Observador Ciudadano Tu pagina de inicio

Pobres de los pobres
Por Francisco Montfort Guillén

Las organizaciones tienden a generar sus propias patologías. En sus comportamientos y en sus discursos son evidentes las huellas de su estado de salud. Sus conductas denotan sus males y todo aquello que lo separa de la normalidad. Una de las peores enfermedades consiste en regodearse en sus propios males, como si en ello encontrara placer. Esta parece ser la situación de una buena parte de la sociedad mexicana. Coinciden con ella la mayoría de los intelectuales de izquierda, los militantes de la misma y los dirigentes y partidarios del PRI. El último gran ejemplo, pero que al parecer continuará desde ahora y por lo menos hasta que finalicen las campañas electorales presidenciales es el referente al debate inútil sobre quién detenta el récord Guinness de la creación de pobres en México.

La riqueza y la pobreza extremas conviviendo en tiempo y lugar constituyen un rasgo definitorio de la sociedad colonial/independiente/reformista/revolucionaria que hoy llamamos mexicana. Durante el siglo XX los pobres fueron la punta de lanza lo mismo de golpes de Estado que de revoluciones que de reformas y de muchos, muchos discursos. Fueron los consentidos del partido único. Los consintieron con tortas y refrescos pero nunca de ocuparon específicamente de mejorar sus condiciones de vida. ¿Cuándo aparecen en escena como actores pasivos de su propia representación política? Cuando su número aumenta hasta convertir su presencia en disfuncionalidad para el modelo de acumulación de riquezas. Ese momento estelar es el resultado de la crisis financiera y económica provocada por Luis Echeverría; por la primera gran quiebra nacional postrevolucionaria provocada por José López Portillo y por la crisis permanente gestionada por Miguel de la Madrid.

Después de 18 años de penurias la sociedad mexicana estaba exhausta. La irritación social aumentaba hasta la exasperación. Para el modelo salinista de desarrollo, a caballo entre el corporativismo, el control político-electoral y la modernización económica y administrativa, el aumento del número de pobres constituía una debilidad extrema para acumular capital y para continuar con su dominio político.

Solidaridad marca el inicio del reconocimiento de la disfuncionalidad económica del número de pobres para cualquier modelo de acumulación y para cualquier tipo de Estado. Su aparición no es fortuita. Pero tampoco obedece a un paliativo puro de un modo de desarrollo "neoliberal-globalizado". Es más que un simple programa de justicia social. Es una respuesta gubernamental al desfondamiento socio-económico del Estado mexicano. El método de subvenciones directas a los ciudadanos y las familias y el fin de los subsidios indiscriminados y reducidos a los "hombres del sistema" marcan una nueva etapa de la organización social de nuestro país. Solidaridad, Progresa y Oportunidades son los vértices del mismo triángulo de la pobreza en México: hombres de negocios voraces más que empresarios, gobiernos a sus servicio que continúan utilizando las arcas públicas como fondo de acumulación de capital y las clases trabajadoras maniatadas por la ley, el control político y la cultura de la dependencia y la mano estirada en busca de dádivas que les han mermado su dignidad, sus libertades y capacidades para construir proyectos de vida independientes y satisfactorios según sus propios deseos.

A partir de 1995 en el aspecto financiero-económico y desde 1997 en el plano político la sociedad mexicana vivirá nuevas experiencias enmarcadas en un proyecto de mayores libertades. Desde entonces a la fecha, los pobres disminuirán su disfuncionalidad económica y recobraran su calidad de sujetos de justicia social, ya no en un modelo de justicia plena, sino en un proyecto de soluciones individuales y en ámbitos susceptibles de ser mejorados. Este cambio cualitativo que reflejan el Censo de 2010 y múltiples encuestas no ha sido comprendido por el PRI. Al menos sus dirigentes más visibles muestran su desarreglo psíquico, su deseo mórbido de regodearse con el problema de la pobreza cuando la sociedad mexicana quiere caminar por los rumbos de la creación de riquezas, su mejor distribución y el ejercicio pleno de sus libertades. Los proyectos de reforma fiscal y laboral demuestran que siguen siendo los mismos políticos más interesados en mantener clientelas de pobres y no clases medias exigentes. Pobre de los pobres que sólo se ocupan de ellos para mantenerlos pobres los más pobres de ideas para salir de la idea de pobreza e instalarse en la de la generación de riquezas para todos.










Observador Ciudadano Tu pagina de inicio





Misión Imposible vs Rápido y Furioso‏


Por Francisco Montfort Guillén


Una de las fantasías recurrentes de los mexicanos de nuestros días es ser protagonista de un affaire con la justicia. Pero, acota Juan Villoro, en un asunto en el cual los abogados y el sistema sean norteamericanos. El sueño sería estar con los casi míticos seres evocados en series tan viejas como Perry Masson o tan actuales como La Ley y el Orden. Y se puede agregar que dicha experiencia sería como recibir un impactante e intensivo curso de defensa y ejercicio de derechos humanos, de vivencias compartidas, alegres y tristes, de dudas en el ejercicio del bien y el mal, de cuestionamientos permanentes sobre el profesionalismo, la utilización de recursos que están en el límite de la legalidad para defender algo justo y, en fin, para saber que siempre triunfa la verdad y la justicia. Ese es uno de nuestros delirios frente a las vivencias reales que nos garantiza nuestro sistema de justicia y de seguridad pública y de ejercicio de los derechos humanos.

