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Optimismo

Por Francisco Montfort Guillén

Las estadísticas oficiales e internacionales revelan realidades mexicanas que atentan en contra del pesimismo generalizado. Héctor Aguilar Camín, Jorge Castañeda y Federico Reyes Heroles, entre otros,  han mostrado con datos contundentes que el México de hoy está mejor en términos económicos, sociales y culturales que el México de la Independencia y el México de la Revolución. Hay más fábricas y más servicios médicos, más personas alfabetizadas, más universidades y más universitarios, más médicos y medicinas, más bienes (radios, tv, coches, camiones y vías de trasporte) y un larguísimo etcétera.

Los problemas no están en lo conseguido. Los males radican en la calidad de los logros y en el potencial desperdiciado. El pesimismo se cuela, se asienta y crece al constatar lo que hemos tenido al alcance de la mano y no hemos realizado. Son menos los pobres, pero todavía son millones de mexicanos que no viven con dignidad. Usamos altas tecnologías en todos los campos de la vida socioeconómica, pero no construimos nuestra propia base científica y tecnológica. Todavía tenemos un amplio patrimonio natural, pero seguimos destruyéndolo y no hemos creado un sólido capital natural.

La generosidad y solidaridad entre los mexicanos son constatables, pero nos sigue carcomiendo la desconfianza introducida y sin cesar alimentada desde el poder político. La ayuda entre pares, sobre todo en momentos de crisis, resulta ejemplar y, al tiempo de inyectar optimismo, evidencia las limitaciones y la impotencia para remontar desgracias sociales.

De entre las ruinas crecen las fuerzas que reconstruyen las riquezas perdidas. Así sucedió en la ciudad de México con los estragos del sismo de 1985. Así sucederá en Veracruz. Con todo perdido, los damnificados, bien organizados, sabrán que por no tener nada pueden ganar todo. La energía social desatada por Karl requiere ser conducida al logro de nuevas metas. En primer lugar, por los actores mismos. En segundo término por los líderes ciudadanos de la reconstrucción social.

La sociedad veracruzana está ante la oportunidad de conseguir lo que Alain Touraine denomina una nueva etapa de acción histórica, un nivel superior de acción social autopromovida, que le permitirá tomar en sus manos su destino. Esta acción colectiva tendrá que superar los intentos de las autoridades para mediatizar, para manipular las actividades y exigencias de la sociedad. Es el momento en que los ciudadanos podrán exigir el cumplimiento de las obligaciones y el pago de responsabilidades gubernamentales.

El optimismo social no es el estado de gracia surgido de la creencia inocente de que todo está bien o de que lo bueno es superior a lo malo. El optimismo social surge del juego de las relaciones humanas entre personas que asumen conscientemente que pueden construir un nuevo y más favorable estado de cosas. Una situación mejor a la anterior puede ser creada mediante el trabajo colectivo político entre ciudadanos, que tendrán que remontar las acciones de dádivas gubernamentales, adormecedoras de la creatividad. Es el momento ciudadano para ejercer su capacidad de autotransformación, liberada por el desastre social resultante de la ausencia de prevención y el manejo inadecuado de la catástrofe natural.

La sociedad veracruzana vive un punto de quiebre. La tragedia social se empata con el cambio de funcionarios en el poder ejecutivo y el cambio de diputados. Donde está el peligro crecen las condiciones para superarlo, dice en un poema Hölderlin. Ésta puede ser la fuente que nutra el optimismo y la construcción de una superior etapa de acción histórica. La sociedad veracruzana entre en escena. ¡Última Llamada! ¡Última! ¡Comenzamos! ¿Lo entenderán las nuevas autoridades? ¿Se dedicarán a administrar la quiebra financiera, económica y política de los gobiernos o impulsarán un nuevo modelo de desarrollo? Pronto lo sabremos.

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Los ríos de la sequía

Por Francisco Montfort Guillén

La cultura de una sociedad integra un capital no innato, que congrega y ordena conocimientos, técnicas y mitos en un sistema. No obstante, la cultura llega a funcionar como un conjunto de secuencias bioantroposociales, una unidad funcional para la transmisión y regeneración de caracteres de tipo hereditario. Determina algunas características o rasgos predominantes que troquelan  nuestra individualidad y sociabilidad. Nos deja, pues, su impronta desde el nacimiento.

La cultura se forma mediante un proceso de pérdidas y ganancias, de construcciones y destrucciones de aquel capital con el cual damos forma al capital económico, al capital construido (bienes inmuebles), al capital social (organizaciones e instituciones) y al capital natural (patrimonio natural más conocimiento y valor agregado). Este último surgió en el proceso de hominización, en el tránsito del nomadismo al sedentarismo. La aparición de homo sapiens conlleva también la apropiación de territorios, la domesticación de los procesos reproductivos de vegetales (la agricultura) y de animales (la ganadería). Y todos estos procesos son posibles gracias al dominio humano del agua. Por esta razón las primeras civilizaciones surgen en las orillas de los ríos y lagos y construyen estanques, canales, muros de contención, compuertas. La historia humana es heredera del dominio sobre el Tigris y el Éufrates.

Algunos antropólogos han identificado algunas, muy pocas, civilizaciones maestras en el dominio del agua. Las han llamado “culturas acuícolas”. Una de ellas, ejemplar, floreció en la cuenca hidrológica de Tenochtitlan. Su capital natural lo conformaron el dominio de los ríos y lagos sobre los cuales edificaron su ciudad y un sistema productivo dual basado en la acuacultura y en la agricultura de chinampas, sobre las cuales floreció el esplendor del maíz. Este modelo de producción de capital natural estuvo presente en los demás pueblos prehispánicos del territorio que hoy llamamos México. Gran parte de esta capacidad cultural (cognitiva, técnica y mitológica) se ha perdido.

