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«Nomás la puntita…»: de insinuaciones y propuestas indecorosas

Por Francisco Montfort Guillén

En México la ley es una insinuación, me afirmó contundente el doctor José Luis Soberanes cuando le interrogaba sobre el estatus de la legalidad en México. Con esa frase titulé la entrevista que fue publicada en la Revista Confluencias, la primera orientada y especializada en cuestiones electorales y políticas en el estado de Veracruz. En ese entonces, el académico era el director del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM. Después ocuparía puestos de mayor relevancia nacional, incluida la Comisión Nacional de Derechos Humanos, en los cuales demostró que su antigua conceptualización de la ley en México es una realidad tangible que afecta seriamente nuestra convivencia y desarrollo.

Suman millones de personas en el mundo para quienes las leyes son una especie de recurso mágico o la representación de la voz divina que actúa como Deus-ex-machina para modificar una realidad que nos resulta inadmisible. Así, en Estados Unidos, en muchos estados han sido elaboradas leyes que impiden la enseñanza de la evolución de la vida con base en las obras de científicos que aportan sólidas bases sobre las transformaciones, mutaciones y modificaciones de la naturaleza que explican nuestra existencia. Dichas leyes, por el contrario, exigen la explicación de la creación del universo como fruto de la obra de una sola divinidad. En ese país, ahora, se empieza a legislar para evitar que se enseñe a niños y adolescentes sobre las causas y efectos del cambio climático en tanto fenómeno impulsado por las acciones del hombre y su manera de producir y consumir mercancías: las leyes como protectoras de la huída hacia adelante.

En México también otorgamos a las leyes un poder sobrenatural. Imaginamos que promulgándolas modificaremos las conductas que sabemos son contrarias a nuestro progreso. En adición, aquí tenemos otras creencias que provocan una realidad esquizoide. Las leyes en general no tienen como propósito regular las conductas en aras del interés colectivo. Las leyes son la expresión de los deseos del poderoso. Y por ende, son leyes que se elaboran en contra de alguien. Carecemos de ejemplos permanentes de legislaciones exitosas que sean fruto de acuerdos políticos y civiles en aras del bien común.

El juego que todos jugamos en México es hacer creer que aceptamos las insinuaciones del aquí y el ahora («te juro que nos casamos») por un interés genuino y no por las circunstancias a que nos obligan o nos deleitan en determinado momento. A los mexicanos no nos atormentan las mentiras ni los incumplimientos (ni es «sólo la puntita», ni hay bodas) y por el contrario parece que encontramos profundo placer en la transgresión del orden jurídico: respuesta auténtica de autodefensa, una especie de anticultura autoritaria o de resistencia frente al autoritarismo del Estado, de la familia y en general frente a toda forma o institución de poder. Así hemos vivido hasta ahora, pues hemos sido incapaces, desde al menos 1997, de construir un régimen auténticamente democrático en donde las leyes sean el fruto de acuerdos civilizadores que promuevan su cumplimiento espontáneo y masivo y los castigos a las transgresiones sean realmente disuasivos, porque contribuyen a erradicar la impunidad y porque promueven que las mentiras, las falsas promesas y los incumplimientos sean considerados indignos y en su lugar sean instituidos como valores la formalidad, el respeto a las leyes, la verdad.

La violencia y la inseguridad delincuencial que vivimos son la otra cara de la misma moneda de la ilegalidad, la transgresión y la impunidad de nuestro sistema político electoral. El galimatías del sistema jurídico político-electoral es directamente proporcional a las mañas, picardías, chapuzas que desde siempre han acompañado el juego para acceder y detentar el poder en el sistema político fundado por las facciones triunfantes de la llamada Revolución Mexicana. En la guerra electoral de 2012 seguramente no habrá los 50 mil muertos de la lucha entre carteles y en contra de autoridades, pero si habrá millones de damnificados por una batalla que no respetará la legalidad establecida.

¿En verdad cree usted que el galimatías jurídico impide el desarrollo de la contienda política por el poder presidencial? ¿Realmente piensa que la situación actual en torno a los debates, la spotización de las campañas, las guerras sucias, las limitaciones al libre juego de las propagandas partidistas es resultado de la elección del 2006 y la reforma subsecuente? Pues lamento desilusionarlo, porque en realidad los partidos y candidatos jamás han dejado de hacer sus tranzas o transgresiones o astucias o chanchullos, como usted quiera llamarlos. Si existe un candidato experto en darle la vuelta a las leyes ese es Andrés Manuel López Obrador, con un PRD que maneja ya con destreza las transgresiones legales. Si existe un partido súper-experto en violar y servirse de las leyes de manera soterrada y hasta de manera hipócritamente elegante ese es el PRI, cualquiera que sea su candidato. Si existe un partido burdo pero sumamente aplicado en las mismas artes ese es el PAN. Si existen partidos descarados y cínicos en la transgresión de las normas enumere aquí a todos los partidos pequeños moral, política y electoralmente.