La diferencia entre el sistema idílico norteamericano y el real mexicano pasa sin duda alguna por la cultura. Sabemos que en el país del norte existen muchos compatriotas que purgan condenas mediante procesos violatorios de la ley. Y deben existir múltiples casos de injusticias irresueltas, de condenados inocentes y culpables liberados. La certeza es que esos casos que no forman la mayoría y, que de ellos, se obtienen experiencias para reformar y mejorar procedimientos y normas. Por ejemplo, la obligación legal de los policías de recordarle a los detenidos, culpables reales o inocentes reales, sus derechos, y explicitarles que tienen la opción a permanecer callados o lo que digan será usado en su contra, proviene de un juicio ejercido en contra de un mexicano que había cometido un delito, pero como no le hicieron saber sus  derechos, tuvieron que dejarlo en libertad. A partir de este caso, se reformaron las leyes para que, en toda la Unión Americana, al detenido se le recuerde que tiene derecho a solicitar o contratar un abogado defensor, pues su culpabilidad no la determinan los policías.

Se puede establecer otra analogía. Los mexicanos de hoy seríamos los más orgullosos de nuestra historia si nuestros agentes de seguridad tuvieran las cualidades y realizaran las hazañas de Rambo, y tuvieran  la efectividad del equipo que protagonizan los investigadores de Misión Imposible. Aunque de origen inglés, también qué no daríamos los mexicanos por sentirnos protegidos por agentes como el 007 o, más terrenales pero no menos competitivos, por los policías y agentes de CSI o The Glades o Colombo  y tantos héroes que pueblan las series y filmes norteamericanos. Los mexicanos, en cambio, estamos destinados a carecer de jueces y policías que podamos enaltecer hasta convertirlos en héroes. En nuestra cultura los héroes son aquellos personajes que protegen a sus semejantes en contra, precisamente, de las autoridades, solas o coludidas con maleantes. Nuestra cultura no se basa en la ley y el orden y  en el respeto a las instituciones. Lo nuestro es la venganza de agravios, las reivindicaciones frente a los abusos del poder, la protección frente a la violencia e ineptitud de las autoridades. Quien lo haga, así sea un forajido, merece nuestro respaldo, nuestra confianza, nuestra admiración. Es, ahora, el caso de algunos de  los narcos: héroes populares en muchas comunidades.

Chucho el Roto, como paradigma del Robin Hood mexicano, que roba a los ricos para proveer a los pobres, después es encarnado por héroes fílmicos, rurales o urbanos, civiles o militares, que se oponen a las injusticias que padece un pueblo, una persona o un grupo indefensos. A los victimarios no los procesan los jueces y nuestras leyes. O los matan cuando se oponen a la justicia, o las acciones terminan con su detención por los vengadores, muchas veces anónimos (El Zorro, La Sombra Vengadora; El Santo o Blue Demon, Los Gavilanes). Nuestra cultura popular (y la refinada) carece de los valores y la pedagogía de la imparcialidad de la ley y de las conductas honorables de las personas encargadas de administrarla o procurarla. En cambio contamos con la febril actividad legislativa que nos inunda de leyes constitucionales y secundarias que casi nadie conoce, que por diferentes razones siempre son violadas o mal interpretadas, pero que permiten a los políticos  llenar la bitácora de sus discursos.

Finalmente, quisiéramos tener mejores políticos y que por lo menos en algo se parecieran a los de norteamérica. Que fueran más responsables, mejor preparados académicamente, con capacidad para resolver problemas y defender los intereses ciudadanos. La realidad, sin embargo, nos muestra que en las tres situaciones descritas, las películas y las series norteamericanas de televisión sólo promocionan y, al hacerlo, construyen imágenes favorables que fortalecen la cultura de la superioridad e infalibilidad de sus sistemas. Esto así, porque la vida cotidiana nos ofrece ejemplos contundentes de que si bien son mejores profesionalmente en muchos aspectos, los gringos son seres humanos, como cualquier otro, cargados de defectos y limitaciones. Un ejemplo contundente es el diseño y aplicación de la operación encubierta Rápido y Furioso. Mal planeada y peor ejecutada, pensada (es un decir) con mucha inocencia (para decirlo suavemente) y basada en una enorme ignorancia sobre nuestro país. El fracaso refleja la torpeza política de sus diseñadores, y la reacción de todos los altos funcionarios del presidente B. Obama, frente a su Congreso, revela las mismas conductas que pintan a nuestros próceres mexicanos. Todos niegan su participación o alegan desconocimiento en un grave problema que en lugar de resolver, lo incrementaron.