La cultura mexicana de nuestros días presenta dos rasgos desfavorables para mejorar su calidad de vida. Uno es el tipo de poder político que la domina. Otro es la debilidad organizacional para crear capital natural. La presencia simultánea de estas limitaciones se expresa en la impotencia del Estado para crear una sociedad de libertades, de justicia social y legal y de bienestar para todos sus integrantes.

Consideraciones estrictamente políticas y económicas aparte, nuestra sociedad presenta algunos rasgos psicosociales preocupantes. Sus conductas oscilan con demasiada frecuencia entre los vaivenes de largos estados de ánimo depresivos y periodos breves de euforia súbita. Es capaz de festejar los despropósitos de sus gobernantes y de mantenerse indiferente frente a las grandes perturbaciones que ellos le provocan. Su indolencia ha permitido el ascenso al poder de personas con manías eufóricas, con graves fallas en la estructuración de su pensamiento, con incontinencia verbal, con delirio de grandeza y con capacidades enormes para evadir sus responsabilidades. Los mexicanos parecemos como poseídos por la festinación, esa tendencia involuntaria a andar de prisa para evitar la caída hacia a delante (Larousse). Vivimos con celeridad pero caminamos sin rumbo. La hiperactividad gubernamental mueve a todos y nos mantiene en el mismo sitio. Nos quedamos impávidos frente a  al afirmación presidencial de que nuestro “sistema es una fortaleza”.

La ausencia de reflexión y de pensamiento estratégico se evidencian con los desastres. En la era de la sociedad del conocimiento y de la sociedad de riesgo carecemos de prevención y de capital tecnocientífico. El poder político anacrónico desprecia el conocimiento y las habilidades tecnológicas, pero alimenta el capital mítico y promueve la autocomplacencia. Entroniza el conformismo y la resignación. Para no responder por el presente, las autoridades glorifican permanentemente el pasado, crean chivos expiatorios para culpar a otros de sus propios errores y evaden la responsabilidad de sentar las bases para construir un mejor futuro.
Las aguas de septiembre deslavaron la superficial capacidad del poder político para afrontar las catástrofes naturales. No era la primera vez, pero en esta ocasión quedaron claras las incapacidades, desconocimientos e irresponsabilidades de algunos de sus funcionarios, que convirtieron la catástrofe natural en desastre social. El eslabón más débil de ese poder: los ayuntamientos. Resulta evidente que esta estructura gubernamental padece por exceso y por falta de atribuciones y responsabilidades. Su débil autonomía y su fuerte dependencia del gobierno estatal se evidenciaron con su inacción e impotencia.

La permanente y grave destrucción de patrimonio natural y la evidente incapacidad para crear capital cultural y capital natural cobraron espectacularidad en un estado que a pesar de contar con un tercio de los escurrimientos de agua en el país no ha construido una cultura acuícola. Es evidente que sin capital humano competente y competitivo, el gobierno veracruzano no podrá generar ni capital cultural y ni capital natural que permitan crear una cultura acuícola y haga de ella una fortaleza en la sociedad del conocimiento y una fuerza preventiva en la sociedad de riesgo.

¿Por qué no se han diseñado políticas públicas en Veracruz para contar con un sistema de seguros contra daños catastróficos? Señala Maricarmen Cortés (“Desde el piso de remates”): “El problema (del aseguramiento) se presenta a nivel estatal en la infraestructura urbana con los daños a edificios públicos y a calles y pavimentos, así como a caminos rurales y vecinales”  por esta razón fue que “se modificaron las reglas del Fonden para establecer que uno de los requisitos sea que los gobiernos (de los estados) tengan asegurada su infraestructura”… “Desde luego que el Fonden no niega los recursos en caso de que el gobierno estatal, como desafortunadamente es el caso de Veracruz, no cuente con un seguro…” (El Universal, “Cartera”, 23/IX/10).

Pero no nos engañemos. Los seguros contra daños catastróficos, indispensables e insustituibles, no remedian el descuido de no construir capital humano, capital cultural, capital construido y sobre todo capital natural.

Tabasco, Chiapas, Distrito Federal han avanzado en materia de aseguramiento. Pero resulta evidente que tampoco esas entidades pueden presumir avances en materia de creación de capital natural. En la dura batalla entre ciudades por ser las más competitivas, la comuna de Ámsterdam decidió que su bella ciudad se asuma y promocione como la más amigable con el agua. Trabajan para dominar el mercado tecnológico moderno de la cultura acuícola. Los holandeses piensan en el futuro: en adelante todas sus autopistas y carreteras nuevas serán subterráneas para no destruir su patrimonio natural, y por el contrario, crear capital natural. ¿Qué ciudad veracruzana piensa y puede asumir una definición de futuro como Ámsterdam? Parece más a su alcance hacer realidad el título de este artículo. Autoridades y constructores continuarán su labor para desecar lagos, pantanos, ríos y construir sobre ellos casas, fábricas, jardines. Su obra podrá ser promovida como parte del “realismo mágico” latinoamericano. A los realizadores de los ríos de la sequía se les podrá otorgar un doctorado honoris causa que esté a la altura del unicornio azul.









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Glosolalia política: monólogos del poder

Por Francisco Montfort Guillén

Entre críticas y alabanzas de los héroes preferidos o rechazados. En medio de los elogios a los gobernantes y autoridades en el poder, o de las diatribas contra esas mismas personas. Bajo esta paranoia de políticos y periodistas, ahí permanecen arrimados el arte de la política y el arte de gobernar. Este arrinconamiento provoca que sus salidas sean patológicas. Discursos y acciones reflejan una profunda disociación que conducen a la política y al gobierno a una parálisis que parece incurable.

