que sus gobernados busquen sobrevivir sin más armas que las chapuzas.

Las experiencias de un día vivido en el puerto de Veracruz ejemplifican este microuniverso. Un grupo de académicos y periodistas franceses y españoles, sin adiestramiento en el arte de la chapucería, estacionan sus camionetas en la calle de Independencia, en el centro histórico. Introducen monedas en el parquímetro. Consideran inútil dar dinero a los “viene-viene” que les  solicitan una ayudadita y les advierten sobre la pertinencia de darles su propina. Pagaron dos horas de estacionamiento. Pasean. Regresan a sus camionetas apenas 60 minutos después. Les han sido colocados los candados inmovilizadores a sus camionetas. Nadie los auxilia. Finalmente, unos transeúntes les indican que deben ir al pasaje de Sanborns a pagar su multa.

Acuden al módulo. Protestan, reclaman. El encargado o responsable, Francisco de la Vega, los disuade de no continuar con esa actitud, mediante una amabilidad obsequiosa que es la cara encubridora de un trato cínicamente prepotente. Se niega a entender razones y a proporcionar informaciones sobre sus superiores, para que los extranjeros puedan dialogar con ellos. La pícara sonrisa del funcionario municipal acompaña su sentencia: pueden ir a verlos, pero no conseguirán nada. Y agrega: la culpa es de ustedes por no saber manipular los parquímetros. Por radio se comunica con el inspector/instalador de candados inmovilizadores. En clave le indica que tienen problemas. Antes de que los españoles y franceses paguen la “infracción”, los vigilantes retiran el candado. Pero los extranjeros no se salvan de cubrir más de 100 pesos por una falta que no cometieron. ¿Así se estimulan las visitas de turistas extranjeros?

Es ostensible que en el puerto han aumentado los músicos, los vendedores ambulantes, la “economía informal”, pues. Los extranjeros se sorprenden por la descarada venta de “productos auténticamente piratas”. Un vendedor de dulces típicos hace uso de los conocimientos de una moda perversa para colocar sus mercancías. Su estrategia: vende los dulces como artículos que poseen las cualidades de los “medicamente milagrosos” que eliminan diabetes, colesterol, ayudan a bajar de peso, producen energía sexual. Su picardía causa risas y convencimiento. Los compradores desembolsan unos cuantos pesos con agrado. En el parque, algunos boleros duermen. Otro despacha rápidamente a sus clientes. No lo hace por eficiencia. Lustra el calzado con desgano, realizando el mínimo esfuerzo. En el restaurante Villa Rica los visitantes extranjeros regresan alimentos que no les satisface su calidad. Hay poco turismo. Veracruz luce semivacío. ¿Cómo se pretende reactivar la “industria sin chimeneas”, sin calidad internacional y provocando víctimas de las chapucerías mexicanas? Sí, urge la reconstrucción de Veracruz. Pero no es un problema eminentemente económico y de obras de ingeniería para reparar infraestructuras. Lo verdaderamente importante y apremiante es dejar atrás la cultura del chapucero con sus engaños, mentiras, fraudes. La reconstrucción tiene que ser ética, moral, educativa, política. Esta es la reconstrucción que nos urge.









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