La lección para nosotros es bastante desoladora. Divididos internamente, buscando a toda costa frenar a sus opositores, los políticos mexicanos carecen de la inteligencia y la habilidad para hacer frente a los verdaderos enemigos de México en esta grave situación. En lugar de condenar a los delincuentes y atacarlos sin descanso, culpan al presidente de todos los problemas. En lugar de condenar la injerencia y estupidez norteamericana por la operación encubierta, el presidente se ataranta y no exige respeto al país y sus opositores aprovechan la ocasión para atizarle más críticas. Sin unidad interna resulta difícil resolver nuestros problemas locales. Sin unidad interna, la política internacional resulta, esa sí, Misión Imposible. La realidad mexicana, dicen algunos, supera cualquier ficción. Pero ésta no nos ayudará a resolver los problemas reales.




















Observador Ciudadano Tu pagina de inicio






Democracia milagrosa: ¿COFEPRIS o IFE?‏
Por Francisco Montfort Guillén

La cultura humana incluye la adoración  o admiración exagerada y sin reserva de una persona o cosa. Su complemento está en la servidumbre apasionada de los grupos sociales a esa persona o cosa. Se trata de uno de los orígenes del pensamiento religioso y del pensamiento político. Sus transfiguraciones históricas incluyen la adoración de ídolos (objetos, animales, personas) múltiples o únicos, religiosos o laicos que se han extendido a otros espacios sociales gracias a la potencia del mercado capitalista. Por lo tanto, ninguna sociedad puede prescindir del fetichismo y de la idolatría. Pero en algunas su influencia es menos determinante en su evolución y progreso. No parece ser el caso de la sociedad mexicana.

En los comportamientos colectivos de nuestras sociedades, a lo largo de y ancho de México, es perceptible una diversidad considerable de expresiones colectivas sustentadas en la idolatría y el fetichismo, que conforman parte de la riqueza de nuestra cultura. Resulta evidente que esta manera de comportarnos ha estado influida tanto por las religiones politeístas prehispánicas, como por la monoteísta religión cristiana que, en el caso del catolicismo, abrió la posibilidad de incorporar a su culto las imágenes de santos, santas, vírgenes, ángeles. Y la complicada situación de la conformación histórica de nuestra sociedad, como nación independiente, ha permitido la influencia de las ideologías y de las personas que ejercen el poder político. Éste, a pesar de su intención por adquirir un status laico y racional, sigue sustentado en los mecanismos que permiten la creación de fetiches e ídolos, sustentados también en la fuerza que han adquirido los medios de comunicación. Situación inevitable porque tanto la propaganda como la mercadotecnia se basan en los mismos mecanismos de funcionamiento mental, psicológico que permiten sembrar, en las conciencias y cerebros de las personas, ideas e imágenes, hábitos y costumbres.

En la medida en que está bloqueado el pensamiento racional y deformada la educación escolar, en esa misma medida nuestra sociedad es más propensa a la creencia desmedida en la posibilidad de vivir hechos extraordinarios en donde cree encontrar la manifestación o la intervención divina y bienhechora. La influencia del misterio, la maravilla, el prodigio tiene una fuerza enorme en las creencias mexicanas, asentadas en las significaciones espirituales de la ocurrencia de posibles hechos que le producirán algo sorprendente y admirable, no obstante las condiciones reales en donde  espera el milagro. Sin duda alguna, también esta cultura es un reflejo de la mala calidad educativa, en donde esperamos, paradójicamente, que mejore su rendimiento y competitividad sin modificar su organización o capital social, manteniendo los privilegios y los mismos funcionarios.

Sobre los cimientos de esta cultura construimos la idea del milagro democrático, en el que bastaba quitarle el monopolio del conteo de los votos al sistema de partido/gobierno priista, para que florecieran las libertades y la justicia y equidad y el crecimiento económico. Ante la realidad, vino la frustración de un sector importante de la sociedad que se frustró con Fox, como antes lo había vivido con Salinas, y vio en la persona de AMLO la posibilidad de otro milagro. Por diferentes circunstancias este nuevo milagro no llegó. Pero la lógica del funcionamiento político vuelve a situar a la sociedad mexicana ante una nueva decisión electoral. Y ahora tiene enfrente la creación de una nueva imagen, que le es ofrecida como la representación de una divinidad que la rescatará de la situación actual, que se vende también como fracaso y fatalidad, para lo cual se le incita a la admiración exagerada de esa nueva imagen, ficticia y, por lo tanto, con enorme fuerza para influir sobre la realidad.

Muchos mexicanos desean o ven la próxima contienda electoral como el enfrentamiento entre dos productos milagro: López Obrador en contra de Peña Nieto. Es en esta lógica en donde el PAN propiamente no aparece, al carecer de su propio producto milagro. Este es el mal que tiene que racionalizar y resolver nuestra sociedad. No debiera aceptar una contienda entre productos milagro que le proponen resolver su presente/futuro gracias exclusivamente a su presencia. Ni la democracia, ni la modernidad ni el desarrollo son resultados milagrosos que una sola persona pueda provocar. Como tampoco la sociedad mexicana resolverá el problema del sobrepeso de buena parte de su población simplemente ingiriendo otros productos milagrosos.