La más reciente demostración de esta desconexión de la realidad la protagonizaron Felipe Calderón y Manlio Fabio Beltrones. El primero ha convocado, desde el inicio de su mandato, a las fuerzas políticas a unir esfuerzos “para realizar los cambios que el país exige”. Una y otra vez ha tenido, como respuesta discursivas de sus opositores, “el apoyo que exige pensar en el progreso de la nación”. El mismo número de veces las iniciativas presidenciales han sido detenidas o severamente distorsionadas. Los casos emblemáticos han sido las reformas fiscal y energética y la lucha contra la inseguridad pública.

A pesar de las obvias evidencias de rechazo o condicionalidad, el presidente ha declarado favorablemente en torno al “apoyo responsable de la oposición que ha contribuido a realizar las grandes trasformaciones que demanda el bienestar de la sociedad”. Este juego se repite casi a diario, mientras los mismos opositores y críticos denuncian “la incapacidad presidencial y la incompetencia de los panistas”. En este juego paranoico y esquizofrénico, el PRD había mostrado mayores niveles patológicos, que ellos autocalifican como “congruencia”.

Este esquema varió por causa del fallido intento de intercambiar una verdadera reforma fiscal por una verdadera farsa electoral. A pesar de firmar un compromiso, el PAN no obtuvo una reforma fiscal, sino un muy problemático y poco útil aumento del 1% al IVA. Por esta causa, el PRI no obtuvo la complicidad suficiente para que sus gobiernos, no los electores, decidieran la sucesión de sus gobernadores. Las alianzas electorales entre PAN y PRD desnudaron el discurso y el tipo de acuerdo entre albiazules y tricolores.

Sin llegar a expresar acuerdos y apoyos nacionales trascendentes al panismo, los perredistas privilegiaron selectivamente su asociación con los panistas y mitigaron las descalificaciones al presidente y al gobierno federal. Los autoofendidos priistas pasaron al ataque con descalificaciones, desaprobaciones y descréditos constantes y crecientes contra el ejecutivo federal, su gobierno y su partido. Los acorralaron, los intimidaron.

El ataque priista rindió frutos. Felipe Calderón quiso aprovechar las fiestas patrias para llamar a la concordia y al trabajo conjunto. Nadie le hizo caso. Ni siquiera tuvo el apoyo completo de su partido. No obstante sus esfuerzos para convocar a la unión, y a pesar del rechazo de opositores y periodistas, los mismos que lo rechazan lo acusan de no haber aprovechado el momento histórico para ¡convocar a la unidad!

En medio de la rechifla del respetable, surgió la voz de sus acérrimos impugnadores y descalificadores para convocar (sin especificar, al menos por decencia, al sujeto de sus prédicas) a un “diálogo nacional, porque es la hora de generar acuerdos en nombre de los intereses supremos de la nación y de los justos reclamos de la sociedad mexicana”. Frente al “altar de la Patria” el líder priista del Senado (Manlio Fabio Beltrones y de la Cámara de Diputados) soltó su arenga y, para Ripley, el presidente de la república ¡se sumó a su llamado! Ni la formidable pareja de Medel y Cantinflas hubieran escenificado mejor estos diálogos del absurdo.

Si ya antes negociaron reforma fiscal a cambio de complicidad electoral, resulta lógico pensar que la reanudación del diálogo entre panistas y priistas esté fincado en pactos secretos que, aun cumplidos, no ofrecerán acuerdos públicos sobre cambios trascendentales para el país. La glosolalia del régimen político federal, real y único, el persistente nacional revolucionario, pone en el escenario las intenciones siniestras de este diálogo cantiflesco, accesible sólo para los iniciados. La sutura con hilos albiazules y tricolores, afirman algunos exégetas, en una rebuscada interpretación con la que no coincido, zurce las anomalías, para no parchar las rasgadas vestiduras electorales del 4 de julio. Pretenden dejar que el tiempo haga olvidar lo inaceptable. Las palabras se las puede llevar el viento, continúan interpretando los exégetas del oficialismo, pero el huracán de la reinstalación del pasado ha introducido en el túnel del tiempo al TEPJF que, como cangrejo, avanzó  de la práctica de la teoría de la nulidad abstracta, a la muy concreta nulidad de sus integrantes para rehacer legalmente un sistema electoral parasitado por las influencias del clientelismo, la cooptación, la corrupción y la probable influencia del crimen organizado. Revivir el espíritu democrático es una tarea urgente, pues la democracia unifocal (basada en la “teoría del inquilino de Los Pinos”, Luis Carlos Ugalde dixit) y el gobierno ineficaz y corrupto han detenido el pensamiento y la acción de la modernización, el desarrollo y la democracia. La glosolalia política mexicana ofrece, sin embargo, enormes oportunidades de exégesis. Cada uno puede interpretar los monólogos del poder a su manera. ¿Cuál es su interpretación?














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Gazmoñería Fiscal y Desastres

Por Francisco Montfort Guillén

Que las crisis y las contradicciones de su funcionamiento provocarían su ruina inminente. Esta fue la profecía… incumplida. Tenemos, en cambio, su renovación permanente. Ahora las crisis son constantes. Las contradicciones entre las necesidades a satisfacer, los satisfactores y los medios y mecanismos para obtenerlos continúan pero son atenuados mediante diversos mecanismos. La riqueza mundial ha crecido enormidades, los mercados se han expandido consistentemente y,  a pesar de sus éxitos, el capitalismo continúa provocando millones de personas excluidas de los beneficios producidos.

Para sobrevivir en el mundo capitalista, el único que existe, son necesarios un fuerte pragmatismo junto con nobles ideales; un gran conocimiento, tanto acumulado como innovador, principalmente tecnocientífico, económico y gerencial junto con experiencias políticas y de liderazgo. También es necesario contar con habilidades inasibles pero reales que se describen como: tener olfato, sentido común, sabiduría popular.