Las leyes electorales «democráticas» se elaboraron en contra del PRI y desde el año 2000 para frenar el poder del PAN. Todos los partidos y candidatos violan las leyes que sus diputados aprueban. Y es así por razones culturales. Las leyes han sido convertidas en guillotinas, como las manejan las televisoras, en proposiciones indecorosas, más que en insinuaciones de buena conducta, como las manejan los partidos. Y como las asumen muchos ciudadanos, que no respetan las leyes de tránsito, de construcción y cualquiera que se interponga entre su santa voluntad y las molestas legislaciones. Joaquín López Dóriga, molesto porque el TEPJF lo enlista entre los periodistas que presuntamente violaron las leyes electorales, escribe desafiante y estúpidamente que no se presentará a declarar sino es frente a un Ministerio Público o ante un juez, ignorando en que el Tribunal Electoral Federal, quienes reciben las quejas o recursos, los interpretan y proponen exoneraciones o sanciones son jueces. El periodista prepotente desprecia las leyes y a los jueces electorales por las mismas razones que se han expuesto en esta columna. Y eso que  le mostraron «nomás la puntita» legal.


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Gobernar

Por Francisco Montfort Guillén

Las organizaciones sociales complejas presuponen la facultad de auto-organizarse. Pero su misma complejidad exige de una gobernación que las comande. La afortunada complementariedad entre una dirección y una organización competitivas ofrece como resultados instituciones públicas y organizaciones privadas exitosas. Sin un liderazgo competente, cualquier organización pierde eficiencia y eficacia.

La verdadera democracia exige, en consecuencia, no sólo que los procedimientos institucionales de elección sean legales, equitativos. Los partidos están obligados a proponer y respaldar a candidatos con el perfil adecuado al puesto que desempeñarán en el poder ejecutivo o en el legislativo. Los ciudadanos, por su parte, están en la obligación de analizar, evaluar y elegir no al «candidato de sus preferencias políticas» sino a la persona que en ese momento resulte la más adecuada para resolver los problemas del país, del estado o del municipio. Las libertades de los partidos para proponer candidatos y las libertades de los ciudadanos para elegir deben tener como horizonte el bien de la república, no las camarillas de militantes y amigos del candidato ganador.

Cuando la organización presenta debilidades y amenazas fuertes para su evolución y desempeño, aumentan las exigencias de los responsables de conducirla. Es el caso de la sociedad mexicana. La situación actual exige otorgarle menos peso a las consideraciones ideológicas y partidistas que entran en juego en las elecciones políticas. Las crisis entremezcladas que agobian a nuestra sociedad debieran obligar a los ciudadanos a dar mayor peso en sus análisis al escrutinio de las cualidades y fortalezas de los candidatos a la presidencia de la república.

No se trata de seleccionar al individuo  que pueda estar por encima de las instituciones, ni que éstas ahoguen el liderazgo que toda gobernanza exitosa exige. El equilibrio entre organización institucional y liderazgo personal resulta fundamental en este momento histórico. Conjugar la racionalidad de la gestión o administración pública con la lógica de la política es el gran desafío de las sociedades. Cuando lo construyen, el resultado es un savoir-faire sobre lo público que catapulta el desarrollo, la modernidad y la democracia hacia nuevos niveles de acción histórica.

De acuerdo a nuestras experiencias históricas será difícil aspirar a que nos gobierne el príncipe filósofo, pero sí es factible detener el ascenso de los príncipes idiotas. No podríamos nuevamente llamarnos a engaño si equivocamos la elección del presidente. Escribe Andrés de Luna: «¿De Vicente Fox qué podría pensarse? Ni siquiera en una pesadilla, luego de ingerir un kilo de carnitas y dos tortas guajolotas por la noche, se podría imaginar al ex Presidente con un libro en la mano. El guanajuatense fue inhóspito ante las letras y la inteligencia, Fox tuvo por único refugio la tontería a flor de piel, la genuina, la que brota desde el fondo del alma». (Letrados e iletrados, Enfoque, Reforma, 15/I/12).