El fetichismo, la creación de ídolos y la realización de milagros forman parte, ahora, de la producción, la publicidad y el consumo de los mercados que refuerzan la actividad de los políticos. En el boxeo la promoción del peleador nombrado "el Canelo Álvarez" es un ejemplo desesperado de Televisa por construir un boxeador-milagro, como sus productos de Genoma-Lab. Esa empresa televisiva maneja muy notablemente la construcción de fetiches, como lo demuestra con la imagen de la selección mexicana de futbol. Pero en la política, esta actividad resulta peligrosa. Porque no diferencia, por ejemplo, entre la necesidad de alternancia en el gobierno, en tanto producto inherente a la democracia, y la venta de un producto milagroso, como se ofreció la candidatura de Vicente Fox. Lo desesperante y riesgoso es que esta misma situación se repita ahora con la próxima elección presidencial.

Una evaluación profesional y apartidista mostraría con cifras lo que es la realidad cotidiana en todo el país. Ningún gobernador ha ofrecido un gobierno con resultados diferentes, dignos y superiores a los de sus iguales. La evaluación sería similar sobre el gobierno federal. De aquí la necesidad de confrontar proyectos para reconstruir el Estado mexicano, contrahecho por los cambios sin rumbo desde los años setentas del siglo pasado. Sin embargo, a nuestros políticos este esfuerzo les parece secundario, o peor, prescindible. Ni el "Chúntaro Moreira", ni el "Toluco Peña Nieto", ni el "Zurdo López Obrador" ni el "Carnal Ebrard" ni el "Sospechosista Creel" ni el "Fajador Lozano" vendidos como fetiches mágicos, los productos milagrosos que aliviarán los males de la sociedad mexicana, tan propensa a creer y aceptar productos milagrosos que la curen de sus desgracias, ya se trate de medicamentos o divinidades religiosas o políticos salvadores y redentores de la Patria. Necesitamos de proyectos que sean respaldados por las mayorías, con la fuerza suficiente para convertirlos en  guías y soportes de la transformación nacional. Porque como la situación en este momento, tal vez sería de mayor utilidad que fuera la COFEPRIS y no el IFE la institución que regulara las próximas elecciones federales.













Observador Ciudadano Tu pagina de inicio




Por un triunfo democrático rotundo‏

Por Francisco Montfort Guillén


Nuestra historia democrática es muy corta. Ni siquiera puede presentarse en sociedad como una agraciada quinceañera. En el ámbito federal se remonta a cinco elecciones. Tres de ellas conciernen a la Cámara de Diputados. Las dos restantes a la elección de Presidente de la República. En ambas ocasiones los comicios han tomado la forma de  referéndum. La primera sobre la continuidad o fin  del ejecutivo del partido único. La segunda sobre la continuidad del cambio o sobre su retroceso al nacionalismo revolucionario disfrazado con la máscara de la izquierda populista. Por otra parte, tenemos que el denominador común sobre nuestra transición democrática, en el ámbito federal, ha consistido en que los actores políticos pertenecen, todos, a las estructuras y culturas del viejo régimen. No existió, ni existe ahora, un actor político organizado, o un personaje, nuevo y  aglutinante de los valores, aspiraciones y comportamientos democráticos. Estas particularidades tal vez sean las causas de que los gobiernos de la alternancia hayan carecido de la frescura y la novedad de las ideas, aspiraciones y conductas que traen consigo los cambios revolucionarios o de las revueltas radicales. Vivimos situaciones nuevas con viejos actores: la quinceañera y sus chambelanes siguen siendo los mismos aunque ahora, en la representación de la fiesta, el vals haya dejado su lugar a los raperos y al chúntaro style. La novedad política ha sido, más que la participación ciudadana, las creencias de los ciudadanos de que si los votos se contaban con honestidad y transparencia, entonces alcanzaríamos el desarrollo por todos tan deseado.

Prescindir o carecer de la aparición en escena de un partido o de un líder verdaderamente democrático y novedoso, ha provocado esta sensación, casi convertida en certeza, de que lo que llamamos y vivimos como democracia a la mexicana ha consistido, tan sólo, en una maquillada  o en un restiramiento facial del mismo régimen. Un actor de apariencia rejuvenecida, que se viste a la moda y luce un rostro menos arrugado y con menos canas, pero que lo aquejan los mismos males internos que al viejo galán: la corrupción, la incompetencia, la demagogia, la desigualdad, la restricción de libertades, la hipocresía, la ausencia de nuevas ideas y nuevos métodos para ponerlas en práctica, el cinismo y la impunidad. Vivimos todos en el desencanto, porque la realidad no se parece en nada al país imaginario de nuestros sueños. La democracia mexicana se constituye, de esta manera, en la primera víctima porque naufraga entre dos visiones irreconciliables, una el país que no tenemos y deseamos y otra, el país real que es bastante mejor que el país en bancarrota presentado por los opositores al gobierno en turno (antes priista, ahora panista).