Por éstas y otras exigencias impuestas por el llamado sistema capitalista es que hoy, más que nunca, las sociedades requieren ser dirigidas por gobiernos fincados en el razonamiento y el diálogo públicos, la rotación de élites y de grupos, generalmente partidos políticos,  en el ejercicio del poder, mediante elecciones honradas, honestas y confiables; gobiernos conformados por hombres y mujeres competentes, de altas capacidades intelectuales, de sólidas habilidades técnicas y de inquebrantables conductas éticas y profesionales.

La ausencia de gobiernos con estas características, o la presencia de gobiernos con fallas graves en estos componentes, resultan disfuncionales al desarrollo capitalista. Un ejemplo paradigmático ha sido el gobierno de George Bush, Jr. Sus incapacidades generaron ambiciosas e inútiles guerras, abrieron el paso a una mayor escala de terrorismo y provocaron el abismo del desfondamiento casi imparable de la crisis financiera, iniciada el 15 de septiembre de 2008 con la quiebra del banco financiero Lehman Brothers.

En México nunca hemos tenido gobiernos y gobernantes que reúnan las características antes descritas y que serían la base de un Estado competente y poderoso, capaz de recrear y conducir una sociedad rica y de bienestar colectivo. Por razones y desmesuras explicables, aún ahora carecemos de gobiernos con la legitimidad, la buena fama y la capacidad suficientes para obligar a todos los causantes fiscales a pagar sus contribuciones legales para crear el tesoro público.

El equilibrio entre gobierno y contribuyentes mexicanos se finca en la gazmoñería: ambos viven profundamente afectados por devociones, escrúpulos y virtudes que no tienen. Sin fuerza ética, los actores de esta relación no se pueden exigir responsabilidades y optan mejor por engañarse mutuamente y autoengañarse. El tesoro público es insuficiente, no sólo para generar riqueza abundante; ni siquiera existen los fondos necesarios para que el gobierno ofrezca bienes y servicios de primera calidad y a precios competitivos. Puede gastar mucho (con Echeverría o López Portillo) o poco (con Zedillo y Calderón), pero el Estado nunca se atreverá a cobrar los impuestos que hacen falta para todo y para todos.

El país tiene una base gravable pequeña. Las leyes fiscales fueron diseñadas sobre la idea del privilegio, por eso cuentan con innumerables excepciones, incluyendo el impuesto general del IVA: “El 34.7 por ciento del gasto que realiza el 10% de la población con más ingresos se encuentra excento de pago de IVA o tiene tasa cero… (como también) el consumo en periódicos y libros, registran un nivel muy elevado entre las clases de más altos ingresos. Lo mismo sucede con colegiaturas de escuelas privadas y servicios de salud… La enorme evasión de impuestos ha sido calculada cercana al 50 por ciento de la recaudación potencial… El no cumplimiento del pago del IVA representó el 25.26 por ciento de la captación potencial de este impuesto en 2004… Evasión y exención provocan baja recaudación del IVA en México, alrededor de 3.7% del PIB en 2007 frente a 6.5 como promedio de la OCDE… Baja capacidad recaudatoria (9.4% del PIB en 2008, Brasil 35.5%), muchos compromisos de gasto que no pueden ser solventados, y con finanzas estatales débiles: el impuesto predial en Veracruz, como porcentaje del PIB estatal, fue 0.09 en 2003 y 0.11 en 2007. (Carlos E. Mayer Serra. Nuestro Inefectivo Pacto Tributario). El SAT esconde el nombre de personas físicas y de personas morales beneficiadas con la cancelación de créditos fiscales por un monto total de 74 mil millones de pesos. El IMSS sufre también por evasiones de cuotas que merman sus finanzas. Gazmoñería de los firmantes del pacto tributario que se convierten en desgarramiento de vestiduras cuando aparecen las tragedias naturales o sociales. Las crisis y desastres en una sociedad destruyen riquezas y vidas. Pero tienen también un efecto regenerador cuando existe un gran tesoro público y éste es manejado con honestidad, competencia profesional y responsabilidad política en inversiones públicas que ayuden a reponer las riquezas destruidas. Después de la temporada de lluvias, las aguas volverán a sus causes, aumentarán la pobreza y la descomposición social. “Karl” (que no Marx) y otros “sistemas” (que no capitalistas) meteorológicos desnudarán las ruinas de un gobierno, en sus tres niveles, ahogado en su propia incompetencia, sin dinero y sin nuevas ideas: el capitalismo subdesarrollado que no puede reinventarse y avanzar un plano superior.
















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Hacienda pública: incomprendida y bloqueada
Por Francisco Montfort Guillén



Intentar explicar y comprender la condición y la situación mexicana, sin incluir en el análisis el Estado, genera una visión parcial de nuestros problemas. Si aceptamos como válida la definición propuesta por Gramsci de que el Estado es la representación de la sociedad organizada, reconoceríamos como premisa general, en consecuencia, que nuestra organización es bastante deficiente.

Enseguida tendríamos que aceptar que si la organización es el elemento fundamental para que surjan las cualidades, entonces aceptaríamos que la mala calidad organizativa en el centro del decepcionante comportamiento del Estado mexicano para crear el tesoro público y para impulsar, con su gasto, el crecimiento económico y la sociedad de bienestar.

La fragilidad hacendaria bloquea el buen desempeño de las demás obligaciones institucionales del Estado. Por no reconocer esta verdad elemental, desde el nacimiento de México, las élites han peleado todas las batallas, han alternado sus victorias y derrotas, pero ningún grupo ha conseguido construir una sociedad desarrollada y, ni siquiera, reeditar el esplendor de la Nueva España.

