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Desilución y Deslegitimación políticas


Por Francisco Montfort Guillén

Nos retiramos del futuro. Nos refugiamos en el pasado. Con la simulación, la justicia electoral, la más Kitsch de las justicias veracruzanas, se consagra como la principal protagonista del rapto de la decisión electiva de los ciudadanos. Sus decisiones representan la desilusión de la memoria, son una ironía fósil de lo que los ciudadanos creen haber vivido pero que, en realidad, sólo percibieron como gag publicitario, como engaño visual. Las condiciones de vida electoral, nunca de vida democrática, propician el sentimentalismo veracruzano del “yo no soy” ciudadano, pero que deciden y perjuran “por ti seré, por ti seré”. El engaño es convertido, por la fuerza de la ley, en arrepentimiento y resentimiento para con la democracia.

La democracia veracruzana ha vivido el muy mexicano “levantón”. No se trata del rapto de las pasiones políticas. Es una parodia del lenguaje narco, una venganza ateniense de la parodia democrática por sí misma. Por esta razón, provoca una desilución radical que fabricará sus propios autosecuestros para esconder sus detritus.

La mediocre distribución social del conocimiento mediocre se enseñorea en la justicia electoral. Las pócimas de Eufrasia, homeopatía naturalista para la ceguera ética y política, apenas permiten a funcionarios y jueces distinguir las siluetas de mujeres y hombres doblegados por la pesada loza de la burla y el engaño que cargan sobre sus hombros.

Sentir vergüenza y expresarla. Reconocer con dificultad que no se impartió justicia sino, apenas, se pudo leer literalmente la redacción de un texto. Renunciar al exámen minucioso y prudente y eludir la responsabilidad de realizar un juicio razonado y ético. Tal vez sentir dolor y presumir de aceptar un sacrificio; y decidir algo le pese a quien le pese. Vivir un sentimiento o dolor interior por ser incapaz de superar ciertos obstáculos y reconocer que le causan molestias sus decisiones. Aceptar que asumió como propias las decisiones de otros a pesar de estar en contra de sus propias convicciones. Reconocer que hizo algo que choca y que está en contra de la voluntad y decisión de millones y millones de votantes. Asumir que hizo algo en contra de sus ideas, convicciones y voluntad.

Si vivió todo esto, entonces es válido exigir al Magistrado Salvador Olimpo las explicaciones del porqué se sumó a la siempre dudosa y sospechosa unanimidad que decidió dar por válido un proceso electoral viciado de origen: cadena de irregularidades procedimentales, de actos ilegales y complicidades. El Magistrado asevera: “en Veracruz se dieron graves hechos y acusaciones que no pudieron ser procesadas… debido a las limitaciones de la ley… Esto lastima y hace impotente e ingrata la labor del juez” (Plumas Libres.com).

A la democracia veracruzana le dieron un “levantón”. Y usted, señor Magistrado Salvador Olimpo, junto con otros jueces del TRIFE, y los del TEEV y los funcionarios del IEV son los encubridores y justificadores de este trato ilegal e ilegitimo a la democracia y a todos los ciudadanos veracruzanos. Desestimaron testimonios por considerarlos ilegales, pero avalaron los actos ilegales cometidos. Desestimaron otros testimoniales porque no alcanzaron los porcentajes de ilegalidades que una permisiva ley, reelaborada a modo, fijó como nivel de corrupción, transas, chapucerías, violaciones, transgresiones, agresiones, desobediencias, faltas, delitos, atropellos, quebrantos, coacciones, intimidaciones, profanaciones, extorsiones y amenazas para anular una elección. Una ley que impide castigar el hecho de corromper un proceso electoral. Sólo acepta sancionar un gran tamaño de corrupción. Cuestión cuantitativa, no de legalidad y ética.

María del Carmen Alanís y sus subalternos renunciaron a vivir el drama ético de la justicia: reparar el daño a la sociedad, y aceptar los costos generados por su decisión. ¿Acaso no bastaría una sola de estas reiteradas conductas para exigir la repetición de una elección? ¿Con qué alcoholímetro electoral se mide el nivel de intoxicación y permisividad antiética y antimoral? Actuaron como jueces sin la inteligencia y sensibilidad política suficientes para no entender que su papel no es el de defensor de candidatos o de leyes, sino el de defender el bien supremo que es el de la libertad ciudadana de elegir ¿Con qué aparato de medición se puede calcular el número o porcentaje de irregularidades, es decir de daños que causaron a la libertad de elección, es decir, a la democracia, es decir a los ciudadanos la guerra sucia entre todos los candidatos, la inequidad en los gastos, la incompetencia del IEV y del TEEV, el control de la prensa, la compra de voluntades, la utilización del Aparato gubernamental con fines electorales, la traición del partido casi vencedor a sus electores y a la democracia? ¿Con qué aparato de precisión midieron con rigor la presunta reimpresión clandestina de papelería electoral y la incompetente ¿o cómplice? actuación del órgano electoral? La sociedad veracruzana no quería, ni acepta, premiar o privilegiar a un candidato en particular, si no era a través del voto libre. Con este proceso electoral, aunque exista ya un candidato legalmente triunfante, perdió la sociedad veracruzana porque fue deslegitimada su participación, porque fue ofendida su honorabilidad. Ningún candidato, ni D. Delgado, ni J. Duarte, ni M. A. Yunes merecen, como personas ni como ciudadanos, el trato que recibieron durante el proceso electoral, ni el trato que les dieron los jueces. Es mentira que sobre la base de un proceso electoral tan sucio, sea posible, a posteriori, legitimar políticamente al vencedor. Basta recordar el caso de Carlos Salinas de Gortari.

La herencia de este sexenio es la quiebra moral de la política y el desfondamiento ético de las instituciones. Evitar su profundización y la imparable bancarrota del próximo gobierno era el bien supremo a tutelar, a proteger, a cuidar. Ni Delgado ni Yunes merecían la humillación de la declaración de impotencia y complicidad del Magistrado Salvador Olimpo, que reconociendo la ilegalidad del proceso, votó junto con los otros magistrados mediante una sospechosa y obtusa unanimidad. Tampoco merecía esta situación el candidato a quien declararon victorioso. Javier Duarte, si ganó, merecía una victoria sin sospechas. Un triunfo por mayoría hubiera sido más creíble y hubiera generado una revitalizante controversia y un enriquecedor debate en lugar de las nuevas y abrumadoras descalificaciones en contra de los oponentes, vertidas por oficiosos defensores y pseudoperiodistas que con sus gritos silencian el espacio público. En esas condiciones, Javier Duarte pudo haber ofrecido sinceramente su mano a los votantes de los otros candidatos. Para los veracruzanos que votaron, la descalificación en contra de los oponentes y la unanimidad de los jueces torna el gesto de la mano extendida del triunfador, en una invitación copular de sumisión de los otros candidatos, en una invitación para celebrar un nuevo pacto de canonjías y prebendas, que hace recordar la mano extendida de Gustavo Díaz Ordaz a los estudiantes: un acto vacío porque la colaboración en democracia se hace con la ciudadanía, mediante el diálogo racional y en el espacio público. Esto último es lo que requiere la reconstrucción moral y cultural de Veracruz. Y en este esfuerzo nadie debe ni puede ser excluido ni autoexcluirse.


















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