A propósito de la situación en Egipto, el escritor estadunidense Stephen Schwartz afirma esto: "La democracia nos enseña que no se puede contar con una democracia sólida sin derrotar primeramente a los enemigos de la democracia... La democracia debe de ganar, pues, antes de poder ganarse; debe resultar rotundamente victoriosa antes de que se pueda disfrutar de sus beneficios..." (Sueños de democracia: El Ángel, Suplemento Cultural de Reforma, 6 de marzo de 2011). Más adelante señala los "diez mandamientos" de la transición democrática elaborados por el español Alberto Aza Arias, entre los que destaco los siguientes: su carácter pacífico, un sistema democrático legal, la inclusión de los protagonistas del antiguo régimen, la idea de "borrón y cuenta nueva", la reorganización completa de los sistemas de administración civil, la estructura militar, el poder judicial, las agencias de seguridad, una nueva constitución que proteja los derechos y termine con los privilegios de los beneficiarios del antiguo régimen, sustentarse en una clase media educada, un sistema de redistribución del ingreso, confianza en el crecimiento económico de largo plazo y sacrificios en lo inmediato.(Ibid).

La persistente presencia de los antiguos actores políticos con sus prácticas y rituales  y las tareas pendientes del decálogo que sirvió de base al éxito español, y que en México constituyen todavía los bastiones y fortalezas de los beneficiarios del antiguo régimen, muestran de manera contundente que en nuestro país no existió el triunfo contundente de los ideales y prácticas de la democracia en el ámbito federal, ya no se diga en los sistemas estatales. Con todo, el hecho de que los avances logrados se hayan obtenido de manera pacífica es una base de optimismo para impulsar un nuevo aliento de cambio. Para crear el ambiente propicio de transformación resulta indispensable insistir en la necesidad de conocer y descifrar las interconexiones entre procesos complementarios y antagónicos que acompañan a la democracia como son las especificidades de la modernidad y el desarrollo.

La cultura amalgama estos tres fenómenos que en nuestro país han provocado una sociedad con muy profundas desigualdades socioeconómicas;  con una mentalidad conservadora, cuando no claramente reaccionaria y restauradora; sin claridad en las ideas y las ideologías propias de las visiones del mundo que sostienen grupos con representación política. Mientras la realidad muestra que el sistema de partidos se encamina hacia una opción bipartidista, por lo cual todos los actores compiten como coaliciones, las expectativas de los tres partidos más representativos se presentan como opciones de triunfo. El PRI con sus aliados ecologistas y panalistas, acaba de mostrar nuevamente sus irrenunciables actitudes de representación escenográfica faraónica, propias de un antiguo partido de masas corporativas. Su nuevo presidente, más que  líder, tejió un discurso de ocurrencias y de bravuconas críticas populacheras a sus contrincantes. La autocrítica nunca estuvo presente para reconocer lo que se dejaba atrás y lo que se propone para el presente que serviría para ofrecer una idea de futuro. El tricolor perdió el buen oficio político de Beatriz Paredes y su esfuerzo por revitalizar las ideas del partido. Ahora parece evidente que su redefinición como organización socialdemócrata sólo fue una buena intención. Ni sus candidatos, ni sus nuevos gobernadores saben lo que significa una propuesta socialdemócrata, y su novel presidente parece intoxicarse cuando de expresar ideas congruentes se trata. Ese partido ofrece la imagen de que fuera de quienes redactaron la nueva declaración de principios, nadie más ha realizado el esfuerzo por leer su nueva  propuesta ideológica oficial, con la excepción en Veracruz, de Inocencio Yáñez.

Las organizaciones de la "verdadera izquierda mexicana" muestran como siempre sus divisiones insuperables. En la práctica, sus ofertas de cambio son un conjunto de lugares comunes a las tareas de sus opositores. Sus propuestas huelen a naftalina priista y resulta muy difícil afirmar que Marcelo Ebrard o López Obrador son "políticos de izquierda" con ideas propias y novedosa frente al mundo global, reconstruído por las nuevas tecnologías y formas de, y su conformación en México. La paradoja es que Moreira reconoce en éstos a los representantes de la izquierda y a los panistas como los demonios de la derecha. En esta geometría ¿en dónde queda el PRI?.

Con el PAN la situación no es muy diferente. Empeñados en rebasar al PRD por la izquierda, según la propuesta de Felipe Calderón, se colocaron en los terrenos del paraíso, como lo señala Gabriel Zaíd en Letras Libres de febrero. Para minar las bases de apoyo electoral de las alianzas del PRI, azules y amarillos han unido esfuerzos en alianzas pragmáticas que desconciertan a los votantes. Como afirma Zaíd, en México nadie quiere asumir que es de derechas. Así que  la próxima elección presidencial nos ofrecerá un abigarrado escenario de partidos corrido hacia la izquierda, cualquier cosa que esto signifique. Empeño absurdo, porque los estudios de opiniones y actitudes nos muestran a ciudadanos mexicanos con una nueva forma de pensar, más inclinados hacia el individualismo liberal, más demandantes de oportunidades de realizar su propio proyecto de vida personal sin la omnipresencia de las estructuras de subvenciones gubernamentales. Los mexicanos demandan una estructura funcional de servicios básicos de cuidados de la salud, de buena formación escolar y de pensiones justas y seguras, junto con las oportunidades que ofrece el libre mercado para trabajar y hacer fortuna gracias al esfuerzo personal, exactamente lo que los migrantes mexicanos encuentran en Estados Unidos.