¿Para qué se requiere de un gran tesoro público? Para defenderse de los ataques de otros Estados; o para hacerles la guerra; para asegurar la paz, el orden y la seguridad pública internas; para impulsar el crecimiento económico interno; para sostener eficientes empresas nacionales, públicas y privadas, y conquistar mercados internacionales; para construir un sistema democrático político y de gobierno que no parasite a la sociedad; para construir un estado de salud y seguridad social, pensiones incluídas, universal y gratuito y para muchas cosas más, como un sistema de educación/investigación/innovación competitivo. Y para construir este tesoro público colectivo es indispensable que los gobiernos realicen bien, muy bien, dos funciones: recaudar ingresos suficientes y gastar productiva y competitivamente la hacienda pública.

Es cierto que los mexicanos nunca hemos tenido gobiernos con la legitimidad suficiente para encarar su tarea de recaudación de fondos fiscales. Y si bien ninguna persona en el mundo paga impuestos con alegría, a los mexicanos pareciera no sólo disgustarnos el fisco, sino que rechazamos a los gobernantes que pretenden ordenar y organizar la hacienda pública. Y rechazamos en bloque estas intenciones porque, precisamente, nunca hemos conocido los beneficios del desarrollo. Vivimos instalados en el mundo de la desconfianza.

Cobrar pocos impuestos, hacerlo discrecionalmente y de manera sumamente deficiente es el inicio de una espiral de incompetencias. La primera consecuencia es que el dinero no alcanza para cubrir todas las exigencias de una sociedad en evolución continua. Es así que el déficit social es permanente y creciente. Y también lo es, contable y políticamente, el déficit financiero público.

Nunca ha existido algo parecido al “milagro económico mexicano”. En realidad el milagro ha sido la supervivencia de un Estado incompetente y corrupto, aceptado por una sociedad pobre, de desempeño económico mediocre y que no apoya, por mucho tiempo, a gobiernos que pretenden conseguir equilibrios fiscales ¿Por qué? Porque estos gobiernos, para no causar molestias a los contribuyentes cobran pocos impuestos, pero gastan también poco y por esa razón incrementan sus deudas sociales.

El superávit porfirista con Ives Limantour se lograba en una sociedad con más de 90% de analfabetismo, de economía rural y con una incipiente sociedad urbana, todos sin protección social ni sistemas públicos de salud. El supuesto éxito de Antonio Ortiz Mena contó con el respaldo de un gobierno autoritario que contenía demandas y descontentos y ayudaba únicamente a los hijos consentidos del sistema. Lo mismo puede decirse de Pedro de Aspe y Guillermo Ortiz. Por eso, por contener demandas y no cubrir las deudas sociales, al porfirismo le siguió la violencia revolucionaria; a López Mateos la deuda, el gasto desmedido e irresponsable, la inflación galopante y las devaluaciones. Y a Salinas de Gortari y a Ernesto Zedillo el hundimiento financiero y el crecimiento de la pobreza. Con Vicente Fox y Felipe Calderón continuó la baja tasa impositiva, la baja recaudación y la prudencia en el gasto, con lo cual, hasta la crisis reciente, las demandas sociales se cubrían sólo parcialmente y, ahora, el crecimiento de los problemas se ahonda y expande. Hoy es mayor la deuda social y la imposibilidad de brindar mejor seguridad pública, educación, salud, pensiones.

¿Nadie hizo nada para remediar estas situaciones? Pues sí, han existido iniciativas para hacer reformas fiscales. Y, en todos los casos, el esfuerzo ha sido tirado por la borda. Antonio Ortiz Mena sabía que su “desarrollo estabilizador” naufragaba. Promovió una reforma fiscal. Sus jefes prefirieron endeudar al país. En 1960 la deuda era de 813.3 millones de dólares. En 1970 era de 3,280.5 el 9.2% del PIB, y su servicio representaba 26.3% de los ingresos por exportación. Como consecuencia, se sacrificó la inversión pública. Luis Echeverría, inclusive, contrató a Nicholas Kaldor para diseñar una buena reforma fiscal. La desechó finalmente y decidió expandir el gasto público financiado con deuda externa para paliar los estragos sociales del desarrollo estabilizador. Heredó una catástrofe. José López Portillo había diseñado su reforma fiscal. La abandonó por la expectativa de la riqueza petrolera que pensó infinita. Aumentó la deuda, creó inflación, salida de divisas, devaluación y cerró con la quiebra nacional.

Carlos Salinas de Gortari implantó un nuevo periodo de prudencia fiscal, contuvo el gasto público, incrementó el gasto privado, reformó el sistema tributario bajando el IVA de 15 a 10%, con lo que creció poco la recaudación y de manera no sostenible. Concluyó con “el error de diciembre” y una nueva bancarrota. Ernesto Zedillo logró incrementar el IVA, constituir fondos de ahorro, mantener la prudencia fiscal pero el incremento tributario no alcanzó, siquiera, la recaudación del gobierno salinista.

Vicente Fox impulsó una ambiciosa reforma fiscal que fue bloqueada por el PRI en 2003. Felipe Calderón ha hecho dos intentos, ambos rechazados por el PRI, por razones políticas, no económicas ni financieras. Desde 1965, al menos, han sido frenadas las reformas fiscales. Por razones comprensibles, el PRI ha impedido constituir un Estado rico: un tesoro público acorde con las necesidades de toda la sociedad mexicana y que sea la base de un proyecto nacional ambicioso. Y por incrementar el gasto público para paliar la pobreza social crónica, ha provocado tres crisis profundas por el exceso de gasto público en 1976, 1982 y 1995. Ahora, en 2010, pretende sujetar nuevamente la hacienda pública a sus intereses políticos y de acceso a la presidencia de la república. Rebajar el IVA de 16 a 15 por ciento no mejorará el poder de compra de la sociedad, causará mermas al tesoro público y sólo servirá electoralmente al PRI, que vive bajo el trauma de la roqueseñal creyendo que el poder político presidencial lo perdió por aumentar el IVA.



