Nuestra realidad sociocultural está muy alejada de las realidades europeas. Lo cual no obsta para que nos sirvan como referentes. Václav Havel afirmaba a propósito de sus compatriotas: «Soy de un país lleno de impacientes. Quizá son impacientes porque llevan tanto tiempo esperando a Godot que tienen la impresión de que ya ha llegado. Ese es un error tan fundamental como esperarlo. Godot no ha llegado… A veces nos hace falta hundirnos en lo más profundo de la miseria para reconocer la verdad, del mismo modo que nos hace falta caer hasta el fondo del pozo para descubrir las estrellas». (André Glucksman. Václav Havel es la Europa del futuro, El País, 3/I/2012). El líder checo se negó a fungir como Mesías, a vivir en la mentira, a realizar una «cacería de brujas» en contra de los comunistas de su patria, en la cual casi todos fungían como vigilantes, como delatores. Propuso y construyó salidas para la convivencia entre los checos, otorgó fundamentos a la regeneración del poder desde una visión anclada en el humanismo europeo, la mejor tradición cultural de occidente.

El filósofo francés describe así al escritor y jefe de Estado: «La modestia rigurosa de Havel… le impedía mezclar cielo y tierra… La fortaleza de Václav Havel, la fuerza de la disidencia, ese “poder de los sin poder”, fue lo que el filósofo Patocka denominó “solidaridad de los quebrantados”. Un hombre que aquel intelectual que tanto inspiró a Havel explicaba con detalle: “Quebrantados porque se ha sacudido su fe en la luz, la vida, la paz…”». Nuestra sociedad está sin bases para expresarse así de alguno de sus políticos y no por falta de ganas: lo que faltan son los seres humanos dedicados a la política con las cualidades intelectuales, morales, éticas que la inspiren.

Con lo que cuenta la sociedad mexicana es, por ejemplo, con «Un frasco peligroso:… Enrique Peña Nieto es un frasco sin etiqueta porque carece de contenido propio… Peña Nieto será lo que otros viertan en el recipiente. Es un envase, un frasco vacío. ¿Alguien puede dudar del peligro que significa beber de un frasco sin nombre? Lo advirtió Manlio Fabio Beltrones y creo que tiene razón: un político sin ideas es un político peligroso… sus respaldos provienen de su vacuidad. ¿Qué mejor para los grupos de interés en México que patrocinar a un político atractivo que no representa el inconveniente de pensar por sí mismo?...: no solamente se trata de un político ignorante, sino de un político sin fibra, un cartón sin constitución propia, un estuche sin esqueleto… El tropiezo de Peña Nieto no lo convirtió en un político temible sino risible… se ganó la peor de las descalificaciones para un hombre que aspira al gobierno: el ridículo… el candidato priista perdió algo más que la imagen de vulnerable: perdió respetabilidad». (Jesús Silva-Herzog Márquez, Un frasco peligroso, Reforma, 9/I/2012).

Sergio González Rodríguez  ejemplifica magistralmente los dichos de Silva-Herzog Márquez: «… se acaba de publicar una novela notabilísima, de un narrador que está llamado a llenar el hueco que Juan Rulfo dejó en las letras mexicanas: México, la gran esperanza, del mexiquense Enrique Peña Nieto. La novela de Peña Nieto, editada por Grijalbo, es producto de un ambicioso plan de reescritura:… para ubicarse como el mayor esfuerzo creativo que algún escritor haya consumado en lo que va del siglo. Novela de formación de un carácter, bildungsgroman forjada en Toluca… México, la gran esperanza ha recibido el beneplácito de de otros distinguidos maestros de la ficción mexicana, como el coloso de la fantasía, Carlos Salinas de Gortari, y el reconocido estilista de la lengua Mario Marín. Narrativa, no política es lo que necesita el país. Relatos ficticios y nada de hechos… basta de atacar al joven narrador; basta de enconos, que ningún rencor manche su genialidad, déjenlo ser y… llegar». (Novela de la década, El Ángel, Reforma, 15/I2012).

La realidad mexicana es descrita así por Andrés de Luna: «Se sabe que ni en la izquierda ni en la derecha el signo del saber es algo que se muestre iluminador. Más bien, estos políticos “restablecen la antigua ignorancia”. Son portadores de la vaguedad intelectual que requiere de “escribidores” asesores y toda una variedad de matarifes de los saberes y de las palabras».

André Glucksman habla de Havel de esta manera: «El disidente no es una noble alma indignada que vocifera desde el pedestal de su virtud presuntamente perfecta, sino que es alguien que ha sabido volver su indignación contra sí mismo y contra los sueños complacientes con los que había alimentado hasta entonces la pasividad general y la complicidad individual. El enemigo no es un demonio maloliente ni el sistema todopoderoso, sino nuestra servidumbre voluntaria, esa afición tan común a cerrar los ojos y dormir tranquilos, suceda lo que suceda». ¿Estará enterado Andrés Manuel López Obrador de estos conceptos? ¿La izquierda contará con intelectuales que piensen por fin por sí mismos?


















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