Entre todos debemos alentar el faltante triunfo rotundo de la democracia con sus nuevas leyes, sistemas de seguridad pública, de justicia y de redistribución del ingreso a través del mercado empresarial y laboral regulados y flexibles para todos los concurrentes. Un proyecto liberal con estructuras sociales funcionales está esperando la sociedad mexicana. A falta de nuevos partidos sería deseable la aparición de candidaturas atractivas. Éstas sólo pueden provenir de las postulaciones de candidatos que, registrados por los actuales partidos, representen la posibilidad real de recrear en paz el Estado mexicano, hoy mermado por la ausencia de ideas y capacidades para hacerlo funcional y competitivo. La aparición de una o dos candidatas, mujeres con experiencia probada en la función pública, o el registro de figuras públicas masculinas que puedan convocar y liderar un gobierno mejor y con los mejores mexicanos pudieran ser el detonador de la renovación política, moral y cultural que tanta falta hace en el país. Porque con los precandidatos de todos los partidos, hasta el día de hoy perfilados, el sistema continuará por el camino de la mediocridad y vivirá los riesgos de una restauración, así sea parcial, del viejo régimen político, cualquiera que sea el partido vencedor en las próximas presidenciales.







Observador Ciudadano Tu pagina de inicio





Justicia a la mexicana: el abismo‏

Por Francisco Montfort Guillén

La cultura mexicana de la convivencia tiene por eje la idea de la justa: la pelea o el combate que acredita la destreza en el manejo de las armas. La épica nacional se ajusta a esta fusión entre la justa y el cobro de cuentas. Las grandes guerras nacionales son sustentadas en el relato de la explosión de los deseos de justicia. En la Independencia la lucha fue en contra de los abusos de la Corona Española y los tratos esclavizantes y explotadores que las minorías extranjeras ejercían sobre las masas mayoritariamente indígenas. El relato de la Reforma nos informa de la lucha en contra de los privilegios de la Iglesia Católica que desfavorecían a los pueblos del territorio mexicano, frente a la debilidad del Estado naciente. La épica revolucionaria está conformada por miles de relatos sobre los abusos que el régimen porfirista y la estructura productiva de las grandes haciendas. En la prensa diaria, en la poesía y en las narrativas literarias de la Revolución Mexicana siempre es posible encontrar un trasfondo de abusos de los poderosos y las humillaciones de los desheredados.

La consolidación de esta cosmovisión tal vez ha tenido en la cinematografía nacional a su más poderoso aliado. La explotación irracional de indígenas y campesinos, el acoso sexual sobre mujeres indefensas, las actuaciones de policías y jueces, el ascenso de un pequeño personaje, congruente en sus principios y conductas, hasta adquirir "Todo el Poder" constituyen buena parte de la temática que ha conformado nuestra cultura nacional sobre la justicia. Muy tempranamente se filma sobre la criminalidad impune, su complicidad con el poder político y el ilegal ajusticiamiento de los bandidos, en ese clásico que es el filme La Banda del Automóvil Gris. Propiamente todos los grandes ídolos del cine nacional han encarnado personajes que, por diversas razones, se convierten en justicieros luchadores a favor del pueblo bueno. El complemento cultural de la justa está constituída por la gesta de la rendición, el rescate de victimas, sacar de la esclavitud o salvar del peligro, liberar de obligaciones ilegales y deshonestas. La cultura mexicana, la que entusiasma a las masas, no es la establecida por la conducta legal y legítima sino la del héroe o mesías redentor. Jorge Negrete en El Ametralladora o en El Peñón de las Ánimas; Pedro Infante en Los Gavilanes, Martín Corona o Vuelven los García; Luis Aguilar en El Águila Negra. Y también los cómicos como Cantinflas, Clavillazo, Resortes filmaron ejemplares comedias que desnudaban las iniquidades, excesos y corrupciones del sistema gubernamental de justicia. Haciendo uso de la valentía, del ingenio y con la buena suerte de su lado, estos héroes fílmicos educaron a la sociedad sobre la esencia profunda no sólo de la criminología mexicana, sino también de la corrupción, de las complicidades del gobierno con los económicamente poderosos, de las incapacidades de policías, jueces, investigadores, abogados y coyotes, incluido el sistema carcelario.

Y todo esto sin olvidar que casi todas las películas sobre la vida de los marginados urbanos, de los barrios bajos con sus encarcelados que eran declarados culpables por ser pobres, analfabetas y desconocer sus derechos, con sus   mujeres violadas que fatalmente son convertidas en cabareteras o en bailarinas exóticas, en fin, la filmografía de la época dorada del cine nacional, cuando reinaba el más absoluto control de los presidentes priistas que hacían grandes esfuerzos y sacrificios para que la sociedad mexicana no se inquietara ni viviera con temor a causa de los maleantes organizados, aparecía casi siempre como trasfondo el trasiego de drogas, en donde unían sus  esfuerzos autoridades y maleantes. Ni en las películas de los hermanos Rodríguez o en las de Juan Orol o en las clásicas de los luchadores, los héroes son jueces conocedores del derecho, reflexivos, imparciales. En todas las películas los héroes son o civiles o policías honestos que matan o encarcelan, sin juicio alguno, a los maleantes. El Santo y Blue Demon, los personajes del investigador Valente Quintana, Arturo de Córdova, Demetrio González, Tony Aguilar o Fernando Fernández y Pedro Armendáriz son la encarnación, no de la justicia, sino de la redención salvadora. Resulta  imposible olvidar la referencia que constituye el filme de Luis Buñuel, que no sólo muestra la vida de "Los Olvidados", sino el desamparo, en donde la desolación es tal que la gran presencia, por su ausencia, resulta ser la justicia formal del sistema jurídico mexicano. Después de la muerte, un enloquecido e ignorado padre de familia clama justicia, que llegará con la continuidad y la soledad convertida en rutina burocrática de la vida cotidiana.