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Tlacotalpan resignada: ¿por qué?



Por Francisco Montfort Guillén



¿Los veracruzanos nacieron con mala estrella? ¿O sus desgracias provienen de que sus autoridades trasformaron la sociedad de riesgo en sociedad del desastre? Porque su situación actual combina conductas propias de la resignación, la incapacidad, la irresponsabilidad, el desprecio. Diferente situación de otras sociedades contemporáneas que también viven en tensión frente a dos amenazas. Una está formada con los riesgos de ruina provocados por la naturaleza, algunos de ellos imprevisibles en su aparición o en su magnitud. Para conjurar o al menos disminuir sus daños y peligros, el hombre ha intentado, y conseguido, en muchos casos, “dominar la naturaleza”.



Notoriamente la cultura occidental ha sido exitosa en crear ciencia y tecnología con esa finalidad. Y a causa de este intento de dominio se ha provocado la segunda serie de amenazas. En efecto, han surgido riesgos de civilización tecnocientífica, principalmente por la producción industrial, que generan peligros para los hombres y para la naturaleza. Las sociedades modernas y desarrolladas, en consecuencia, están integradas por ciudadanos que, a sus múltiples obligaciones y responsabilidades, deben agregar conocimientos y habilidades para prevenir y hacer frente a los riesgos naturales y a los riesgos de su civilización tecnocientífica.



En el subdesarrollo las sociedades de riesgo también existen. Pero su drama consiste en que son trasformadas en sociedades del desastre. O sea, viven con las amenazas de sufrir riesgos naturales y riesgos tecnocientíficos por sus labores industriales. Pero los enfrentan cada vez a mayor escala y con menores elementos para resolverlos. En ese tipo de sociedades la pobreza ha sido convertida en matríz del desastre, pues se convierte en privación de iniciativas personales y de capacidades de realización.



En todo el país, durante las entrevistas televisivas o radiofónicas, o en las crónicas/entrevistas de la prensa escrita, las personas damnificadas expresan una condición contradictoria: esperan las acciones del gobierno con engañosas esperanzas y alegría, y resulta difícil distinguir que es más doloroso: su condición de víctima, o su actitud de resignación. La mayoría actúa desde esta última condición: como seres pasivos que desde el abandono han renunciado voluntariamente a ejercer sus derechos ciudadanos. La abdicación de sus derechos provoca la ruptura de los lazos de mutualidad para el beneficio conjunto a través de la cooperación. La resignación individual y social también genera el sobrevalor de la bondad social del gobierno, que sustituye con entregas de despensas su obligación legal de hacer la diferencia, es decir, de hacer efectivo su poder para prevenir y para anular los daños mayores derivados de los riesgos.



El Estado mexicano ha creado la ideología de la redención. Esta ideología ha guiado sus acciones. El Estado, a través de sus gobiernos (por imitación: Dios, a través de Cristo) rescata y redime a sus súbditos. Los exime de responsabilidades (cumplir con las leyes, pagar impuestos) y los compensa; los rescata de las desgracias a cambio de que acepten su dominio, sus conductas, su poder. Así el pueblo cree que sus sufrimientos son redentorios para alcanzar la dicha terrenal. Durante muchas décadas, los mexicanos han sido educados y condicionados a que su manera de vivir esté en paz con su pobreza crónica. Los pobres, y los desesperadamente pobres (Amartya Sen) han sido condicionados para perder la fuerza de la revuelta, el coraje ya no para exigir, sino ni siquiera para desear un cambio radical. La mayoría de los mexicanos ajustan sus deseos y expectativas sólo a las ayudas que consideran factibles.



De esta manera las desigualdades se perpetúan sin causar rechazos en los desamparados. Su felicidad es adaptada a la pobreza. La indignidad crónica es trasformada en compensación al vivir pequeñas satisfacciones provenientes de las ayudas ciudadanas y sobre todo de las despensas gubernamentales y los regalos utilitarios de candidatos y partidos. La felicidad adaptada a las vidas empobrecidas. Felicidades pequeñas derivadas de pequeñas satisfacciones que alivian aflicciones pequeñas. Alegría provisional derivada del gesto amistoso momentáneo que sustituye a la responsabilidad legal y política de los funcionarios públicos y de los políticos. En todo el país, el drama es el mismo.



Veracruz fue una fiesta. En los desastres naturales aparecían funcionarios, despensas, albergues y pequeñas obras de remedio. Para todos alcanzaba alguna dádiva. Los medios de comunicación cubrían profusamente la trasformación de la emergencia en redención y en alegría ficticia del momento. ¿Qué fue de aquellos tiempos?



En estos días aciagos las tormentas desnudan la vida social. La solidaridad ciudadana ha menguado: ¿Por qué? La fiesta en la calamidad no aparece: ¿Por qué? La tristeza y la preocupación en los ciudadanos gana terreno: ¿Por qué? Los mismos problemas, pero acrecentados, reaparecen: ¿Por qué? ¿Para qué sirvieron los enormes recursos del FONDEM de la época de Vicente Fox, que debieron duplicarse con las aportaciones del Gobierno del Estado? ¿En qué se invirtieron? ¿Qué males remediaron?



Pasaron los años y no fue frenada la destrucción del patrimonio natural. Tampoco se creó capital natural para disminuir los desastres naturales. No se creó más capital humano. Ni siquiera capital construido que evitara lo previsible: el incremento de los riesgos de inundación. Una sociedad que abdica de sus derechos no puede exigir respuestas a estas cuestiones. Tampoco las necesita. Se conforma con vivir al día y a la espera de los obsequios gubernamentales. Excepto los desesperadamente pobres, el resto de los habitantes de Tlacotalpan, convertida en “patrimonio de la humedad”, abandonaron por iniciativa propia sus casas, antes de que el gobierno los obligara. ¿Existirá una mejor imagen de autoabandono, y derrota social que las calles deshabitadas de Tlacotalpan, metáfora de la resignación y de la impotencia política?