Ahora el filme Presunto Culpable nos muestra, sin ficción, el relato desnudo de la actuación del sistema de justicia a la mexicana. El testimonio hace presente la ausencia de justicia y la realidad toma la forma de ficción. Todo es irreal, es decir, la trama y los personajes parecen imposibles, fantasmagóricos y el desenlace ilusorio. Los espectadores conocen el abismo de mexicanos que fueron arrojados a la profundidad insondable del tejido bordado entre policías, investigadores, ministerios públicos, jueces, carceleros. Todas sus conductas son abusivas, excesivas hasta la demencia convertida en rutina burocática. La sociedad mexicana enfrenta desde hace muchas décadas el abuso de autoridad y poder de quienes en teoría deben protegerla, asegurarle justicia expedita y conforme a derecho.

El abismo que separa a la sociedad de sus autoridades es la ausencia de una justa apreciación, reconocimiento y respeto de los derechos, los méritos y la dignidad de los ciudadanos. Porque la injusticia está presente tanto en el seguimiento y castigo de los delitos del orden común como en los del crimen organizado, en los delitos electorales (donde la consigna de los jueces parece ser: gane como quiera y pueda, que la ley no impedirá su triunfo) o en los delitos comerciales o en las agresiones a las mujeres o en  las actuaciones de los integrantes de los  poderes públicos. Sin el respeto a las leyes no existe confianza y sin ésta no es posible el desarrollo. La justicia es la base de la credibilidad, de la fe, del crédito, de la confidencialidad y del respeto por los otros, nuestros semejantes y diferentes seres humanos con los que convivimos. En México estamos atrapados en la paradoja de convivir con tasas de impunidad del 90% y con tasas semejantes de que quien caiga en las manos del ministerio público, será consignado como culpable. A menos que quienes resulten culpables tengan  influencias políticas y dinero para comprar su impunidad.

La responsabilidad de las universidades en este gigantesco problema nacional no puede ni debe ser soslayado. Porque muchos títulos de abogados se consiguen no sólo con falsificadores profesionales, como en el tristemente célebre barrio de Santo Domingo de la Ciudad de México. No son pocas las escuelas y facultades de derecho que fungen como productoras de recursos humanos sin conocimientos del derecho, sin ética profesional y sin valores morales. En esas universidades se premia el supuesto liderazgo político, el control del alumnado corrompiéndolo con prebendas para conformar grupos de porros o miembros de las sociedades de alumnos. En el colmo, algunas facultades han conocido autoridades que arreglan los registros de calificaciones de alumnos que presionan por la fuerza o con los convincentes argumentos del soborno y las ayudas mutuas. Si a la sociedad mexicana le costó trabajo construir un sistema electoral menos vulnerable al arreglo ilegal de resultados y con resultados desiguales y precarios, reconstruir el sistema de justicia se le presenta como una tarea casi imposible, titánica, porque este sistema incluye no solamente los subsistemas policiaco, carcelero, investigativo, de acusadores y defensores, de jueces y magistrados para delitos del orden común y de delincuencia organizada. El sistema incluye, entre otras instancias, los tribunales especializados en asuntos agrarios, laborales y dependencias como las aduanas y el control del lavado de dinero de la Secretaría de Hacienda. Hoy ya es tarde para iniciar esta reconstrucción que exige la participación de todos los ciudadanos. Una última cuestión que me sorprende ¿por qué conociendo esta terrorífica situación, las universidades públicas, especialmente las facultades de derecho, no han realizado una revuelta moral, ética, política, jurídica y profesional para cambiar este insoportable y humillante sistema de justicia,  “mexicana hasta las cachas”? ¿Esperarán que reencarne el personaje de televisión creado por Chucho Salinas, el famoso Juan Derecho para que llegue latiguearles y sacarlas de su comportamiento cómplice?



















Observador Ciudadano Tu pagina de inicio





WORKFORCE MANAGEMENT‏

Por Francisco Montfort Guillén

El concepto seguramente molesta a aquellos que ven, en todos los aspectos de la cultura norteamericana, el demonio. Sin embargo, su utilidad es valiosa. Su núcleo conceptual permite unir dos realidades que, por lo regular, pasan inadvertidas en una sociedad cerrada (Popper dixit) como la veracruzana. El mundo de las ideas y los ideales, de las propuestas de libertad, justicia y desarrollo, y el de sus realizaciones, en el mundo contemporáneo, se encaminan rápidamente hacia la búsqueda de nuevas formas de asir las riquezas de una sociedad.