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Filosofía del fracaso hacendario



Por Francisco Montfort Guillén



Un Estado pobre es un pobre Estado. Así hubiera podido extender su sentencia el más destacado filósofo político de la Escuela de Atlacomulco. Lo hubiera hecho si, en lugar de profundizar sus conocimientos por los luminosos senderos del saber y la praxis de hacer fortuna personal con los presupuestos públicos, se hubiera dedicado a pensar la forma de fortalecer el stato fiscalis. Ese filósofo de origen alemán reflexionó, desde su humilde profesorado, sobre el arte de la política y del ascenso al poder con base en la episteme, la doxa y la praxis de hacer, dar y recibir dinero a pesar de las exiguas finanzas nacionales.



En realidad este filósofo no aportó ninguna idea original. Sólo encontró la sentencia afortunada, el aforismo exacto del éxito en su sistema, su gobierno, su partido. Expresó, de otra manera, la escuela de pensamiento de su maestro Gastón N. “El Cínico”, el filósofo de la Escuela de San Luís, que indagó sobre la moral. Y ambos contribuyeron a que sus aforismos se convirtieran en aforismas nacionales.



Regresemos a la idea del stato fiscalis. Este concepto encierra una idea acorde con una definición lúcida de Estado: el aparato que debiera representar una nación organizada, según la propuesta de otro filósofo, éste, italiano, y de nombre Gramsci. Stato: una manera de ser, que es durable, permanente y estable. Pero, y es significativo, significa estar y mantenerse de pié. Fiscalis: tesoro público, es decir, riqueza de la sociedad organizada, que es la accionaria pública de un bien común, de un bien colectivo para beneficio de todos los ciudadanos, contribuyentes o no contribuyentes.



Stato Fiscalis: representación de la potencia pública de una sociedad organizada y por lo tanto titular de los poderes legales para crear y administrar su fondo fiscal, colectivo y común. Y, con el ejercicio honrado y técnico de este fondo, beneficiar a todos los ciudadanos. El Estado es, también, la autoridad encargada de impedir la apropiación privada del tesoro público.

Estas cualidades y atributos han estado ausentes o, en el mejor de los casos, muy débiles en el Estado mexicano. Han predominado otras características muy evidentes. El mexicano ha sido un pobre Estado, y ha sido parasitado por una constante apropiación privada del tesoro público. Más que una homogénea condición de pertenencia del Estado a una clase social, son las razones de su debilidad como aparato cerebral de una sociedad en busca de una vida digna y honrada las que han determinado su incapacidad para promover las libertades, la igualdad, la justicia y la seguridad pública.



El caos decimonómico de la naciente sociedad nacional independiente, tuvo como causa y efecto la imposibilidad democrática de constituir un acuerdo para la construcción de un eficiente y eficaz aparato central de comando. La fuerza bélica sustituyó al acuerdo. El triunfo militar fundó el pacto entre facciones que hizo posible el dominio de un Estado autoritario, absolutista y caciquil. El gobierno personalizado de Porfirio Díaz, con Ives Limantour como responsable de la hacienda estatal, logró consolidar las finanzas públicas e inclusive producir, en sus últimos años, un orgulloso superávit. Este éxito de los ninis Científicos (ni priistas, ni panistas, ni perredistas) parece que permeará, como una maldición gitana, los posteriores éxitos financieros (de los gobiernos que los han alcanzado).



¿En qué se parecen las gestiones de Limantour, Ortiz Mena y Pedro Aspe? O si prefiere usted más impactante la comparación ¿por qué son similares los gobiernos de Porfirio Díaz, de Adolfo López Mateos/Gustavo Díaz Ordaz y Carlos Salinas de Gortari? En primer término, porque entendieron la importancia de imponer orden en las finanzas públicas. También porque lograron mejorar la economía nacional. Y porque lo hicieron, cada uno con su estilo personal de gobernar, con las mismas herramientas, como lo demuestra Carlos Elizondo Mayer-Sierra (Nuestro inefectivo pacto tributario. ITAM, CIDE, Porrúa, 2010).



El equilibrio presupuestal y el pírrico éxito financiero de estos gobiernos han sido el resultado de mantener una baja tributación (para alegría idiota, en sentido griego y mexicano de la palabra, de los contribuyentes) y mantener, asimismo, un gasto gubernamental bajo. Sustentadas, estas decisiones, en la sensata idea de la prudencia financiera. Se trata de una ideología que muchos califican de tecnócrata: liberal científica en un caso, nacional revolucionaria en otro, y neoliberal globalifílica en el último. En realidad estos funcionarios aplicaron las ideas del único teórico de la economía mexicana a la altura del arte: Chava Flores.



En su texto La riqueza de las Bartolas, es decir, de las finanzas mexicanas, federal, estatales y municipales el economista político nacional establece el realismo mágico mexicano: con pocos pesos, Bartola debe realizar todos los gastos, cubrir su sueldo, y destinar un tantito para la fiesta. Se le exige, además, ser ahorrativa. Y Bartola cumple. Pero compras, salarios, fiestas y ahorros son de mala calidad, poquiteros, mediocres. Y cuando busca mejorar las cosas, gasta de más y pide préstamos o imprime billetes.



Con estas acciones provoca deuda e inflación. Y su ejemplo lo siguen las Bartolas de cada uno de los estados y municipios, pero con un agravante. Estas Bartolas hacendarias no tienen y no quieren tener recursos propios. Como no pueden imprimir billetes, se endeudan. Y lo hacen pidiendo préstamos directos en bancos. O las esconden con préstamos indirectos en la Bolsa. En ambos casos obtienen recursos frescos. Si los invierten en actividades productivas, mejorarán la economía y los ciudadanos pagarán más impuestos a la Bartola nacional (SHCP) para que las Bartolas locales cuenten con más recursos, hipótesis que no siempre se cumple. Pero en este caso, como las haciendas locales no cobran impuestos para quedar bien con los contribuyentes, tampoco adquieren responsabilidades ni compromisos directos con sus gobernados. En fin: la sociedad, que constata cómo el tesoro público es privatizado por unos cuantos y cómo las Bartolas subsisten con débiles ingresos, malos gastos y deudas francas o escondidas, mira desconsolada, como siempre, que el suyo es un pobre Estado, además de un Estado pobre.



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Urbanidad y urbanismo: carencias del poder político en Veracruz




Por Francisco Montfort Guillén




El tránsito de la vida rural a la vida urbana, de la economía campesina a la industrial significa la prolongación del día a través de medios artificiales. Provoca una nueva cultura, de proximidades distantes, es decir, de estrechas relaciones entre un mayor número de personas que se conocen poco entre sí y cuya vida social depende menos de los ciclos cicardianos, de los horarios inflexibles, de normas colectivas infranqueables. Entender la vida urbana significa dar cuenta de una actividad económica humana de 24 horas, de 365 días por año, con expresiones psicosociales de individualidad de los habitantes en cada ciudad.



Esta verdad de Perogrullo contrasta, sin embargo, con las realidades mexicanas. Construir ciudades no significa amontonar personas, casas, y demás construcciones. El hacinamiento es la acumulación del desórden. La ciudad es, primeramente, construcción de orden. Enseguida, es construcción de autonomía, mediante un proceso político racional que define, con precisión, las relaciones de dependencia que sustentan esa autonomía. Después es construcción de comportamientos, individuales y colectivos, que definen la buena conducta de los ciudadanos. Y todo esto significa reconocer y modificar el imprinting, el sello cultural que desde la infancia troquela nuestra personalidad.



En México hemos vivido lo que Juan María Alponte define como proceso de urbanización desurbanizadora. Proceso formado de relaciones promotoras de exclusión social, desigualdad económica; vulnerabilidades diferentes y riesgos evitables frente a desastres naturales e industriales; inseguridad pública y desaparición de límites entre los bienes comunes, los bienes públicos y los bienes privados.



Los resultados son espectacularmente desastrosos. Van desde el gigantismo de la Ciudad de México hasta el desastre sociológico de Ciudad Juárez. Comparando ciudades, y comparando barrios dentro de las ciudades, es posible encontrar otra relación poco esclarecida pero igualmente determinante en la calidad de vida de las urbes. Es la relación entre capital construido, capital social, capital humano y capital cultural. En otros términos: los vínculos entre urbanidad y urbanismo influyen sobre las expresiones que adquieren los ciudadanos, sus organizaciones y sus capacidades estéticas y de convivencia comunitaria mediante el usufructo del capital construido.



En otras ocasiones hemos mencionado el contraste, adverso para los veracruzanos, entre la belleza paisajista del patrimonio natural de su territorio, con la mediocridad de su capital natural y la fealdad de su capital construido. Mientras el paisaje es deslumbrante y magnífico, sus ciudades carecen, en conjunto, de valores estéticos remarcables. Y no sólo las ciudades como totalidades. Por ejemplo, aquí en Xalapa, la riqueza del patrimonio natural, y la creación de capital natural en el espacio del Instituto de Ecología, contrastan con la pobreza del antiestético capital construido. Con todo, la comparación favorece a este espacio social vis-a-vis de la Facultad de Arquitectura y la Rectoría de la UV. Y por supuesto, ambos espacios superan, con mucho, los capitales de todas las colonias periféricas de la ciudad capital.



Existen centros urbanos, en todo el territorio veracruzano, muy alejados de la mano agraciada de Dios y muy cerca de las demoledoras manos de quienes han gobernado. El problema es que la fealdad estética y la desurbanización siguen aumentando mientas la urbanidad continúa disminuyendo. Está demostrado que las personas que viven un entorno de agresividad estética, formado por casas sin terminar y sin pintar, sin jardines ni parques, fachadas de casas y edificios sin valor estético, muros grafiteados y otros males antiestéticos, expresan su diaria frustración mediante conductas antisociales que alimentan su entorno hostil. El Valle de Chalco y Ciudad Netzahualcóyotl como prototipo de vida social sin recompensas.



Es cuestión de observar, simplemente, para advertir que, en el estado de Veracruz, no existe magnificencia en las expresiones de las relaciones entre Poder, Arquitectura, Urbanismo y Urbanidad. Pocos edificios serían rescatables, en su evaluación estética y funcional, entre los que pertenecen al poder eclesiástico y al poder político. Y los rescatables no han sido factores fundamentales de una vida basada en un alto refinamiento de la urbanidad.



En Xalapa se intentó revertir esta situación con el Plan de Desarrollo Municipal en sus versiones 1993-94 y 1995-19997. La crisis del “error de diciembre” acabó, en su nacimiento, con las posibilidades reales de realizar a cabalidad sus propuestas. A partir de 1998, la barbarie de la tábula rasa enterró planes e ideas con un pragmatismo incivilizado. Aquí, y en todo el estado, son ahora mayores los problemas a resolver y menos los recursos públicos disponibles para promover procesos urbanos civilizatorios, y combatir la urbanización desurbanizadora. Tal vez el mayor vacío a cubrir sea el de dotar, al Poder, de la urbanidad suficiente y necesaria para alentar, con base en el buen gusto estético, la cortesía, el comedimiento y los buenos modales una vida social renovada que deje expresarse a un urbanismo técnico y humanístico de gran calidad, que existiendo potencialmente en la sociedad veracruzana, ha estado ausente por sexenios completos en las políticas públicas.




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