Es casi un cambio de paradigma. Porque su base de evaluación sobre la situación actual de las sociedades está sostenida en lo que se posee (las riquezas) y no en lo que está ausente (las carencias propias de las pobrezas). Así es posible minar los prejuicios que sustentan las diferencias entre sociedades basadas en cuestiones raciales, religiosas y culturales; se puede avanzar hacia una categorización que rompa el esquematismo de superioridad/inferioridad humana y social, como en el binomio desarrollo/subdesarrollo; también será posible restarle fuerza a ideas dominantes sobre la marginación y la exclusión  inherentes a conceptos como países pobres, marginados, del Tercer Mundo.

Con el uso de ese concepto de la teoría norteamericana de la eficiencia y la competitividad del liderazgo y la organización, no se trata de proponer otro enfoque optimista para autoengañarnos, como sucede a menudo en nuestra sociedad, mediante la confusión y fusión de los propósitos delirantes con las declaraciones del mundo feliz que nos prometen los políticos que, sexenio tras sexenio, crean frases ingeniosas para esconder sus incapacidades y trapacerías.

Para intentar describir lo que significa "ser rico en" y "estar rico con" requerimos unir de inicio dos conceptos claves en el funcionamiento de la vida social, es decir cultural o, en otros términos, dejar asentado los lazos indisolubles entre la formación del capital humano (la imaginación y las cualidades intelectuales para el manejo del conocimiento teórico científico, humanístico y artístico, así como las habilidades manuales, corporales, fisiológicas) y la formación del capital social (la calidad de las organizaciones sociales y privadas y las cualidades de las organizaciones gubernamentales o instituciones públicas). Desde esta base será posible redefinir las políticas públicas y trasladarlas del “combate a la pobreza” hacia la más positiva y estimulante “generación de nuevas riquezas”.

Los capitales humano y social existen gracias al capital cultural, que tiene, en el trabajo, su principal sustento. El hombre aislado, la Teoría del Buen Salvaje, de Montaigne a Diderot, nunca ha esclarecido el desenvolvimiento socio-individual humano. Son la imaginación y el conocimiento, con el trabajo colectivo organizado, los promotores de las características civilizatorias de nuestras sociedades. Y en éstas, la calidad del trabajo humano determina la calidad del trabajo social. O en otros términos: sin capital social de alta calidad resulta imposible producir capital humano de alta calidad...y viceversa. De estos dos capitales dependerá la transformación del patrimonio natural en capital natural, es decir en riqueza natural permanente, producida y transformada, mediada por las acciones humanas. Y los logros en capital construido, ya sea de infraestructuras, energías, servicios de toda índole y  en dinero constante y sonante, para tener poder de compra, que también dependen de la calidad de los capitales humano y social.

Conociendo las cualidades del capital humano y del capital social de nuestras escuelas y gobiernos, resulta apenas una boutade  hablar de nuestra incorporación a la llamada sociedad del conocimiento. Cada organización requiere del savoir y savoir faire del workforce management, especializado de acuerdo a sus objetivos y objeto de trabajo. Lo mismo en los sectores productivos (agropecuario, industrial, comercial, de servicios) que en las escuelas de todos los niveles escolares, en los servicios de salud, en los servicios bancarios y financieros. Capital humano y capital social se autoconstruyen y otorgan ventajas o desventajas en el mundo real del trabajo, la salud, la alimentación o las escolaridades. Por esta mutua dependencia es que debiera considerarse la intrínseca relación entre las leyes laboral, de salud y de educación así como sus interacciones funcionales en las esferas públicas y privadas. Y con la misma perspectiva debiera considerarse la organización funcional entre secretarías gubernamentales que en principio tienen como apellido el desarrollo: económico, agropecuario, social, medioambiental, etcétera.

 El manejo de la fuerza de trabajo con características de competitividad es lo que determina el éxito en la formación de recursos humanos desde preescolar hasta universitario, al igual que el triunfo de las empresas y sus innovadores productos, y también las buenas tareas de los diferentes gobiernos. Pero esta verdad presente en los países desarrollados, en México constituye un enorme hoyo negro por donde se escapa no la materia o la antimateria, sino los esfuerzos diarios de millones de mexicanos y veracruzanos que apenas se enteran del por qué después de que el gobierno anterior afirmaba que nos había dejado a las puertas del paraíso, hoy nos precipitamos al infierno en tanto la prolongación del subdesarrollo sin salidas. El verdadero desarrollo pasa necesariamente por el desarrollo del espíritu: de la ética, de la responsabilidad profesional y política, de la rendición de cuentas y de la evaluación del rendimiento entre el dinero, conocimientos y habilidades invertidos, y los resultados obtenidos. Sin asumir plenamente la necesidad de promover el desarrollo de este espíritu, el workforce management no tiene cabida en nuestra sociedad, que atestigua el asalto de la inexperiencia, de la incompetencia y de la rapacidad sobre una riqueza que por definición constitucional, legal, política y moral pertenece a todos los mexicanos.



















Suscríbete a nuestro Sistema Informativo,

Envia un mail con la palabra SUSCRIPCION,

(Suscribete aquí) Recibirás la información mas relevante de los acontecimientos que harán historia y tu podrás enterarte antes que nadie.